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Sardegna, fiscalidad extraordinaria y Generalitat Valenciana

Los 600 años de la Generalitat son un buen motivo para reflexionar sobre su origen. En 1418 se dotó de permanencia a la Diputación del General, que gestionaba el impuesto de generalidades

| Carlos Mora Casado * Edición Valencia

Dado que en 2018 se conmemoran los 600 años de la Generalitat Valenciana, nos ha parecido muy conveniente reflexionar sobre el origen de dicha institución. En 1418 se dotó de permanencia a la Diputación del General, que gestionaba el impuesto de generalidades que gravaba el tránsito de mercancías, con el cual pagar el donativo ofrecido por las Cortes al rey.

Estas diputaciones se disolvían una vez recaudado el dinero, pero el recurso cada vez más frecuente a la fiscalidad extraordinaria a lo largo del siglo XIV motivó, e incluso justificó, su vocación de permanencia, lograda, como hemos adelantado, en 1418.

Lo mismo sucedía de forma paralela en los restantes territorios peninsulares de la Corona de Aragón. Un proceso en el cual los acontecimientos acaecidos en Cerdeña, cuya historia tuvo sobre la nuestra una influencia en gran parte desconocida, resultaron determinantes. Como veremos a continuación, en gran parte determinaron una auténtica transformación política y fiscal.

Las batallas de Las Navas de Tolosa (1212) y de Muret (1213) determinaron la expansión mediterránea de la Corona de Aragón. Los acuerdos alcanzados en las décadas siguientes así la confirmaron. En 1244 el tratado de Almizra delimitaba la frontera con Castilla por el sur peninsular y en 1258, en el tratado de Corbeil, Jaime I renunciaba a sus derechos sobre los condados ultrapirenaicos mientras que Luis IX de Francia hacía lo propio con los suyos sobre los condados catalanes. Pero la rivalidad latente con los angevinos y los deseos de afianzarse en el Mediterráneo central se plasmaron con la boda del futuro Pedro III con Constanza de Sicilia en 1262.

De este modo, cuando los sicilianos se rebelaron contra los franceses en 1282, ofrecieron el reino al rey de Aragón, quien aceptó. Tras una larga guerra, los Anjou mantuvieron el título de reyes de Sicilia, segregada de la Corona de Aragón, pero debían renunciar temporalmente a su soberanía, en favor de Federico, tercer hijo de Pedro III.

Por su parte, tras los tratados de Anagni (1295) y Caltabellotta (1302), el rey aragonés, Jaime II, fue recompensado con la infeudación del regnum Sardiniae et Corsicae. Un reino que no obstante, tendría que conquistar y que a la postre se redujo solo a la mayor de ambas islas.

Por aquel entonces diversas entidades políticas se dividían Cerdeña. Génova y Pisa disponían de importantes territorios y de una evidente influencia política y comercial en ella, mientras que tan solo sobrevivía un reino autóctono independiente, el giudicato de Arborea, bajo el reinado de Hugo II. Este, con la esperanza no solo de conservar sino ampliar sus dominios y tal vez, obtener el gobierno de toda la isla, aunque bajo el dominio nominal de otro soberano, juró vasallaje a Jaime II y se comprometió a pagar un censo feudal.

Con este relevante apoyo local la hueste aragonesa, bajo el mando del infante Alfonso, desembarcó con cerca de 11.000 hombres al sur de la isla en 1323. Los costes de la campaña, superiores a las 175.000 libras, fueron sufragados fundamentalmente por los territorios de la Corona, el realengo. Al ser una expedición de conquista, se esperaban contrapartidas interesantes. Entre otras, la ciudad de Valencia, que otorgó el donativo más alto (17.500 libras), negoció la exención fiscal en los puertos del futuro reino de Cerdeña. De acuerdo con el pensamiento moral y económico de la época, la recaudación de los donativos se llevó a cabo a través de impuestos indirectos.

Tras superar el duro asedio de Iglesias, que por poco hizo fracasar la expedición, las fuerzas aragonesas se afianzaron en la isla expulsando definitivamente a los pisanos. Mayor resistencia ofreció Génova, con la que se mantuvo una costosa guerra naval (1329-1335). Si bien no fue abiertamente amenazado, el dominio aragonés no fue bien recibido. Entre los procesos de cambio que se desencadenaron, destacamos la introducción y extensión del feudalismo en la isla, lo que significó nuevas obligaciones y tributos para la población autóctona.

Todo cambió a partir de 1354, cuando el soberano de Arborea, Mariano IV, rechazó seguir pagando el censo feudal al rey de Aragón, lo que condujo a la guerra abierta y a la organización de una nueva armada, con el propio Pedro IV a la cabeza de sus tropas. El esfuerzo logístico y económico fueron importantes, pero no se logró una solución satisfactoria. Antes que aplastar a los rebeldes, tuvo que negociarse un nuevo acuerdo con Mariano IV en 1355. Una vez más fueron los territorios de realengo los que aportaron el grueso de los recursos, algo más de 454.000 libras.

El rey, apenas regresado a la península, tuvo que hacer frente a una nueva contienda, la Guerra de los Dos Pedros (1356-1366). Los territorios de realengo ya no podían sostener los gastos, por lo que tuvo que acudirse al conjunto de súbditos y vasallos, negociándose la concesión de cuantiosos donativos para enfrentarse al ejército castellano, a cambio de contrapartidas legislativas (privilegios), en el seno de las Cortes.

Aún no había terminado la guerra con Castilla cuando en Cerdeña estallaba de nuevo la rebelión. Hasta 1368 no se pudo organizar una expedición que fue derrotada de forma contundente cuando intentaba apoderarse de la capital de Arborea, Oristano. Cada vez costaba más tiempo reunir el dinero y los hombres necesarios mientras que los rebeldes seguían tomando, uno tras otro, los pocos castillos que aún permanecían en manos aragonesas. La nueva armada de 1371 ni siquiera llegó a la isla, puesto que fue interceptada en alta mar por las galeras genovesas. Tan solo en las plazas fuertes de Alghero y Cagliari ondeaban las armas del rey de Aragón.

Con el dominio sobre la isla no ya en retroceso sino apunto de perderse, solo cabía negociar treguas que permitiesen ganar tiempo mientras se disponían los medios y se esperaban mejores circunstancias. Lo fet de Sardenya, la guerra intermitente que no cesaba nunca, continuó devorando ingentes cantidades de recursos hasta 1409. En aquella ocasión se obtuvo una victoria decisiva en la batalla de Sanluri.

Lo fet de Sardenya ofreció múltiples ocasiones de negociación política para las élites de los diferentes territorios que integraban la Corona de Aragón. El rey necesitaba cada vez más dinero y lo necesitaba ya. Incapaz de hacer frente a los gastos con su propio patrimonio, no quedaba otra que solicitar el auxilio de sus vasallos. Todo ello modificó las relaciones de poder establecidas, al convertirse las Cortes en instituciones con la capacidad de dimensionar la política exterior de la Corona, al regular el flujo de dinero.

Por lo tanto, el recurso continuado a la fiscalidad extraordinaria fue determinante en el desarrollo y articulación de las instituciones parlamentarias de la Corona de Aragón y de su modelo pactista, tradicionalmente contrapuesto al modelo, más autoritario, imperante en Castilla. 

 

*Doctor en Historia-UV. Dottore di ricerca-UniCa