| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Extraños compañeros de cama

En mi época de espía, Kubati –asesino de Yoyes- me repetía en la pestilente enfermería de la cárcel de Burgos: “En política, nunca jamás, quiere decir que no en los proximos diez minutos".

| Manuel Avilés Edición Alicante

La realidad se empeña en que no acabe mi serie sobre la monarquía española, esa que según Casado cohesiona a la nación desde hace siglos. Tendría que empezar hoy con Carlos III -el hijo de Farnesio-, y con Carlos IV -un rey calzonazos e inútil-, dedicado a la caza, la carpintería y los relojes, además de a soportar los cuernos que le ponía, frenéticamente, María Luisa de Parma, también de la dinastía Borbón pues además de esposa era prima del rey.  Ella misma – los remordimientos a la hora de la muerte son jodidos- aseguró a su confesor, Fray Juan de Almaraz: “...en su última confesión que hizo el 2 de enero de 1819 dijo que ninguno, ninguno de sus hijos e hijas, ninguno era de legítimo matrimonio y así que la dinastía Borbón era concluida”.

Esto lo cuenta el propio fraile en su testamento y para descanso de su alma, según escribe cargándose el inviolable secreto de la confesión. Ya lo decían los presos viejos en la cárcel de Benalúa: Si quieres que algo no se sepa, hazlo solo. En los asuntos de reyes y reinas, las descendencias dinásticas van por un sitio y los refociles de cama van por otro como es sobradamente conocido en nuestra historia y como veremos, si es que los acontecimientos del día a día me dejan acabar de una puñetera vez la saga monárquica.

¿No es común a todos los que están en el poder – en el sillón, la moqueta, la secretaria y el coche oficial- una cierta tendencia a la paranoia, a ver enemigos que quieren descabalgarlos por doquier?

Mi capacidad de asombro llega a su límite. Cuando creo que nada me puede sorprender, me pasa lo que a aquel cura analfabeto de misa y olla, que quería pasar a la posteridad por haber puesto la Biblia en verso. Quiso empezar a lo grande y soltó los primeros ripios: “En Belén y en Navidad/ Jesús nació en un pesebre/ donde menos se espera/ salta la liebre”. No sé si el cura poeta ripioso, llegó a culminar su obra, pero a mí me pasa igual: me salta la liebre cuando creo que nada me va a asombrar ya.

El 5 de noviembre, el BOE publica una orden de 30 de octubre: “Procedimiento de actuación contra la desinformación”. Es imposible comentar punto por punto lo que han dado a luz nuestros sesudos rectores porque eso sería motivo de una tesis doctoral que tendría que hacer George Orwell resucitado, como complemento a sus obras 1984 y Rebelión en la granja.

Afirma la orden al principio que “el acceso a información veraz y diversa es uno de los pilares que sustentan la democracia”. “El objetivo – dicen que de conformidad con la Comisión europea- es atajar la desinformación y reforzar la resiliencia”. Insiste – se viene arriba- el redactor de la orden del BOE en que “Las acciones y procesos recogidos en este procedimiento ayudarán a mejorar y aumentar la transparencia con respecto al origen de la desinformación”. La orden es poco menos que el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura.

El motivo de esta orden, es que los procesos de participación democrática “se ven cada vez más amenazados por la difusión deliberada, a gran escala y sistemática de desinformación, que persiguen influir en la sociedad con fines interesados y espurios”. ¿No es común a todos los que están en el poder – en el sillón, la moqueta, la secretaria y el coche oficial- una cierta tendencia a la paranoia, a ver enemigos que quieren descabalgarlos por doquier?

La oposición ha salido en tromba contra ese “Comité de la verdad” que se pretende instaurar desde Presidencia del Gobierno al mando del señor Redondo, jefe de gabinete, y del señor Oliver, Secretario de Estado de comunicación, aparte de algunos más.

Si el autor de una calumnia, una injuria, una proposición o un complot para delinquir se esconde tras una red social, para eso están los cuerpos de Seguridad del Estado, para encontrarlo y llevarlo al juzgado que corresponda.

¿Alguien ataca con noticias falsas pretendiendo socavar nuestras libertades? ¿Alguien dice que hay que beber lejía contra el coronavirus? ¿Alguien injuria o calumnia llamando ladrón o prevaricador a algún prohombre patrio? ¿Alguien hace campaña contra la seguridad interior o exterior del Estado? ¿Para qué está el código penal y los tribunales? ¿Quién controla y dirige ese comité de la verdad, que huele que tira para atrás al totalitarismo que predijo Orwell?

