| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Rufián, Matute, Borrás y los vividores del Congreso al que denigran cada día

La sociedad española no tiene que acostumbrarse a ver, oír, callar y pagar a partidos y diputados que denigran las instituciones e insultan a la ciudadanía a diario.

| ESdiario Editorial

 

 

España se ha acostumbrado a algo tan inusual como que supuestos servidores públicos que viven, y muy bien, del erario, dediquen su tiempo a denigrar a las instituciones que les pagan y a las personas que las representan en nombre de todos.

Ocurrió con la solemne visita del Rey y de la Familia Real al Congreso para dar por iniciada oficialmente la legislatura, y sucedió de distintas maneras, todas ellas repudiables. Unos se ausentaron de la sesión y, antes, leyeron un comunicado denigrante contra el Jefe de Estado y lo que representa.

Lo hicieron los representantes de ERC, Junts, el BNG, Bildu o la Cup, con nombres tan significativos como los de Rufián, Borrás o Matute: tres diputados especialmente acostumbrados a denunciar supuestas ofensas en los territorios de los que proceden que, en realidad, ofenden al conjunto de los ciudadanos cada día con sus palabras, sus intenciones y, a menudo, sus hechos.

Otros, especialmente de Podemos y del PNV, lo hicieron también quedándose sentados o no aplaudiendo protocolariamente el discurso de Felipe VI, que una vez más esparció tolerancia, consenso y pluralidad en favor de las mismas personas que practican valores opuestos a los predicados.

¿Por qué hay que acostumbrarse a los desprecios y los insultos a las instituciones de partidos y dirigentes minoritarios?

La imagen final ofrece un paisaje distorsionado, más fruto de la Ley Electoral que sobrevalora en diputados el número de votos de estos partidos en el contexto nacional que de su peso real en la sociedad española. Y que ahora, por haber sido decisivos en la investidura de Pedro Sánchez, aún tienen un peso mayor.

El conjunto resulta deprimente y sitúa a la sociedad española frente a un espejo que sus instituciones no han sabido resolver y que cada día resulta más indigesto: ¿Por qué hay que pagar enormes sueldos y dar una influencia que no tienen a diputados y partidos que trabajan contra la sociedad española y lo hacen desde el desprecio y la falta de respeto?

Incluir estos abusos en el saco de la libertad de expresión es un recurso barato de quienes no se quieren enfrentar a la realidad o les compensa sufrir esos desprecios para lograr sus objetivos. Pero no es propio, desde luego, de una sociedad civilizada y democrática.