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El rey Felipe y el presidente Xin Jinping, en el encuentro que mantuvieron el año pasado
El rey Felipe y el presidente Xin Jinping, en el encuentro que mantuvieron el año pasado

España, ese viejo amigo de China en Europa

Se cumplen 45 años del establecimiento de relaciones diplomáticas con Pekín, un aniversario con el que se pretende dar impulso a un vínculo geoestratégico, económico y cultural más fuerte.

| Pedro Pérez Hinojos Opinión

A comienzos de la primavera de 1973 se establecieron las primeras relaciones diplomáticas oficiales entre España y China, 45 años de vínculo que coinciden con el mejor momento para reivindicarlo. Con Xi Jinping al frente, un mandatario llamado a emular en liderazgo que el histórico Mao tuvo en el siglo XX, el gigante asiático pretende encabezar una nueva era de relaciones comerciales en el mundo, además de contar con un protagonismo en las grandes decisiones de política internacional acorde a su hegemonía económica, militar y demográfica (en 2016 contaba con 1,379 miles de millones de habitantes, según el Banco Mundial).

Una ocasión inmejorable para que España haga valer su vieja amistad con China, cuya cúpula de poder siempre ha apreciado el talante diplomático exhibido desde Madrid. Básicamente, la línea de conducta de los sucesivos gobiernos españoles  ha venido marcada por evitar meterse en asuntos como los derechos humanos, los conflictos nacionales o la rivalidad con Taiwan, que suelen incomodar seriamente en Pekín, y primar la vía de la concordia a través de los negocios y los lazos culturales, en aras de la política real.

 

 

Y ese seguirá siendo el hilo al que se seguirá aferrando la Administración española en el porvenir, en busca de seguir alcanzando hitos como los conquistados en las últimas cuatro décadas, para asegurarse una alianza que puede ser tremendamente fructífera.

El viaje de Felipe González

En el mes de junio de 1978 los Reyes realizaron la primera visita oficial a China, aunque el despegue de las relaciones diplomáticas tuvo lugar siete años más tarde. En 1985 el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, realizó un viaje oficial a la cabeza de una nutrida delegación empresarial española con el propósito de conocer de primera mano las oportunidades comerciales que se estaban abriendo en la nueva China de la reforma, bajo el liderazgo del célebre Deng Xiaoping.

Aunque los resultados efectivos fueron limitados, aquella visita oficial permitió explorar a fondo las posibilidades de una gran alianza económica hispano-china y abrió definitivamente las puertas entre las dos diplomacias, en un marco que todavía preside las relaciones entre los dos estados.

Con todo, se firmaron grandes contactos, como el de la planta petroquímica de Fushun, y en 1989 se acordó el primer gran protocolo financiero, por un valor total de 450 millones de dólares para un periodo de dos años.

Condena suave de la masacre de Tiananmen

En la primavera de 1989 se registró la revuelta popular con sangrienta represión en la plaza de Tiananmen, que conmocionó al mundo y dio lugar a sanciones internacionales. Nuestro país, sin embargo, se destacó porque se alineó con una política de moderación, condenando y lamentando los trágicos sucesos, pero rechazando de plano que las sanciones supusieran el aislamiento de China y, como consecuencia de ella, una represión aún más dura en el interior por falta de control.

Pekín siempre ha valorado el apoyo de España en crisis tan delicadas como la de Tiananmen, cuando nuestra diplomacia defendió moderación en las sanciones

China apreció y reconoció ese gesto de la diplomacia española, y ello repercutió en una actitud más favorable de parte de los interlocutores chinos, hacia las empresas españolas. De hecho, en 1990 el ministro español de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, fue el primer ministro de la Unión Europea que visitó China tras los sucesos de Tiananmen.

De los bazares a los grandes inversores

Desde comienzos del presente siglo se ha venido consolidando una colonia de profesionales y empresarios de origen chino, asumiendo un registro nuevo y creciente en el comercio y las inversiones entre España y China.  La identificación mayoritaria del emprendedor chino con restaurantes y tiendas está variando. Y un ejemplo es la constitución en 2010 del China Club,  una asociación que reúne a profesionales chinos de alto nivel de cualificación y con una actividad diversificada en múltiples sectores, que ha potenciado de modo muy significativo la imagen y el protagonismo de la comunidad china en España, que ronda los 200.000 residentes.

Eso sí, las grandes inversiones chinas han llegado a España más tarde que a otros países europeos. Desde 2016 se ha producido un avance notable, destacando la compra de empresas como Urbaser, Eptisa, Albo o Noatum. Y las perspectivas son halagüeñas, pues la prioridad china no son ya el abastecimiento de materias primas y la energía a cualquier precio. Las tecnologías avanzadas, el acceso a nuevos mercados o la adquisición de posiciones estratégicas en infraestructuras son ahora las metas de los inversores chinos.

Por otro lado, las exportaciones españolas están creciendo con fuerza, pasando de unos 1.500 millones de euros en 2005 a más de 6.200 millones en 2017, aunque el déficit con China sigue siendo muy elevado.

A la caza del turista chino

Una de las grandes expresiones de la pujanza económica de China es el desbordante crecimiento del turismo chino, exponente a su vez del aumento de la calidad de vida y del poder adquisitivo de parte de su población. La mejora de las conexiones aéreas y de la gestión administrativa en materia de visados han permitido que España se haya beneficiado de ese crecimiento turístico. Así, si hace apenas una década. Así, más de 700.000 turistas chinos visitaron España en 2017, multiplicándose por cuatro en los últimos cinco años.

 

 

Estos números, no obstante, son inferiores a los de otros países europeos. Pero el margen de mejora está más que asegurado.

¿La estación final de la Nueva Ruta de la Seda?

El megaproyecto de la Nueva Ruta de la Seda está llamado a ser no solo una de las grandes iniciativas económicas del siglo XXI, sino también un referente en la nueva geoestrategia mundial.  Se trata de una formidable ruta de transporte ferroviario para el movimiento de mercancías y de pasajeros, entre los puertos del  Pacífico en el más remoto Oriente ruso y chino y los puertos marítimos en Europa. 

El turismo chino se ha disparado en los los últimos años, con 700.000 visitantes en 2017

En este último extremo geográfico, como la estación final en la fachada atlántica de Europa, España ha expresado su interés por participar en esta fabulosa empresa. Y así lo hizo saber y valer al máximo nivel con la participación del presidente Rajoy el pasado mes de septiembre en el Foro de la Nueva Ruta de la Seda celebrado en Pekín. Además, España se incorporó como miembro fundador del nuevo Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras, impulsado por China.

Está aún por definir y asegurar, eso sí, la participación  efectiva de las empresas españolas en este proyecto, lo que requerirá un diseño estratégico muy medido por parte de la Administración española. Hay una posibilidad de negocio tan amplia y tan duradera en juego, que merece no ser desbaratada por descuido o por exceso de confianza.