| 22 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Wyoming no deja de dar lecciones desde su púlpito.
Wyoming no deja de dar lecciones desde su púlpito.

¿Libertad de expresión?

Él y demás guardianes de la ortodoxia gritan “¡Anatema!” y la oveja descarriada o calla o es excomulgada para ingresar en el círculo de los fachas explotadores, machistas y come-obreros.

| Marcial Martelo Opinión

‎@naciventa3: “Que vergüenza de periodista diciendo barbaridades. Pilar Cernuda: ¿Si llevan traje y nos roban es mejor?”

Hace tiempo que en este país nuestro se ha convertido en una absoluta temeridad la expresión de cualquier opinión que no coincida milimétricamente con lo políticamente correcto: desde tachar de gilipollez la muletilla del “todos y todas” (porque también lo es decir “pianisto” o “trapecisto”), hasta sugerir la sustitución de la violencia de género por la violencia doméstica como agravante penal (porque un Código Penal que hace pedagogía sin justicia no merece tal nombre y porque universalizar algo no es suprimirlo), pasando por defender la conversión de las becas en créditos a devolver cuando se trabaje (porque el encofrador sin hijos no tiene por qué financiar a fondo perdido a los de los demás) o asumir que el pueblo a veces se equivoca (porque ya lo hizo el alemán en el 32 o el catalán casi siempre).

Naturalmente, el problema no es que ninguna de estas ideas sea mayoritaria en la sociedad en la que vivimos (es el precio que gustosamente ha de pagarse por vivir en democracia: sufrir la equivocación de la mayoría). El drama es que ni siquiera es ya posible el debate. Los argumentos no importan, porque nadie está dispuesto a escucharlos. Desde su púlpito, el Gran Wyoming y demás guardianes de la ortodoxia gritan “¡Anatema!” y la oveja descarriada o calla o es fulminantemente excomulgada del rebaño de los leales (por definición, todos ellos buenos demócratas, solidarios y justos) para ingresar en el octavo círculo del infierno: el de los fachas explotadores, machistas y come-obreros.

Antes te mandaban a la cárcel. Hoy las cosas se hacen de un modo más civilizado: el díscolo tan sólo se ve sometido a un proceso público de escarnio, sin más condena que la vergüenza y el aislamiento (incluso por los suyos). Es cierto que ayer a uno le quedaba al menos la dignidad mártir del represaliado, pero tratándose de dignidad… ¿quién va a notar su ausencia si hoy ya no quedan peritos en dignidades perdidas?

En todo caso, siempre está ahí el viejo recurso de nuestros sabios abuelos: que tu libertad de expresión no rebase los límites de tu mesa camilla.

Y en eso estábamos. Pero hete aquí que cuando ya casi nos habíamos resignado a perder eso que algunos pretenciosos sin mérito llamaron “libertad de expresión” (qué importan Voltaire, Montesquieu, Benjamin Constant o Stuart Mill, cuando cualquier sacrificio es bueno con tal de caerle en gracia al gran Ferreras y demás gurús de La Sexta), ahora ya se nos niega hasta la libertad de descripción.

“Algunos de ellos huelen mal”. Lo dijo Pilar Cernuda hace unos días, refiriéndose a algunos diputados de Podemos con los que había entrado en proximidad geográfica. ¿Estaba quizás haciendo un juicio de valor sobre su ideología? Ella lo negó. Interrogada por Susanna Griso (“Pero, ¿qué estás diciendo, Pilar?”), la señora Cernuda se vio obligada a explicitar lo obvio: “Lo que vi… y lo que olí”. O sea, pura asepsia, que doña Pilar ya sabe que la opinión no cabe.

La periodista se  había limitado a precisar sus sensaciones olfativas. No había valorado programa, ideas o comportamiento. Ni siquiera complementos o peinados. Sólo había descrito olores. Pero cometió un error fatal: describió negativamente a quien no debía, y hoy eso tampoco se puede.

Así, frente a los más simples, que tranquilamente entendimos que Pilar Cernuda se había limitado a decir que esa mañana algunos diputados de Podemos no se habían lavado lo suficiente, las redes sociales se incendiaron y, con ellas, los santos custodios de lo que sea que esté por venir. ¿La acusación? Lo de Pilar Cernuda no eran inocentes olores, sino soterrados juicios de descalificación ideológica, hechos desde el insulto personal.

Ayer no éramos libres de opinar. Hoy ya ni siquiera lo somos de describir.