| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El Rey Felipe VI este domingo durante la final de la Copa del Rey
El Rey Felipe VI este domingo durante la final de la Copa del Rey

El Rey silbado

España, el mismo país en el algunos políticos no se cansan de denunciar la Ley Mordaza, el insulto a los símbolos del Estado y al propio Rey se han convertido en el deporte nacional.

| Antonio R. Naranjo Opinión

No deja de ser sorprendente que en un país donde se permite ondear banderas racistas en recintos deportivos, perpetradas en origen por un tipo que gustaba de firmar sus detritos con un ‘Muera España’; se silba el himno nacional y se somete al Rey al linchamiento en un acto institucional; se denuncie luego la supuesta existencia de una ‘Ley Mordaza’.

Así la llaman, básicamente, los mismos que apelan a lo legal para justificar su falta de respeto y educación o, cuando la ley les es adversa, a la política para saltársela. Es un bucle infinito: los peores se sienten los mejores, y lo pasan todo por un tamiz tan infantil como totalitario. La ley es lo que digo yo, o debería serlo.

Empezando por el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, ese hombre con pinta de cuñado de Griffin Dunne en ‘Jo qué noche’, autor de un tuit delator, de borracho al menos de alegría tras la victoria de su Barça, que ya empieza a serlo menos del resto de España:

“El Barça guanya la final de les estelades!”, dijo ebrio como poco de gozo el sucesor de Artur Mas a título de marioneta de las CUP, la impagable muchachada que añora Corea mientras viste de Tommy Hilfigher y quiere que la tribu críe a sus hijos, como si los pobres tuvieran alternativa acaso.

De un lado tenemos, pues, a una tropa que se salta la Constitución, activa la sedición, celebra referendos ilegales, persigue a la lengua española, trabaja en una constitución alternativa xenófoba, trata de vagos o maleantes a andaluces y extremeños, se silba encima del himno y le hace cuchufletas a un señor muy educado que, además, es el Jefe del Estado que ha dedicado a Cataluña 40.000 millones de euros en un rescate no muy alejado del de toda Europa a Grecia.

De otro, aparte de un Rey silbado y estelado con poco apoyo político –no sea que los malos se enfaden-, una única voz, algo torpe pero acertada, la de Concepción Dancausa, cuyo único demérito es haber tenido que ser ella, desde un cargo que siempre huele a madero, la que clave una estaca que debía haber sido tallada en el Parlamento visto el fallo inducido de las aulas catalanas: a alguien con una pizca de educación no hace falta decirle que, por muy legal que fuera, no se entra a una mezquita silbando a Alá porque uno es más de Cristo.

El quid, viendo la pavorosa secuencia de las esteladas y del independentismo catalán, está en que, por alguna extraña razón no del todo definida, a los menos sutiles y más agresivos les sale gratis todo: Pablo Iglesias dijo no hace tanto, en un 2013 que no suena a bobada superada, que “todos los medios de comunicación son el enemigo”.

Garzón y Colau

Alberto Garzón, que se confiesa comunista entre aplausos de ignorantes que desconocen que la primera regla del comunismo es borrar la propiedad privada, acaba de defender el encarcelamiento en Venezuela de Leopoldo López, calificado de golpista por el político mejor valorado de España.

Ada Colau, la adalid camuflada de esteladas que reía cuando –vaya osadía- su número dos –ese tal Pissarello que le hace uno dudar de su oposición a las devoluciones en caliente- intentaba arrancar una bandera de España al pobre concejal barcelonés que quiso ponerla en su Ayuntamiento la última Mercé; y así una larga lista de exabruptos, ocurrencias y barbaridades perpetradas en nombre “del cambio” que, paradójicamente, tienen un inmenso éxito popular, marcan la agenda de los programas de televisión e incluso condicionan el discurso del conjunto de los políticos.

En la final de la Copa del Rey se han juntado todas las acciones y omisiones que explican un poco por qué España está como está, con un epílogo elocuente: veinticuatro horas después del abuso, se sigue hablando más de la tropelía que supuestamente supuso intentar evitarlo que de la barbaridad que supuso padecerlo.

Y se sigue permitiendo comparar la pitada a España, impulsada por el Gobierno catalán; con la infame manifestación ultraderechista de Madrid a la que apenas acudieron cuatro gatos descerebrados; como si la una fuera la expresión de libertad de todo un pueblo y la otra la imagen global del país al que conviene abandonar.

Estamos a dos minutos de que nos digan no te resistas, abre las piernas y disfruta. Y lo peor de todo es que empieza a ser difícil encontrar razones para no hacerlo viendo la infumable equidistancia del PSOE y la tibieza del PP y de Ciudadanos para decir a toda esta tropa lo obvio: a cada exceso, su sanción; y al que no le guste, que se empadrone en Parla.