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El general que odiaba los despachos

Stanley Mc Chrystal estuvo al mando las tropas de la OTAN y de EEUU en Afganistán durante poco más de un año, cuando fue obligado a dimitir por el presidente Obama. Ésta es su historia.

| Juanjo Crespo * Edición Valencia

El joven teniente Mc Chrystal lo tuvo claro al licenciarse en West Point en 1976: su primer destino sólo podía ser la mítica división aerotransportada 82, en los “paracas”.

Aquel sería el comienzo de un militar que siempre odió estar encerrado en una oficina. De capitán pidió ir a los “boinas verdes” y de comandante se presentó voluntario como oficial de inteligencia en Corea del Sur. De ahí, en el resto de destinos –hasta coronel incluido- estuvo en los “Rangers”.

Con una hoja de servicios brillante, llegó su ascenso a general en 2001 y tras el terrible atentado de las torres gemelas fue nombrado Jefe de Estado Mayor de la “Fuerza de Ataque 180” que hizo caer el régimen talibán en Afganistán.

La leyenda de este general comenzaba a crecer y el Pentágono le encargó crear una unidad de élite para cazar al líder de Al-Qaeda en Irak. Tras varios meses persiguiéndolo,  Mc Chrystal y su equipo localizaron al terrible Al-Zarqawi  en su santuario, una casa 50 km al norte de Bagdad.

La leyenda de este general comenzaba a crecer y el Pentágono le encargó crear una unidad de élite para cazar al líder de Al-Qaeda en Irak

Tras pasar las coordenadas al Pentagono, un F16 lanzó dos bombas guiadas contra la guarida acabando con su vida. Fue el propio Mc Chrystal, en persona, quien quiso identificar el cadáver de Al-Zarqawi. Su fama se extendió por todo EEUU.

En junio de 2009, el general volvió a Afganistán, pero esta vez al mando del ejército de EEUU y de la OTAN allí desplegado. Fiel a sí mismo, impuso un nuevo estilo de mando en esta misión que llevaba años estancada.

No quiso tener despacho. Montó su puesto de mando en un helicóptero Black Hawk con el que visitó todas y cada una de las bases militares en Afganistán. Al bajar de la aeronave hacía su única comida con los soldados y corría con ellos 12 km. Todos los días. Apenas dormía 4 horas –decía que no necesitaba más- y en dos meses consiguió inspeccionar todo el país.

En septiembre de 2009 escribió su famoso informe “Vamos a ganar” en el que oficialmente pedía al presidente de los EEUU y a los aliados de la OTAN, al menos, 40.000 soldados más para lanzar una ofensiva contra la insurgencia.

El presidente Obama no lo tenía claro. Acababa de jurar su cargo unos meses antes y no quería precipitarse, pero Mc Chrystal no estaba dispuesto a esperar. Él quería ganar la guerra ya.

Al comprobar que sus peticiones no hallaban respuesta, el general decidió realizar una apuesta arriesgada: sabedor de la popularidad que gozaba en su país, filtró el informe a un medio de comunicación para presionar en la Casa Blanca. ¿Cómo, que el héroe de Irak y Afganistán pide refuerzos y Obama no se los da?

Aquello puso al presidente contra la espada y la pared y ordenó -de mala gana- el despliegue de 30.000 soldados más en la lucha contra los talibanes.

Con este incremento de tropas, Mc Chrystal comenzó a crear bases en Afganistán, que iban expandiendo su influencia y control por todo el país como pequeñas manchas de aceite.

En sus visitas a las bases, el general siempre repetía la misma liturgia. Bajaba de un salto del helicóptero -sin apenas ver nada por la arena que golpeaba sus ojos y con el estruendo de las aspas sobre su cabeza- para avanzar a paso firme hasta estrechar las manos de sus soldados. Hoy en Kabul, mañana a Qal-e Now, pasado a Ghazni, y al otro Dios dirá.

La opinión pública norteamericana seguía enamorada de Mc Chrystal y la revista Rolling Stone pidió hacer un macro reportaje sobre el general. Dos periodistas se incorporarían a su estado mayor para pegarse a Mc Chrystal durante varias semanas. Todo el mundo quería saberlo  todo de él: ¿pero será verdad que sólo duerme 4 horas al día? ¿y sólo hace una comida? ¿qué piensan de él sus hombres? ¿será Mc Chrystal el único que puede ganar la guerra?

A principios de junio de 2010 se publicó, en la edición on-line, la primera parte del reportaje. Además de contar que el general corría ¡cada día! 12 kilómetros y que era el único militar de alto rango sin despacho oficial… la revista reveló que Mc Chystal y su equipo de confianza hacían chascarrillos sobre Obama, criticaban al embajador de EEUU en Afganistán y que se reían con chistes soeces del Vicepresidente Biden.

¿Nadie le había explicado al general que no existe el “off the record” cuando la noticia es buena?

Mc Chrystal se apresuró a lanzar un comunicado disculpándose, pero ya era tarde. Desde la Casa Blanca le pidieron que fuera a Washington a la reunión mensual de seguridad y defensa. Normalmente, participaba por videoconferencia desde su helicóptero… pero esta vez “le invitaban” a acudir en persona, que era una manera de decirle que presentara su dimisión ante Obama.

Mientras subía en Kabul al avión que lo llevaría a EEUU su estado mayor se dio cuenta que su general embarcaba más de un petate. Se abrazó a todos, uno a uno, y sin decírselo, les dijo que ya no volvería. Deberían seguir la guerra sin él.

El general Mc Chrystal vistió por última vez su uniforme un 23 de junio de 2010. Cuando entró al despacho oval sintió más frío que la noche que encontró a Al-Zarqawi.

Al pisar la moqueta del despacho oval notó que ardía más que la arena del desierto. El presidente Obama le miraba sin decir nada, y ese silencio era más ensordecedor que las aspas de su Black Hawk.

Y aunque no había viento ni arena, Mc Chrystal no era capaz  de ver nada en aquel despacho. En su mente, una vida entera de combates pasaba a toda velocidad mientras daba pequeños pasos como si no quisiera avanzar hacia su presidente.

Finalmente se cuadró ante Obama -dando un último taconazo- para presentar su dimisión, que fue aceptada en el acto por el presidente y comandante en jefe de las fuerzas armadas norteamericanas.

Y al cerrar la puerta, con la mano aún sujeta al pomo, Mc Chrystal entendió por qué se había pasado toda su vida huyendo de los despachos. Quizás siempre supo que el día que pisara uno sería el último que vestiría de uniforme.

*Experto en Seguridad y Geoestrategia.