| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Monedero es la versión castiza del juguete roto.
Monedero es la versión castiza del juguete roto.

Monedero, nuestra Shirley Temple

De aclamado cofundador de Podemos ha pasado a convertirse en esforzado animador de tertulias siniestras, sólo aptas para inteligencias tamaño eslogan. Es la nueva versión castiza del juguet

| Marcial Martelo Opinión

‏@revistamongolia: “ESTE MARTES EN @teatrosluchana HABLAREMOS CON JUAN CARLOS MONEDERO... DE GRATIS”.

La historia de Hollywood está llena jóvenes promesas que tras disfrutar de un momento de gloria se hundieron en el olvido. Actores plenamente consagrados cuando eran niños o adolescentes, pero que alcanzada la edad adulta desaparecieron tan rápido como llegaron.

Se acuñó un término cruel para denominarlos: juguetes rotos. Juguetes de una industria que, tras exprimirlos hasta la última taquilla haciéndoles creer que la admiración del público sería eterna, los abandonaba a su suerte al primer indicio de que su versión adulta ya no cuajaba.

La lista es larga. Shirley Temple, Freddie Bartholomew, Tatum O'Neal, Haley Joel Osment, Macaulay Culkin

Y no sólo es América el vivero de juguetes rotos. También España ha contribuido a la lista. El ejemplo más sonado -y quizás también el más desgraciado- es el de nuestro Joselito, “El pequeño ruiseñor”, que de niño prodigio del cine español pasó a una celda de la prisión Picassent, tras una vida plagada de mala suerte y soledad.

Pero ahora resulta que Joselito ya no está solo en la lista patria de juguetes rotos. Del mundo de la política nos llega una nueva incorporación, Juan Carlos Monedero, quien de aclamado cofundador de Podemos ha pasado a convertirse en esforzado animador de tertulias siniestras, sólo aptas para inteligencias tamaño eslogan. Monedero o la nueva versión castiza del juguete roto.

Su partido lo paseó por platós y radios, convirtiéndolo en el gurú de los indignados y en el portavoz de la Gran Mayoría social que quería el cambio. A día de hoy seguimos sin saber qué mayoría era esa -o no-, ni cuál es el cambio propuesto (el real, no el que se vende para no asustar). Pero sí sabemos que Monedero no duró.

Dolido con un partido que lo dejó en la estacada cuando estalló el escándalo de sus extraños y abultados cobros y de su ingeniería fiscal (la de siempre, la que antes indignaba a sus indignados), Monedero abandonó la primera línea para volver a sus antiguos quehaceres (fueren los que fueren). Y ahí sigue, cada día un poco más frustrado y languideciendo en su recién estrenado mundo de secundarios.

El problema es que el bueno de Monedero se aburre soberanamente y añora sus viejas glorias mediáticas. Y por eso de vez en cuando vuelve a lo suyo, a la actuación prime time. La vieja prima donna recupera su papel de Conciencia Viva de la Revolución y decide volver a llamar la atención. Y habla.

Pero ocurre que cuando lo hace ya no nos parece el líder que fue, sino el chiste sin gracia que se resiste a dejar de ser. Él lo percibe y por eso en ocasiones dobla la apuesta, en un intento desesperado por reconquistar a su añorada claque.

Por desgracia para él, la secuencia de reacciones que provoca es siempre la misma: primero, su gente descubre que no está muerto; inmediatamente después, los menos lo jalean, y los más se compadecen o se asquean; y, al final, todos giran la vista para seguir viendo el debate entre Iglesias y Rivera.

Al fondo, el Joselito de la política patria sigue gesticulando y apagándose. Patético juguete roto que se resiste desesperadamente a volver a su caja.