Cada medio, que no tiene que estar bajo ninguna vigilancia y que debe ser responsable de todo lo que publica, tiene que saber qué hay en cada una de sus páginas y quién responde de ello. Si el autor de una calumnia, una injuria, una proposición o un complot para delinquir se esconde tras una red social, para eso están los cuerpos de Seguridad del Estado, para encontrarlo y llevarlo al juzgado que corresponda.

Tiene un tufo raro el comité de la verdad y me huele a ley de prensa de Fraga por lo menos. Me huele al “Nihil obstat” que tenía que pasar toda publicación cuando Franco mandaba, por no citar a otras censuras o aleccionamientos inquisitoriales, stalinianos o goebelsianos, o sea, fascistas. ¿Cuál es la
tarea de ese comité de la verdad, ejercer como juez, como fiscal, como simple vigilante denunciador?

Acuérdense de lo que decía el padre de la patria catalana, Jordi Pujol, hoy etiquetado como cabeza de una trama familiar de enriquecimiento, presunta y casi flagrante: “La política hace extraños compañeros de cama”. Es la esencia de la democracia.

Tenemos derecho a recibir información veraz y diversa y ahí está la clave de una realidad que no podemos soslayar: es imprescindible el espíritu crítico. El espíritu crítico nos capacita para cribar lo que nos llega desde mil sitios y distinguir las gilipolleces, los infundios y la basura de lo sensato y lo razonable.

El espíritu crítico se desarrolla a diario con una sola arma: la formación. Si quitas de los planes de estudios el latín y el griego – lenguas clave en nuestra cultura-; si quitas la filosofía – instrumento esencial en la organización del pensamiento y en el progreso del hombre-; si te olvidas de la historia – maestra de la vida en todos los terrenos-; si dejas pasar de curso y das títulos de bachiller a analfabetos funcionales porque no es necesario aprobar todas las materias; si cuando un profesor llama la atención a un niño, va el padre con armas y bagajes a poner al maestro contra la pared, estás creando manadas de borregos que pastan en la incultura y en las islas de los putiferios. Una persona con el espíritu crítico formado no necesita ningún comité de la verdad que la oriente, ella sabe leer y oír, y distinguir el grano de la paja.

No quiero quedarme sin tocar otro asunto de plena actualidad. Decía Pedro Sánchez que jamás pactaría con Bildu y ha pactado. En mi época de espía, Kubati – el asesino de Yoyes para entendernos- me repetía una y otra vez en la pestilente enfermería de la cárcel de Burgos: “En política, nunca jamás, quiere decir que no en los próximos diez minutos”.

No me gusta Bildu pero no me parece mal el pacto. Mil veces les dijimos a los etarras que dejaran las armas y defendieran sus postulados en las instituciones. Ahora que las dejaron y están en los parlamentos no podemos decir que con ellos no se habla, no se pacta y no se acuerda – aunque el extremeño Vara se tenga que tomar un antiemético- . Acuérdense de lo que decía el padre de la patria catalana, Jordi Pujol, hoy etiquetado como cabeza de una trama familiar de enriquecimiento, presunta y casi flagrante: “La política hace extraños compañeros de cama”. Es la esencia de la democracia.

Con diez o doce diputados – somos nueve millones de jubilados- el gobierno que sea, firma hasta la muerte de Manolete si se la pedimos.

A ver si aprenden mis amigos, los abuelos que andan dando banderazos y trompetazos a las puertas de los ayuntamientos. Un partido – Iniciativas mayores- unas reglas claras para que nadie haga un uso espurio de la política – venta de cargos, colocación de parientes, meter la mano en la caja...- dado que intentar perpetuarse en ella es difícil por la edad de los integrantes. Con diez o doce diputados – somos nueve millones de jubilados- el gobierno que sea, firma hasta la muerte de Manolete si se la pedimos.

Atiendan a las concesiones a vascos y catalanes, y vean lo que pueden unos cuantos escaños. Pero los jubilados van a su aire y creen que con las banderitas y las trompetas van a mandar al paro a esos que, siendo viejos ellos, dicen que los viejos sobran, sobramos.