| 25 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Todos fueron franquistas, de Serrano a Carrero, de Falange al Opus. Pero querían cosas distintas, y todos querían poder. Con luchas memorables.
Todos fueron franquistas, de Serrano a Carrero, de Falange al Opus. Pero querían cosas distintas, y todos querían poder. Con luchas memorables.

Coaliciones, división, peleas y odios: la política desde Franco hasta Rajoy

El franquismo fue de 1936 a 1975 una coalición de ideas y personalidades. Franco mantenía el orden, a veces con mano dura. España ya era así, desde Serrano hasta Carrero.

| Pascual Tamburri Ocio

Ahora parece una novedad el hecho de que un Gobierno esté en manos de distintas fuerzas en coalición. Pero está lejos de ser algo insólito en el pasado de España, incluso en el régimen que más tiempo rigió en nuestro siglo XX. El franquismo nació en 1936 por vía de hecho, como el conjunto de fuerzas que por una u otra razón se alzaron en julio contra el Frente Popular y sostuvieron el liderazgo desde octubre de Francisco Franco. Pero no era un bloque monocolor ni monolítico, sino una auténtica coalición verdaderamente heterogénea si la miramos desde 2016.

El bando nacional, cuya vida interna en la guerra y en la paz nos describe Joan Maria Thomàs en algunos de sus momentos estelares, no fue y no pudo ser nunca un rebaño uniforme, ni un batallón con un único uniforme. Hubo tras el Caudillo falangistas –y de las varias Falanges realmente existentes, desde Hedilla hasta Arrese, desde Raimundo Fernández Cuesta a José Antonio Girón de Velasco, desde Miguel Primo de Rivera hasta Gerardo Salvador Merino; hubo carlistas, descabezados en la práctica tras la muerte de don Alfonso Carlos, y divididos sobre su grado de aceptación no tanto de Franco cuanto de la “rama isabelina” de don Juan, desde Fal Conde hasta el conde de Rodezno y más allá; hubo alfonsinos, siempre pocos pero ricos e influyentes, convertidos en juanistas desde 1941, autoritarios y para nada demócratas desde sus raíces, por mucho que luego quisiesen venderse de otro modo, desde Renovación Española hasta Lausana y Munich; hubo activistas católicos, en su mayoría conservadores y aun reaccionarios y sólo en una minoría luego multiplicada democristianos; hubo una facción de líderes y de militantes aportados por el campo conservador de toda España, por los que en el franquismo vieron mejor defendidos sus puntos de vista económicos y sociales, y hasta por nacionalistas de la Lliga e incluso vascos asustados por el terror de la España marxista. Pero hubo, sobre todo, un soporte enorme y estable en la masa conservadora española, que no quería ciertamente revoluciones pero que aún más quería orden y paz. Y Franco supo comprender su papel al frente de tan variados franquistas.

Joan Maria Thomàs, Franquistas contra franquistas. Luchas por el poder en la cúpula del régimen de Franco. Debate - RHM, Barcelona, 2016. 336 p. 24,90 € Ebook 12,99 €

 

Joan Maria Thomàs tiene el acierto de describir, de modo comprensible a distancia de tantos años, algunos de los episodios de lucha por el poder dentro del régimen, entre hombres y grupos que habían hecho y ganado juntos la guerra civil pero que no querían el mismo futuro para España. Desde Salamanca hasta Begoña, y desde el moderno, ilusionante pero débil proyecto totalitario de Ramón Serrano Suñer, hasta la asesoría occidentalista, monárquica y reaccionaria de Luis Carrero Blanco, el franquismo pasó por muchas batallas internas por el poder, y muchos equilibrios de fuerzas distintos. Thomàs, centrándose sólo en dos grupos de disputas y sólo en los primeros tiempos del régimen, da en la tecla más acertada y más permanente de éste: la última decisión entre unos y otros, la orientación, la fuerza y el equilibrio, residieron siempre en Franco, Jefe del Estado, Caudillo del Movimiento y Generalísimo de los Ejércitos.

