| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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1-O, el aniversario de un burdo desafío alimentado ahora por el Gobierno

Sánchez ha debilitado a España rompiendo la cohesión entre PSOE, PP y Cs y aceptando legar al poder con el voto de partidos a los que debía haber aislado.

| EDITORIAL Editorial

 

 

Hace ahora un año la Generalitat de Cataluña impulsó un referéndum ilegal de independencia, como culminación de un desafío constitucional larvado durante décadas e iniciado, formalmente, en 2012 con Artur Mas aún en el Gobierno catalán.

Aquel día, contraviniendo todas las leyes y utilizando a los propios ciudadanos como escudo de sus desvaríos, las instituciones catalanas convocaron a las urnas a sus seguidores, para hacerles partícipes de una farsa y una agresión a la vez: el fracaso de aquella consulta no sólo fue su inutilidad en los términos buscados por el soberanismo; sino también su carácter de afrenta a los catalanes que no creen en la secesión.

Que Sánchez se empeñe en hablar de "normalización" y haya dinamitado la cohesión que ahora debería aplicar un nuevo 155 más amplio; es un horror

La única ruptura que ha provocado el 1-O, y la posterior Declaración Unilateral de Independencia, es la existente en el seno de la sociedad catalana, cada vez más enfrentada y difícil de reconciliar: triste balance para unos políticos incapaces de entender que su primera obligación es cumplir y hacer cumplir la ley para, con ello, garantizar la convivencia entre desiguales.

Deberle el cargo al separatismo

El estropicio del referéndum ilegal, replicado con la aplicación del artículo 155 para garantizar el respeto a la ley en Cataluña, ha tenido unas consecuencias devastadoras para sus impulsores, todos ellos en prisión, fugados o denunciados; pero no ha frenado las causas ni los objetivos ni los medios que utilizaron para su intentona.

Al contrario, la sonrojante alianza de Pedro Sánchez con el independentismo para llegar a La Moncloa ha provocado que, un año después de aquellos hechos, sus paladines tengan una influencia enorme, fruto de la lamentable ambición de un presidente que jamás tuvo que serlo con el apoyo de partidos a los que, desde cualquier formación constitucional, se debe ayudar a aislar.

La legitimación del independentismo y la cierta subordinación del Gobierno a sus máximos cabecillas proviene de las necesidades personales de Sánchez y consiste, por eso mismo, en intentar presentar como un acto de diálogo lo que en el mejor de los casos un ejercicio de ceguera ingenua y, en el peor y más probable, de entreguismo inaceptable.

El 1-O fue una farsa y una injusticia: la única ruptura que provocó fue la de la sociedad catalana

Lo cierto es que el independentismo no ha renunciado ni a los fines ni a los medios y, en este año, ha ahondado en la utilización subrepticia de las instituciones, en la presión callejera, en el desprecio a la jefatura del Estado y en la persecución de los mismos fines pero disimulando en los medios para ahorrarse problemas judiciales.

Que ante todo el Ejecutivo socialista se empeñe en hablar de "normalización" y haya dinamitado la cohesión del bloque constitucional que ahora debería estar ultimando un nuevo 155 más amplio; es una mala noticia para España y una muy buena noticia para el separatismo, encantado ante la perspectiva de división entre PSOE, PP y Cs y simplemente emocionado ante la constatación de que España tiene ahora un presidente que le debe el cargo.