| 18 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Indignarse con (toda) la corrupción

A los españoles no nos indigna la corrupción, ni nos preocupa. A los españoles nos preocupa que los nuestros sean un poco menos corruptos que el adversario. El ´yo elijo quien me roba'

| Fran Raga Edición Valencia

Hoy me confieso abatido, desganado si lo prefieren. El calor que desprende el televisor a la hora de comer es insoportable. ¿Y el móvil? A ese ya no dan ganas ni de mirarlo. Se busca Trabajo Final de Máster, firmado una política de moral distraída.


A los españoles no nos indigna la corrupción, ni nos preocupa. Al próximo que me lo diga lo bloqueo del whatsapp. A los españoles nos preocupa que los nuestros sean un poco menos corruptos que el adversario, (¡tampoco mucho eh!). El ‘yo elijo quien me roba’ está más extendido de lo que creemos.


Si te indigna que Cristina Cifuentes trampee para conseguir un máster pero no te enfurece que un juzgado investigue la presunta financiación irregular del PSPV y de parte de Compromís, no te indigna la corrupción. Si te indigna que en Andalucía haya una red de clientelismo pero no te molesta el Caso Pujol o la Trama Gürtel, no te indigna la corrupción. Si antepones la soporífera cuestión nacional, el Procés, al desalojo del partido más corrupto de Cataluña, no te importa la corrupción. Si te enfada que unos mientan en su currículum pero no te molesta que los programas de gobierno y acuerdos que firma Albert Rivera sean papel mojado, tampoco te importa demasiado esto de la corrupción.

 

Si eres de los de ‘sí pero y los…’, no te indigna la corrupción. La corrupción no sólo nos resta recursos económicos para pagar lo que realmente importa. La corrupción nos degrada como sociedad. Nos degrada porque sienta un ejemplo negativo para el conjunto de los mortales. Si actuar de manera correcta no genera ningún incentivo y quienes adquieren fama y poder tienen la moral distraída, ¿qué incentivo queda al resto de mortales para comportarse de manera socialmente aceptable?

 

Para combatir el cambio climático, además de los acertados carriles bici de Valencia, los expertos invitan a cambiar nuestra dieta. El exceso de carne y ganadería están aniquilando recursos forestales para dar de comer a un incipiente ganado que consume agua y emite mucho, demasiado, metano. Cuando China, India y Sudamérica quieran comer tanta carne como nosotros, tener tantos coches y viajar en avión tantas veces como nosotros, la emisión de gases de efecto invernadero se disparará a límites incontrolables.

 

Contra ello los que entienden de esto recomiendan predicar con el ejemplo. Si las sociedades en desarrollo observan en sus modelos occidentales el cambio hacia dietas más verdes, por ejemplo, adoptarán esos patrones, como han hecho con tantas otras cosas. En política pasa algo parecido. El que está arriba debe dar ejemplo, para luego estar legitimado y poder establecer un modo de control y sanción para garantizar la convivencia. Para dejar el listón alto para el que viene detrás.


Además, la corrupción abona el camino a los partidos antisistema que tanto erosionan las democracias y que suponen un auténtico desafío a la convivencia. Y sí, por si fuera poco, la corrupción empaña tanto el debate político que resta tiempo a debates que de verdad importan, como el futuro de las pensiones, la calidad del aire que respiramos en nuestras ciudades, la falta de inversión en industria e innovación o el del carcomido sistema educativo. Por cuestión económica, por modelo de sociedad, por prestigio de la política y por decencia debemos rechazar siempre la corrupción.


La política no puede vivirse como un partido de fútbol. La política no puede ser pasional, y no podemos rebajar tanto el nivel como para que quepa en un tuit y que genere mucha audiencia el sábado noche. Hemos pasado de un bipartidismo de dos partidos a un bipartidismo de bloques. Ya está bien de aceptar el pensamiento conservador de que sólo se puede ser de los unos o de los otros. Si las personas responsables no se mueven, si no se quejan y si no se movilizan, seguirán los de siempre alternándose, indignándose sólo por la mitad de la corrupción.


O prestigiamos la política, creamos consciencia de sociedad y desterramos de una vez las actitudes corruptas para no perder ni un minuto en discutir por ellas y centrarnos en lo que importa o nuestra sociedad está condenada a ser, siempre, la última de Europa.


‘Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un verdadero sabio’, no me atribuyan la frase, es Antoine de Saint-Exupéry, autor de ‘El Principito’.