| 25 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en una imagen de archivo.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en una imagen de archivo.

El indecente era Pedro

| Antonio R. Naranjo Opinión

Querido Pedro,

De antemano te pido disculpas por el uso del tuteo, pero ahora vuelves a ser un civil y nos conocemos desde el tiempo suficiente como para recuperar unas formas y un lenguaje más coloquial, el mismo que tú empleabas en algunos encuentros en la grata compañía del desaparecido Rafael Martínez Simancas –qué pena- o en fugaces conversaciones a la salida de La Sexta o de la Cadena SER en las que siempre, por cierto, decías lo contrario de lo que ahora sostienes y siempre, permíteme que insista, te presentabas a ti mismo como el hombre capaz de presentar una alternativa moderada entre el liberalismo conservador del PP y el populismo bandarra del Bildu nacional que es Podemos o del Bildu pedáneo que son la vieja Convergencia o la ERC de siempre.

Aunque algunos llevamos semanas intentando informar sobre la verdadera naturaleza de tu felizmente enterrado “Gobierno del cambio”, que no era otra que entregar a tu partido, tu país y a ti mismo a las zarpas de Podemos y al menos dos o tres partidos secesionistas para llegar a la presidencia que los ciudadanos te negaron con su votos dos veces; ha sido más sencillo en este tiempo escuchar improperios que agradecimientos o atención al menos por activar esa modesta alarma, ajena a cuestiones ideológicas y coyunturales e inmersa en razones de Estado que se comprenden siempre mejor cuando el Estado es otro y no afectan las emociones.

Imagina tú, y cualquier lector, qué te parecería si un candidato a la presidencia francesa –o americana o alemana o de donde quieras y haya algo de civilización- que ha perdido por 52 diputados intenta quedarse con la corona entregándose a quienes quieren cargarse el reino y ultima su plan, además, con nocturnidad y alevosía.

El mismo día de tu dimisión, forzada por dirigentes sensatos a los que has presentado como traidores y peperos cuando en realidad han actuado como cascos azules en misión humanitaria para evitar tus siniestros planes; yo tuve la oportunidad en La Marimonera de explicar qué estaba pasando y por qué tuviste que salir por patas, y unos días después me permití dirigirte en este mismo periódico una carta en la que ahondaba en lo mismo y te llamaba traidor. Sí, traidor, y además en cualquiera de las cuatro acepciones que incluye el diccionario de nuestra RAE.

He de decirle que lo mismo he venido repitiendo en las veinte o treinta ocasiones en que en este periodo reciente he sido invitado a participar en tertulias de televisión, donde a buen seguro tú encontrarás acomodo mientras experimentas tu travesía del desierto, que espero se parezca a la de Sísifo en lo político –eterna y sin resultado-, y a la Ulises en lo personal, llegando a una Ítaca individual donde el único precio a pagar sea estar tan lejos de la vida pública como feliz y realizado en la privada.

La aritmética de Sánchez

Esas humildes prédicas han tenido un efecto limitado, y entre quienes lo veían bien, quienes no se querían dar por enterados y quienes no sabía sumar (ya sabe, para llegar a 176 le hacían falta sus 85, los 71 de Podemos, los 9 de Rufián, los 8 de Puigdemont y los 5 de PNV o en su defecto los dos de Bildu y el de Coalición Canaria); el loco parecía yo por no entender la magnitud gloriosa del “cambio”, por no aceptar que esa ensoñación no necesita una aritmética precisa (parecía que hubieras sacado 200 diputados) para ser válida porque sí, por considerar escandaloso hablar hasta del tiempo como ERC o CiU o por rechazar la supuesta autoridad moral, política y ética que te mueve a ti y a otros como tú, tan superior que al parecer no se mide por los baremos tradicionales de una democracia convencional. Y sabes, votos y escaños.

Pero hete aquí que has saltado –no sabes cómo te lo agradezco- a la palestra para confirmar tú mismo todo ello, en una impagable entrevista de Jordi Évole con final feliz, como acostumbra el periodista que ha hecho del masaje un nuevo género periodístico: por fin confesaste que “por supuesto” estabas intentando el Gobierno con los independentistas, que era la única alternativa a la abstención o las terceras elecciones, como todo el mundo con algo parecido a un cerebro debía saber de antemano pese a tu insistencia en despistar al personal insistiendo en tu fórmula inviable y rechazada de lograr que Podemos y Ciudadanos se levantaran el veto recíproco.

