| 25 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Isabel Bonig nació en Andalucía y creció en Valencia

Con un pequeño, bonito, entrañable, desarmante y cuidado gesto, Bonig ha conseguido la jefatura moral (la política ya la tenía) del centro-derecho valenciano. El duro ahora será otro.

| Vicente Climent Edición Valencia

Isabel Bonig cae bien intramuros de Les Corts. Su relación personal con dirigentes de la izquierda parlamentaria valenciana es buena, en algunos casos mejor de lo que cabría suponer. Lo que no obsta para que esos mismos dirigentes la descalifiquen políticamente cada vez que pueden, poniendo de relieve ante la opinión pública su imagen tronante y un punto tremendista.

Pero eso se ha acabado. Bonig, bien asesorada, y seguro que también bien intencionada (como todo el mundo ha empezado a destacar por distintos motivos y en distintas tribunas en las últimas semanas), ha cosechado el aplauso unánime de Les Corts con su golpe de efecto del jueves en el pleno de aprobación de los presupuestos de la Generalitat para 2019. Sincero, estoy seguro. Y magistral.

Con sus cajitas de uvas y sus buenos deseos (“Els desitjos de tots”) para los valencianos y para sus adversarios políticos, Bonig pasará a la pequeña historia de Les Corts como el primer síndic en ir -y hacer ir a todos sus diputados- a abrazar en público a sus rivales, y en reconocer que todos en esa cámara trabajan por los valencianos y que ninguno “es nuestro enemigo”.

 

Con ese pequeño, bonito, entrañable, desarmante y cuidado gesto, Bonig ha conseguido la jefatura moral (la política ya la tenía) del centro-derecho valenciano. A partir de ahora el “duro” -con permiso de Vox- va a ser Toni Cantó, con su acidez hacia el resto de opciones políticas (a izquierda y derecha) y su abstención de última hora en la reforma del Estatut. Y encima, con su candidatura sin anunciar, como le pasa al PP para el Ayuntamiento de Valencia, circunstancias ambas que favorecen a Isabel Bonig y a Fernando Giner de cara a posibles alianzas post-electorales en sus respectivos terrenos de juego.

El gesto de Bonig y sus diputados me ha recordado, tangencialmente si quieren, a aquella campaña viral de los abrazos a desconocidos por la calle (#freehugs), o a la tregua navideña durante la Primera Guerra Mundial que tan bien recreó Paul McCartney en su mítico Pipes of Peace. Y se produce pocos días después de unas elecciones andaluzas que han devuelto la esperanza a la popular, y de un primer intento de dulcificación de su imagen con el vídeo familiar de celebración del Día de la Constitución (con protagonismo de su padre, viejo militante socialista, y con un mensaje de concordia que ahora ha repetido en Les Corts).

 

Si hacemos caso del Evangelio de San Lucas, cuando dice eso de que “el que se humilla será ensalzado”, Bonig va por el buen camino. En su intervención de este jueves confesó que la legislatura estaba siendo para ella “muy difícil en lo político, pero sobre todo en lo personal”, y reconoció ser “un ejemplo” de confrontación política practicada de forma “vehemente”. Con ello la síndica del PP arrancó los aplausos de la cámara puesta en pie, e hizo crecer su estatura política. Si unimos todo ello a las enseñanzas que se desprenden del caso de Juan Manuel Moreno Bonilla -y antes del de Pedro Sánchez e incluso del de Ximo Puig, todos ellos presidentes con partidos electoralmente a la baja-, podemos concluir que la Isabel Bonig aspirante con opciones reales a presidir el Consell nació en Andalucía y creció en Valencia.