| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Sánchez, un pacto con Paquirrín

Al líder del PSOE, cuyos corifeos repiten sin pudor alguno la falacia de que no es presidente porque se negó a pactar con cualquiera, le ha valido y le valdrá todo con tal de ganar el tiempo

| Antonio R. Naranjo Opinión

Si el Gobierno de Sánchez dependiera de un pacto con Paquirrín, habría Gobierno. Y escucharíamos justificaciones de este tenor: “El cambio necesita esfuerzos transversales e integrar a todo el mundo, especialmente a representantes del sector de hijos de tonadilleras con liderazgo en todos los polígonos del país”.

También serviría para lograr “el cambio” el célebre Cuco –“Los psicópatas tienen algo que decir”-, Quimi Portet –“La España plurinacional”-, el camarero vejado por Quimi Portet –“la España vejada”- y, desde luego, el mismo populismo que  según sus propias palabras ayer quería convertirnos en Venezuela y el mismo secesionismo que simplemente no nos quiere.

A Pedro, bien para la presidencia, bien para la secretaría general, le sirven todos menos los ocho millones de votantes del PP

A Pedro, bien para la presidencia, bien para la secretaría general, le sirven todos menos los ocho millones de votantes del PP –todos ricos, corruptos, fachas y tontos- y los líderes de su propio partido que acumulan buena parte de los votos del PSOE. Vara, Díaz, Page o Fernández son también enemigos del cambio, peligrosos ultraderechistas infiltrados en el partido para desestabilizarlo y hacerle el trabajo sucio a Rajoy.

Tampoco sirve Rivera, el filial de Mariano, que añade Primo a su apellido cuando se niega pero es moderado amigo cuando pacta: incluso llegaría a la categoría de hermano si le prestara sus diputados para un pacto a tres con Podemos, algo así como esperar que un león cace junto a un tigre y que las gacelas les aplaudan a ambos.

Tampoco sirve Rivera, el filial de Mariano, que añade Primo a su apellido cuando se niega pero es moderado amigo cuando pacta

De todo lo que le vale a Sánchez, lo más indecente es el nacionalismo catalán. Al menos los 19 diputados (los de Bildu, ERC y la vieja CiU) que defienden directamente la secesión y disfrutan por la fractura social como Donald Trump hablando de Méjico deberían ser descontados por cualquier aspirante a gobernar España, dejando el Congreso en 331 diputados a efectos de recuento para una investidura: el pacto entre PP, Ciudadanos y Coalición Canaria superaría el umbral de la mayoría absoluta si el PSOE hiciera algo tan básico como establecer un cordón constitucional a los partidos que violentan la ley y la convivencia y presumen de ello.

No es tan difícil: consiste en aplicar lo que recoge el Comité Federal del PSOE y la propia historia del partido, cuyo hundimiento nace de haber perdido un discurso estructural para toda España y reconocible para el conjunto de sus ciudadanos: su infantil tentación de competir con Podemos haciéndose un poco de Podemos y pactando todo lo que se deja con Podemos explica como nada el éxito de Podemos; de la misma manera que su equidistancia cursi con el secesionismo, al que intenta matar a besos,  termina por explicar sus 85 modestos diputados.

A Sánchez, cuyos corifeos repiten sin pudor alguno la falacia de que no es presidente porque se negó a pactar con cualquiera –fueron Ciudadanos y Podemos los que se negaron a darle la manita para contentar al chaval; y fue Susana Díaz quien impuso un veto a una alianza alternativa con el universo populista y la aldea independentista a la vez-, le ha valido y le valdrá todo con tal de ganar el tiempo necesario para tener opciones de sobrevivir en el Congreso y ganar su Congreso: no se trata de que le guste Podemos y crea en la necesidad de pactos; ni tampoco equivale a que sea un peligroso irresponsable capaz de ver con simpatía al ídem de Rufián o al president con apellido de pizza barata.

Es algo peor: los detesta, sabe que son más enemigos que rivales y es plenamente consciente de que defienden ideas perversas, maniqueas y peligrosas para una democracia ya bastante degradada por una crisis que no sólo es económica.

Sánchez es consciente de que el PSOE ha dejado de ser el PSOE por ese viaje alucinógeno emprendido por él creyéndose Dennis Hooper en Easy Ryder a lomos de una Harley

Incluso es consciente –no puede no serlo- de que el PSOE ha dejado de ser el PSOE por ese viaje alucinógeno emprendido por él creyéndose Dennis Hooper en Easy Ryder a lomos de una Harley y no pasando, en realidad, de un quinceañero en su vespino sin seguro.

Todo espectáculo tiene un final, y el de Sánchez será abstenerse por culpa de los barones, logrando con ello sus dos objetivos: evitar terceras elecciones para no perderlas de nuevo y dimitir a continuación; y presentarse ante los militantes como el único aspirante a secretario general que se opuso a Rajoy.

Aunque haya que pactar con Paquirrín y decir a voces cómo canta de bien este tío.