Mientras insistías a sabiendas en una posibilidad que no existía y que ya fracasó formalmente en tu ridículo intento de investidura, en realidad tejías una alianza infecta y a escondidas

Mientras insistías a sabiendas en una posibilidad que no existía y que ya fracasó formalmente en tu ridículo intento de investidura –estaría bien que utilizaras el mismo confesionario para contarnos cómo engañaste al Rey-, en realidad tejías una alianza infecta y a escondidas, al margen de todos los parámetros exigibles a un demócrata: le ibas a deber la presidencia de España a quienes sólo te la concedían para cargarse a España; ignorabas con sectarismo predemocrático que los ciudadanos te habían dicho “No es No” dos veces de forma cruel en las urnas y hasta te saltabas las decisiones de tu propio partido, que te impuso unas líneas rojas para pactar con el PP… sólo con la intención de añadirles otras más claras con los independentistas y Podemos para forzar que tú encabezaras la abstención. Porque tuyos eras los resultados del 20D y del 26J.

Hasta resulta vergonzoso que ahora apeles a los militantes –algo irrelevante a efectos generales y en todo caso propio de partido pequeño y residual- cuando ha sido a ellos a quienes más has mentido, engañándoles de manera premeditada al ocultar cuál era tu plan y situarles en el dilema falso de que sólo intentabas oponerte “a la derechota corrupta”.

Hiciste, con menos arte, lo de Woody Allen cuando le hicieron una pregunta absurda –“¿Qué piensa de la muerte?- y respondió de la única manera posible: “Pues estoy en contra”. Plantear dilemas falsos que esquivan las únicas alternativas reales para envolverla en bisutería retórica es la peor manera de resolver problemas de envergadura y la mejor de demostrar cuán ignorante y manipulable te parece la audiencia.

Que tú mismo te hayas guardado de exponer públicamente hasta ahora tus conversaciones y acuerdos con una amalgama de formaciones que tienen por conexión común su deseo de zumbarse a tu partido y a la Constitución evidencia la catadura del pacto y te convierte en un traidor: querer gobernar con menos diputados de los que tienen en conjunto tus ‘aliados’, tras palmar con estruendo y ampliar la brecha con tu principal rival y a sabiendas del precio que te iban a imponer al día siguiente para que lo pagáramos todos, es una desfachatez de la que tú mismo eras plenamente consciente y que no pensabas confirmar hasta que estuviera hecha. A ver si alguien tenía huevos, llegado ese momento, a echarla para atrás.

La escabechina iniciada por Felipe González, ampliada por El País y rematada por Susana Díaz (que ojalá deje de presidir Andalucía por el bien de esa tierra no le quita mérito en esta decisión) y compañía responde a la certeza del camino que habías tomado a escondidas. Y tiene bemoles que ese acto de patriotismo, algo charcutero en las formas y más a navajazos que con bisturí; pretendas presentarlo con el amigo Évole como una sombría conspiración de poderes ocultos y económicos que han conculcado la heroica aventura democrática que tú encabezabas.

Aquí el único que se ha ocultado eres tú, para juntarte con lo peor de cada clase y alcanzar en las penumbras una alianza infame que compensara en los despachos tus resultados en el campo de juego democrático: tenías, repito, 85 diputados, y los únicos argumentos que no han sido públicos a efectos de qué hacer con ellos han sido los tuyos.

Los del resto, se compartan o no, han sido expuestos con hondura y extensión, con esos “luz y taquígrafos” que tú y tu amigo Iglesias os comprometisteis a utilizar para narrar en directo vuestras charlas y que como en tantas otras cosas tuyas eran mera coartada escénica para desviar la atención y perpetrar tus andanzas en la clandestinidad.

