| 07 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La medalla secreta

En abril de 1948 el presidente Truman otorgó la condecoración más importante que los EEUU conceden a militares extranjeros a un general yugoeslavo. El expediente permaneció secreto

| Juanjo Crespo* Edición Valencia

A principio de los años 40, en Yugoslavia no se estaba luchando solamente la II Guerra Mundial. Estaba –también- la guerra entre serbios y croatas, entre comunistas y monárquicos, entre ortodoxos y católicos… el cóctel perfecto para la devastación y el odio como jamás se había visto en Europa.

En medio de aquel caos y aquella orgía de sangre, dos generales luchaban entre ellos y –al mismo tiempo- peleaban juntos para expulsar a los nazis de su querida Yugoslavia: Tito y Mihailovic.

Para ayudar a expulsar a los alemanes, los EEUU enviaron miles de aviones a los Balcanes con suministros, armas, municiones, medicinas…. y todo lo necesario para proseguir la lucha en la que tanto Mihailovic –con sus voluntarios monárquicos serbios- como el mariscal Tito –con sus partisanos comunistas- estaban inmersos.

Los aviones de transporte norteamericanos debían volar a baja altura, entre la escarpada orografía de aquellos montes, para que la carga lanzada llegara en buenas condiciones a tierra. Eso hacía que durante unos minutos estuvieran a tiro de las baterías antiaéreas que los nazis tenían desplegadas en cada cota…, y esos artilleros alemanes estaban bien instruidos.

Si el impacto no era directo, y si el piloto tenía la suficiente instrucción y sangre fría, había una posibilidad de salvarse: el paracaídas. Parece difícil ¿verdad? pues os aseguro que aquello era muy fácil comparado con lo que venía después.

En caso de llegar con vida a tierra, los alemanes movilizaban todos sus recursos para encontrar al piloto derribado. Sólo había una esperanza, y es que los voluntarios del general Mihailovic le encontraran antes.

Para Draza Mihailovic, salvar a esos valientes era una cuestión de honor, algo personal a lo que estaba obligado por su condición de oficial. Era capaz de sacrificar a decenas de los suyos si con eso había una posibilidad de rescatar, proteger y evacuar a un piloto de los EEUU que se había jugado la vida para lanzarles provisiones.

Y así prosiguió la II Guerra Mundial hasta que acabó en 1945…., aunque no para Yugoslavia. Allí la guerra civil larvada que existía durante la ocupación alemana continuó unos años más y finalizó cuando el Mariscal Tito capturó y mandó fusilar a Mihailovic durante el verano de 1946.

Hubo otro general, Eisenhower, que no olvidó que Draza Mihailovic salvó a centenares de sus pilotos ¡más de 500! según está documentado en los archivos oficiales del ejército del aire de los EEUU. Valientes aviadores, con nombres y apellidos, que pudieron volver a sus casas -con sus familias e hijos- a pesar de ser derribados en los Balcanes.

Así que a principios de 1948 Eisenhower elevó al presidente Truman una propuesta: otorgar al general Yugoslavo la “Legión del Mérito”, la máxima condecoración que los EEUU conceden a militares de otros países.

Los diarios de operaciones de la fuerza aérea norteamericana no dejaban lugar a duda: las tropas de Mihailovic habían salvado a centenares de pilotos y Truman no podía negarse. El problema era que en 1948 las relaciones con Stalin se estaban empezando a tensar y otorgarle esa condecoración podría hacer saltar por los aires las relaciones con Rusia.

Así que se llegó a una solución inédita: se le concedería la medalla con carácter póstumo… y de manera secreta. Nadie fuera del círculo de confianza de la Casa Blanca y del Pentágono sabría de aquel reconocimiento.

El presidente Truman guardó aquella  medalla en su despacho. Al acabar su mandato en 1953 se la entregó Eisenhower quien le sucedió al frente de la Casa Blanca, y así hasta 1985, año en el que las autoridades norteamericanas decidieron entregar a sus familiares la medalla que esperaba en una caja oscura el momento de salir a la luz.

El general Mihailovic no pudo lucir nunca aquella medalla. La “Legión del Mérito” jamás adornaría –de manera figurada- su pecho destrozado –de manera literal- por las balas del pelotón de fusilamiento.

¡Qué extrañas son las guerras! Un mismo bando puede condenarte y premiarte a la vez. Por eso, lo importante es saber por qué luchas tú. Eso es lo que nadie te va a quitar ni va a tener que esconder. Eso va contigo hasta el final.

*Experto en Seguridad y Geoestrategia.