¿Franquistas contra franquistas? Continuamente; y con distintos momentos de victoria y de derrota según decidiese la coyuntura exterior, la económica o la eclesial. Con episodios ora chuscos, ora sangrientos, pero siempre marcados por el personalismo de un régimen nunca totalitario, siempre confesional, siempre autoritario, y en muchos de los suyos consciente de su propia caducidad por su propia naturaleza.

Y las batallitas siguieron… mientras duró Franco

Miguel Ángel Gozalo, Antonio Fontán, un liberal en la Transición. Periodismo, latín y todo lo demás. Prólogo de Soledad Becerril. Almuzara, Córdoba, 2015. 288 p. 24,95 €

Pero si las peleas entre los franquistas genuinos de la guerra civil habían sido duras e interminables, qué no diremos de las que vinieron después, cuando el Partido, el Ejército, los Sindicatos y la Iglesia, pero sobre todo la sociedad –incluyendo empresas, Administración y Universidad-, empezaron a llenarse de las generaciones que no habían combatido, o al menos no habían liderado esa guerra. Al final, la lógica no dejó de ser la misma, sólo que nuevos matices, nuevos ritmos, nuevos grupos y nuevas razones de disputa.

Seguramente la facción más innovadora durante mucho tiempo, y no por ello menos leal al franquismo, fue la aglutinada en torno a los hombres del Opus Dei, entre los cuales el numerario Antonio Fontán Pérez es aún hoy una de las figuras más interesantes, aunque la verdad es que no sorprendente.

No sorprenden los avatares de la vida pública del profesor Fontán porque no dejó de ser un buen representante de un tipo humano en su entorno durante el franquismo y aun después. Un magnífico representante, diremos, y más aún lo diremos después de leer la biografía apasionada que de él nos ofrece ahora su discípulo Miguel Ángel Gozalo.

Fue Fontán de aquellas generaciones pequeño burguesas de la posguerra que en el éxito académico y la consecución de la cátedra y el uso de la misma en provecho de los propios vieron la primera meta de sus vidas. Fue Fontán jovencísimo catedrático de Latín, y era lógico con su perfil humano, social y cronológico, y por sus convicciones, que profesase su adhesión a la obra del padre José María Escrivá.

Nació de esa doble vinculación su participación en múltiples empresas públicas y académicas, desde el CSIC –entonces en manos afines- hasta la fundación de la Universidad de Navarra y en ella y fuera de ella de la conversión del periodismo en objeto de estudios y titulación superiores… superiores y militantes, eso sí. Dentro del franquismo, y sin jamás variar en materia religiosa, se hizo monárquico, y liberal, y crítico de otras familias del franquismo.

Es Fontán en esto, y con los datos que Gozalo nos da lo vemos claramente, un buen ejemplo de una confusión fácil e interesada en algunos casos. No se trató de un antifranquista militante y por convicciones, sino de un miembro de unas de las familias del régimen, evolucionado ante el envejecimiento y previsible fin de éste, en lucha con otras familias. Con o sin las imágenes de la voladura del Madrid, hombres del entorno de Fontán no pueden y no deben, y pecan si lo hacen, atribuirse precoces u hondas convicciones democráticas. Franquistas fueron y por serlo crecieron; como parte del franquismo llegaron a ser, como individuos y como corporación, lo que fueron y aún son.

Un hombre interesante, e interesado narrador, Fontán supo adquirir la imagen adecuada para estar en los puestos más visibles en el paso a la monarquía, y en ésta a la democracia de 1978; Gozalo no da una biografía sino una bonita fotografía narrada del Fontán que él quiso conocer. Y ciertamente tras el triunfo de los fontanes, y sólo tras él, dejó de haber peleas de franquistas contra franquistas; pero no por una victoria suya como demócratas o liberales, sino porque el régimen personalista murió con su fundador, desaparecieron los franquistas, y los más hábiles y los mejor apoyados por amigos y hermanos supieron colocarse debidamente. Y hasta hacerse narradores retrospectivos, e imaginativos, de su propia parte en el pasado. Eso sí, hay que pedirles fidelidad a los hechos, por el bien de todos.