| 01 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante un paseo frente al Congreso
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante un paseo frente al Congreso

El día después

Muchos no ven en ninguno de los partidos con posibilidades una solución real al caos creciente, por lo que, en este contexto, se puede actuar en consecuencia y votar “lo menos malo”.

| Eduardo Arroyo Opinión

El escenario que se abre ante el 26-J es claro: o gobierno del PP en minoría o gobierno de Unidos Podemos en coalición con el PSOE. De darse la aritmética necesaria para que, siendo el PP ganador, UP y PSOE alcancen la mayoría absoluta, me extrañaría mucho que el PSOE prescindiese de su proverbial apego al poder y dejase gobernar al partido de Rajoy. Muy posiblemente llegarían a algún tipo de entente en nombre del “progresismo”, “la izquierda” e ideas similares.

Muchos no ven en ninguno de los partidos con posibilidades una solución real al caos creciente, por lo que, en este contexto, se puede actuar en consecuencia y votar “lo menos malo”. Cuando se oyen este tipo de expresiones no queda más remedio que preguntarse: “lo menos malo” ¿para qué o para quién?

La expresión “lo menos malo” es una expresión, vacía de contenido, que necesita un parámetro para adquirir significado. “Malo”, juzgará un miembro de la CUP, es que no se alcance la independencia de Cataluña; “malo”, por el contrario, será para cualquier persona sensata que Cataluña se vea sometida a un proceso de “cubanización”. Es necesario, por tanto, precisar de qué estamos hablando.

Los pilares de la comunidad

En lo que a mi respecta, “malo” es todo aquello que atenta contra los pilares que sostienen nuestra comunidad y nuestra nación multisecular: es decir, son “malas” aquellas opciones políticas que minan y destruyen el sentido tradicional del hombre europeo cristiano –no me refiero a ciertas formas de neocatolicismo político afines a posiciones liberales o de izquierda- o que, por otro lado, socavan la unidad nacional entendida como comunidad histórica, y no el constructo ideológico del “patriotismo constitucional” liberal.

Si es esto lo que está en peligro, cabe concluir que el PP se ha limitado durante sus años de gobierno a ralentizar, y de ningún modo a detener, a todas aquellas fuerzas que destruyen los dos pilares básicos anteriores. La vía liberal, en este sentido, no difiere mucho de la vía progresista. El PP utiliza los votos de los que esperan una defensa activa de la España cristiana, comunidad nacional con personalidad histórica propia, para servir a políticas esencialmente enemigas de estos principios.

Por consiguiente, todos aquellos que sean partidarios de esa España deben de ir afrontando, de una vez por todas, la realidad de que nada de lo que ellos quieren está representado por los partidos al uso. De ahí que poco a poco, el mundo se esté hundiendo bajo sus pies y cada vez sean posibles situaciones más agresivas, impensables escasamente hace una década.

La trampa de los "patriotas"

Los tiempos que vienen demandarán de manera cada vez más clara una defensa real y activa de lo que se piensa, y no una defensa pasiva en la que se opta por aquello que, aun sabiendo que no es bueno o habiendo demostrado en el tiempo una ineficacia real, pasa por ser lo menos malo.

Hasta un ciego puede percatarse de que esto no va a seguir así mucho tiempo. El motivo es que ni la ineficacia en la acción política, ni la sumisión al poder, ni una falsa “tolerancia” van a apaciguar a aquellos que odian al país y a todo lo que este ha representado. Pese a autodenominarse “patriotas”, es evidente que buscan confundir y ganar transversalidad social con ello. Llaman “patriotismo” a la consolidación de su taifa y a la dictadura brutal de sus prejuicios, fobias, filias y manías, una cosa que queda en las antípodas de aquello por lo que España ha sido desde los visigodos.

Es muy posible que el escenario de una colusión Unidos Podemos-PSOE se produzca finalmente y aunque nadie sensato o medianamente formado pueda dejar de ver esto como una catástrofe, bien es cierto que también tendrá dos ventajas: primero, demostrará que la “nueva política” de Iglesias es en realidad la política más vieja de siempre, que por prejuicios ideológicos no hace ascos a ejercer el poder con el partido posiblemente más corrupto del mundo occidental. Siempre son buenas pues las clarificaciones.

En segundo lugar, tendrá de bueno que, como ejercerá una dictadura de guante blanco pero brutal con los adversarios, a lo mejor así esa enorme masa social decide de una vez por todas defender activamente aquello por lo que sus ancestros lucharon, murieron y se sacrificaron. Lo importante, entonces, no será el 26-J sino el día después.