| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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¿Por qué no se puede criticar públicamente a un periodista?

Nos preguntamos muchos: ¿dicen los periodistas siempre la verdad? ¿Qué defensa tengo yo ante el artículo de un “analista” al que simplemente no le caigo en gracia?

| Eduardo Arroyo Opinión

No sé cuales son las razones por las que Pablo Iglesias atacó al periodista de El Mundo, Álvaro Carvajal, pero imagino que consistieron en que el citado periodista no le da la razón. Imagino que algunas razones de la esgrimidas por Carvajal yo podría compartirlas. Todos los que me leen saben que no soy precisamente de Podemos. Otras razones sin duda me quedarían algo lejanas, de la misma manera que Carvajal no compartiría algunas de mis razones. Es normal y no se a qué tanto escándalo. Al fin y al cabo estamos en una sociedad en la que casi todo se cuestiona. ¿Por qué no iba a recibir ataques Álvaro Carvajal, por muy periodista de El Mundo que sea, o Pablo Iglesias? Me consta que no todos piensan así. Por ejemplo, Victoria Prego ha escrito ya sobre el tema bastante más de lo que el asunto da de sí. En calidad de presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), Victoria Prego, ha afirmado en un montón de medios que las críticas de Pablo Iglesias al periodista de El Mundo Álvaro Carvajal son “inaceptables de todo punto y un ataque no solo contra este informador, sino contra la profesión periodística en general”.

El asunto me parece que es sin duda excesivo. La pregunta es: ¿Por qué no se puede atacar a los periodistas o, al menos, criticarles públicamente sin que esto implique un ataque “contra la profesión periodística en general”? Un caso de negligencia médica se resuelve en los tribunales sin que el Colegio de Médicos ponga el grito en el cielo y pretenda que es un ataque “contra la profesión médica en general”. Es posiblemente que las razones de Pablo Iglesias sean las de la izquierda de siempre con un “marketing” distinto. Nada nuevo que Victoria Prego no conozca y haya defendido alguna vez por activa o por pasiva.

La pregunta sigue siendo la misma: ¿Por qué no se puede criticar públicamente a un periodista? Pablo Iglesias podrá gustar o no pero está en su derecho de discrepar y pensar que tal o cual periodista es un cretino. No olvidemos que los periodistas parecen, en nombre de la libertad de expresión, tener patente de corso para difundir a millones un artículo más o menos demagógico, a veces infundado o, sencillamente, acosar a uno o a sus ideas hasta hacerle parecer un delincuente a los ojos de todos. Tanto más es así, si al que interesa que muerdas el polvo es el dueño del aparato mediático: surgirán una docena de periodistas raudos y veloces para hacer una “investigación” que se difunda en tres cadenas de TV sin que pueda decirse ni mú. La rectificación, si es que la ley obliga, vendrá unos meses después en la página 38, entre unos cuantos anuncios y noticias de segunda, ya se sabe.

Al menos el otro día la cosa estaba equilibrada. Pablo Iglesias estaba con su público. El periodista podía haber respondido allí también. Pero el “profesional de la información” no hizo más que apelar al gremio y escudarse en la barrera de la edición del día siguiente y, claro está, en Victoria Prego.

Por desgracia para Prego, cada uno debe responder por lo que dice y hace. No vale apelar al gremio para escaquearse. Así, la deontología profesional no es gremial. Los códigos deontológicos son para todos pero es cada uno, personal e individualmente, el que responde ante lo que dicen los citados códigos deontológicos. Nos preguntamos muchos: ¿dicen los periodistas siempre la verdad? ¿Está su libertad garantizada a pesar de trabajar para alguien al que no le es indiferente las opiniones que su medio difunde? ¿Qué defensa tengo yo ante el artículo de un “analista” al que simplemente no le caigo en gracia?

Resumiendo, ¿por qué no se puede criticar públicamente a un periodista? Estaría bueno que cuando parece existir veda perpetua a lo hora de ciscarse en lo más sagrado para millones de españoles, sean algo intolerable unas cuantas bromas, que el interesado podía haber seguido sin problema en el mismo tono. A Carvajal ese día le dieron la misma medicina que una parte importante de “la profesión periodística en general” administra a diario. La diferencia es que esta vez, el “agraviado” no veía los toros desde el sillón de su casa.