Aquí el único que se ha ocultado eres tú, para juntarte con lo peor de cada clase y alcanzar en las penumbras una alianza infame que compensara en los despachos tus resultados en el campo de juego democrático

Siendo un niño bien, hijo y yerno de empresarios, de directivos de la SGAE en la época del ínclito Teddy Bautista, con menos cotizaciones en la Seguridad Social por trabajos privados que Chewaka horas de peluquería y militante del socialismo madrileño; adoptar ese tono antisistema, contribuir a alimentar todo lo que cabalmente deberías haber ayudado a frenar –sea el populismo o el soberanismo ilegal-, hace aún más impúdica y falsaria tu pose, fruto de una necesidad de supervivencia inicial a la que llevas dos años sacrificando todo, diciendo lo uno y lo contrario sobre Podemos o Puigdemont en función de tus intereses y no de principios algunos.

Iglesias o Rufián serán todo lo ídem que queramos, pero al menos no esconden lo que buscan ni cambian de objetivo: tú has intentado encajar tus intereses en la realidad, despreciando todas las obligaciones democráticas e intelectuales inherentes a un líder para presentar las razonables consecuencias de las mismas como una afrenta contra ti ante la que debías rebelarte.

El resultado de tu vergonzosa actitud no ha podido ser peor, o sólo lo hubiera sido de haberse concretado con un “cambio” que al día siguiente de producirse te hubiese convertido en la asistenta mal pagada de Iglesias, Rufián, Puigdemont y todas esas personas a las cuales ponías a escurrir antes de cada votación y luego lamías el trasero en un lúgubre callejón para venderles tu alma a cambio de un puñado de escaños-bomba que le estallarían a los ciudadanos en sus morros constitucionales.

Pero éste es tu legado. De haberte abstenido al día siguiente de cualquiera de las dos elecciones en las que hiciste algo parecido al ridículo; nadie en el PSOE ni en España se hubiese llevado las manos a la cabeza; especialmente si al mismo tiempo hubieras presentado su dimisión.

El resultado de tu vergonzosa actitud no ha podido ser peor, o sólo lo hubiera sido de haberse concretado con un “cambio” que al día siguiente de producirse te hubiese convertido en la asistenta mal pagada de Iglesias, Rufián, Puigdemont

Además, Rajoy sería presidente pero sin la sensación de mayoría absoluta anímica que ahora tiene por razones obvias y hasta diría merecidas. Y, por último ni tu partido estaría dividido ni Pablo Iglesias ejercería de jefe de la oposición ni la patulea de rufianes del Congreso se sentirían tan fuertes y legitimados como ahora.

Esto es, tu desprecio a la democracia, tus ambiciones, tus conspiraciones y tus traiciones sólo han servido para mejorar la situación de todos menos la tuya y la de tu partido; y ello en exclusiva por tu patético deseo de llegar a La Moncloa aunque a continuación La Moncloa se transformara en la casa de Lenocinio de todos esos señores que piensan que Bódalo es un preso político; Otegi un hombre de paz; Maduro un líder panamericano; la Policía una herramienta de represión; Cataluña la Sudáfrica del apartheid y todos los que nos escandalizamos una recua de franquistas pidiendo a voces nuestra lapidación a manos de “la gente”.

Si Zapatero inoculó en la España reciente el nefando virus del infantilismo atroz, combustible iniciático de esa banda de consentidos encabezada por Iglesias o Garzón; tú has añadido el genoma nihilista de la falta de escrúpulos para naturalizar los dos grandes desafíos que padece España –el populismo ultra y el independentismo golpista- en lugar de ayudar a contenerlos.

Hace algún tiempo le llamaste a Rajoy “indecente”. Ahora es fácil entender que no fue un exceso repentino, sino la traducción de un subconsciente que, como bien sabrás, actúa siempre como espejo de nosotros mismos.

Ahora que vas a tener tiempo libre, cuanto más mejor tras su épica Odisea política, tal vez tengas tiempo de releer Los Miserables de Víctor Hugo, aquel espléndido escritor que siempre se sorprendió de la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien. En esas páginas, si le pones algo de interés, empezarás por encontrarte en el personaje de Valjean, el héroe incomprendido y sacrificado.

Tal vez luego te sientas más próximo a Javert, tan equivocado como ausente quizá de malicia dolosa. Pero finalmente, si el viaje interior es más intenso que ese que quieres emprender en un coche sin frenos por la agrupaciones de media España como un vendedor de melones en mal estado; tendrás a bien reconocerte plenamente con el patriarca de la familia Thénardier, el saqueador que presumía de santo y era capaz de mentir a la mentira para sobrevivir un par de días.

Feliz lectura.