| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Nuestra gran deuda griega

Hace más de 70 años, recuerda el autor, toda una celebridad como Friedrich Hayek ya advirtió de los peligros de una planificación económica uniforme para una región tan diversa como Europa.

| Luis Marí-Beffa Opinión

"Imaginarse que la vida económica de una vasta área que abarque muchos pueblos diferentes, como Europa, pueda dirigirse o planificarse por procedimientos democráticos, revela una completa incomprensión de los problemas que surgirían. Dicha planificación no podría ser otra cosa que un pequeño grupo imponiendo al resto los niveles de vida y ocupaciones que los planificadores sociales consideran deseables para los demás. Sin embargo, si hay algo cierto, es que el "Grossraumwirtschaft" de la especie que han pretendido los alemanes solo puede realizarlo con éxito una raza de amos, un "Herrenvolk", imponiendo brutalmente a los demás sus fines colectivistas y sus ideas intervencionistas". Camino de Servidumbre. Friedrich Hayek. 1944.

Goldman Sachs ayudó al gobierno conservador griego a falsear sus cuentas cuando Mario Draghi era vicepresidente de esta banca de inversión. Era la época de la orgía. Papandreou destapó la estafa, sin embargo le costó no solo el puesto, sino el hundimiento de la socialdemocracia griega y posterior recambio circense, con referéndums traicionados, corralitos, huelgas generales y toda suerte de confetis. Eso sí: Draghi ascendió a presidente del BCE que, entre otras cosas, dejó correr el tiempo suficiente como para que la deuda privada de los inversores alemanes pasara a ser de titularidad pública.

Antes, en la habitación de un hotel de Nueva York de tres mil dólares la noche, un francés de origen judío, canoso, de 62 años, salió de la ducha envuelto en una toalla. Mientras, una trabajadora de origen guineano estaba limpiando un pasillo de la habitación. El hombre, empujado por un irrefrenable arrebato sexual, se abalanzó sobre ella, forcejearon, la empujó contra la pared, tenía en la cara una mirada tan turbia y feroz que la limpiadora consiguió zafarse de él y salir corriendo de aquella habitación. Unas horas después, ese hombre canoso de origen judío fue detenido en el avión que le debía llevar a París. Yo no estaba allí. Ninguno de nosotros estábamos en aquel hotel. Ignoro si un sexagenario como Strauss-Kahn -por aquel entonces gerente del FMI- pudo ser presa de pulsiones tan indómitas.

Unos días más tarde (quizá tan solo unas horas), estaba citado con Angela Merkel para tratar de convencerla de que flexibilizara un poco sus exigencias de austeridad para con Grecia.

Pero, ¿cómo se llegó a aquella situación?

En una esquina del cuadrilátero tenemos a Grecia, retocando sus cuentas públicas de un modo compulsivo, sin un recuento exacto del número de empleados públicos al que el Estado (esa inmensa teta sobre la que todos los griegos saltaban para tratar de alcanzar su pezón) debía pagar sus nóminas. Un país que desvió su déficit público, como se dijo antes, en un 400% (del 3,7 al 14%, es decir, una desviación de 23 mil millones de euros, nada más y nada menos).

Los griegos se dedicaron durante lustros a derrochar sin tasa. ¿Cómo se pagaba aquella bacanal social? Sencillísimo. Emitiendo deuda pública que los mercados compraban al 1,5%, como si fuera deuda de la propia Bundesbank

Con un PIB bastante inferior, los griegos tenían un salario mínimo de más del 50% que el nuestro. El sueldo medio de los trabajadores de las empresas públicas estaba establecido en 65 mil euros anuales. Dos tercios de los médicos privados helenos no pagaban ni un solo céntimo en impuestos, ya que el corte para tal requisito estaba fijado en 12 mil euros anuales (aquí está en 3.700 euros, si no me falla la memoria). El ferrocarril tenía beneficios de 100 y gastos de 700 millones. Con una burguesía griega, relacionada con los armadores, que no solo no pagó impuestos durante décadas (aún hoy sigue sin hacerlo), sino que amenazaba a los gobiernos de turno con abandonar el país si les apretaban las tuercas (supongo que aún hoy siguen haciéndolo).

En el colmo del delirio, la Seguridad Social incluso podía jubilar a un peluquero de 55 años si alegaba motivos de "peligrosidad" en el ejercicio de sus funciones. ¿Cómo se pagaba toda aquella bacanal social? Se preguntarán. Sencillísimo. Emitiendo deuda pública que los mercados compraban al 1,5%, como si fuera deuda de la propia Bundesbank. Como comprenderán, todo aquello se parecía más a la reencarnación de Éride, diosa griega de la discordia, que a un funcionamiento medianamente razonable y regulado de la economía entre dos países.

En la otra esquina del cuadrilátero enemos a Alemania, con la segunda reserva de oro más copiosa del planeta (mejor no preguntarse de dónde salió). El caso de Alemania es más sencillo de explicar. Se dedicaron a comprar basura como descosidos a precio de oro. Para de contar. Es decir: compraron deuda griega y algunos excrementos más, como esos paquetitos de mierda subprime que llegaba, excelentemente empaquetada, en unas cajas que llevaban impresas aquellas magníficas triples Aes en letras de bronce y oro. Tenían abundantes excedentes y, aburridos, decidieron arriesgar. Y se pegaron un sonoro y estrepitoso batacazo.

¿Lo hicieron a propósito? No lo sé. Yo no estaba allí. Ninguno de nosotros estábamos allí. Pero, como se volvió a decir antes, desde que comenzó la crisis muchas de las decisiones que se han tomado han ido encaminadas a que estos tiernos acreedores alemanes privados vayan ganando tiempo y la deuda griega, que al fin y al cabo no deja de ser alemana, se convierta en deuda pública. Es decir, de usted y mía, pese a que ninguno de los dos estuviéramos allí.

Hacía décadas que un partido de ultraderecha no pisaba el Bundestag. Acaba de suceder. Y, la verdad, no me extraña.

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