| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El dilema de Pablo Iglesias, el asaltante de cielos instalado ya en la casta

El líder de Podemos es tan resistente como Sánchez y ha sobrevivido a casi todos. Pero lo difícil comienza ahora, con un equipaje lleno de fiascos y traiciones superadas.

| Antonio Martín Beaumont Opinión

 

 

Apenas hace seis años, un desconocido profesor de Ciencias Políticas de la Complutense de Madrid aleccionaba a sus alumnos: “Los gobiernos se ganan al ataque y se pierden en defensa”. Aquel anónimo Pablo Iglesias tiraba en clase de su afición al baloncesto.

Ese joven profesor preparó este fin de semana su mudanza a uno de los despachos más influyentes de España, el de vicepresidente del Gobierno. Será hoy mismo, entre los tapices históricos de La Zarzuela, cuando Iglesias, con su promesa ante el Rey, ponga el balón en el aro tras una de las carreras políticas más veloces de nuestro país.

Iglesias y sus fieles habrán cumplido su famoso “desideratum” (el ‘sí se puede’ que fue un clamor en las plazas y calles del 15-M) y certificado la promesa a sus bases: “Asaltar los cielos”.

Iglesias se hará la fotografía atentamente observado por don Felipe VI después de haber tenido la habilidad -no sin el auxilio de determinantes apoyos mediáticos y de los padrinazgos, aún por explicar, del populismo latinoamericano- de convertir un movimiento ciudadano de indignados por la crisis económica en un partido. Y precisamente va a compartir Consejo de Ministros con Pedro Sánchez, político que ha hecho de la “resistencia” su seña de identidad.

 

Aunque también Iglesias es un cum laude como “resistente”. De hecho, llega a la Vicepresidencia sobreviviendo a fiascos electorales, escisiones traumáticas, traiciones y purgas, hasta convertir “su” Podemos en una difusa maquinaria de mando. Por cierto, perfectamente asimilable a la “casta” que prometía combatir en sus primeros pasos.

Enterrados los círculos, las plazas y las calles, aniquilado hasta el último resquicio de la disidencia interna, Iglesias contempla ahora su gran reto, el dilema que sellará su futuro: ¿será capaz de marcar un perfil propio en el gobierno de coalición “progresista” diseñado por Sánchez precisamente para diluirle? Al líder morado le toca poner en marcha una actividad gubernamental que desmienta que “una cosa es predicar y otra dar trigo”.

 

 

A buen seguro, lo que queda activo de sus combativas bases y tal vez aquellos alumnos que le escuchaban en las aulas antes de su sorpresiva irrupción política de 2014 estarán expectantes por comprobar cuánto había de verdad en su discurso, tantas veces antisistema, de Prometeo robando el fuego a los dioses para devolverlo al pueblo, y cuánto de mero instrumento para llegar a la cúspide impulsado por la indignación de unos españoles desesperados por la crisis.

No son pocos los críticos del partido morado, discrepantes fulminados por el “pablismo”, que están convencidos de que Iglesias es ya un representante más de aquello que combatió: la política como mero modus vivendi.

Un “político profesional” al uso. Pero nadie duda de que cuando Iglesias se acerque a la mesa, ideológicamente desprovista de la tradicional Biblia y del Crucifijo, para prometer como ministro, se estará abriendo una etapa distinta en Unidas Podemos.

La moqueta

Iglesias, junto a su pareja Irene Montero, Yolanda Díaz, Manuel Castells y Alberto Garzón, deben demostrar que sus recetas comunistas –marchitas y tantas veces fracasadas- pueden ser viables hoy bajo su barniz. Pero, sobre todo, deberá convencer de que está en la cosa pública por algo más que una cómoda nómina para pagar el chalet de Galapagar al calor de la moqueta y con decenas de asesores y coche oficial, abalorios de los que tanto renegó.

Los precedentes de Podemos no son halagüeños. Basta mirar el erial del Madrid de Manuela Carmena o la Barcelona de Ada Colau. Por no hablar de los dramas humanitarios del populismo de ultraizquierda en Venezuela o Bolivia.

El partido de verdad empieza ahora.