| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
"El estado de alarma empezó el 10 de noviembre"
"El estado de alarma empezó el 10 de noviembre"

Visiones y visitas: alarma

La cuestión está en procesar la tontería del 19 de julio y en atajar el virus maldito que nos tiene cautivos en casa, o sea en salmuera televisiva y produciendo memes a destajo.

| J.V. Yago * Edición Valencia

 

Mientras unos alivian el enorme desasosiego, la exasperación mayúscula del confinamiento forzoso dando palmas, profiriendo alaridos y montando escandaleras en la ventana; mientras otros buscan la misma descongestión en el brujuleo furtivo, la viandancia clandestina y el trote a hurtadillas; mientras va creciendo sobre la vieja Europa el negro cumulonimbo de la bancarrota; mientras la conspiranoia teje la siniestra elucubración del contubernio chinosoviético, esa intriga para desestabilizar occidente y ejecutar el capricho de Soros & Cía; mientras nos hablan de pandemia, de reordenación geoestratégica y de apocalipsis zombi; mientras vemos en el supermercado el verdadero rostro del vecino, que nos apuñalaría por una chocolatina si la situación se agravase; mientras la Guardia Civil somete al populacho y la prebostería se salta la cuarentena; mientras nos cuentan que Xi Jinping ha comprado, aprovechando el bajón de las acciones, toda la industria pesada europea y norteamericana en territorio chino; mientras los «famosos», totalmente ajenos a la existencia de los libros, nos proponen mil idioteces para combatir el fastidio de nuestro encierro; mientras va pasando, en fin, la insidia, el atentado, la desgracia, la epidemia y la tabarra del coronavirus, ha ido macerando en las mentes valencianas la idea de celebrar las fallas del 15 al 19 de julio.

Parece que, a estas alturas, ya no hay duda ninguna de que la ocurrencia, inviable de solemnidad, fue producto del pasmo colectivo del momento, del berrinche de verse con el traje puesto, el condumio adquirido, el monumento ensamblado, y sin fiesta; pero al menos ha servido como espoleta de una reflexión que debió hacerse muchos lustros, incluso décadas atrás.

Nunca estuvo claro que marzo, siempre con la lluvia y el frío al acecho, fuera el mes idóneo para el fallalboroto; y menos aún si tenemos en cuenta la carnavalidad, la euforia, la glotonería, el estrépito y la borrachera inherentes al festejo y nada recomendables en plena Cuaresma. Era urgente, pues, cambiar la fecha de las fallas, y la circunstancia del Covid-19 ha sido una trágica excusa para iniciar el debate.

Quizá después de Pascua, entre abril y mayo, con el sol y el turismo asegurados, pueda encontrarse un instante adecuado para el petardeo, el bailoteo, la comilona y el disfraz. Sería difícil mejorar una ofrenda en el mes de las flores, con el horario de verano, la tarde larga, el comercio feliz y la temperatura ideal.

Yo lo dejo ahí, como insinuación, como algo palmario, como una oferta que, rechazada, generaría la sospecha de si las fallas, en sus orígenes, no fueron una excusa para saltarse los preceptos cuaresmales —una más entre tantas rebeliones humanas, pueriles y correosas, contra el autodominio—.

De momento, sin embargo, la cuestión está en procesar la tontería del 19 de julio —un cubilete más allá, en la ruleta de las conmemoraciones, del alzamiento nacional, aquel alzamiento que sólo alzó a los pobres para que se mataran y a los ricos y los intelectuales para que huyeran—, y en atajar el virus maldito que nos tiene cautivos en casa, o sea en salmuera televisiva y produciendo memes a destajo.

Hoy estamos alarmados a causa del corona y de la corona, pero si la cosa —el corona, que la otra se destruye sola— no se va pronto, lo estaremos por la enajenación general, por el violento síndrome de abstinencia que se abatirá sobre las multitudes, incapaces de privarse un segundo más del tardeo y el compadreo, de la cañita y la francachela. Somos gente meridional, callejera y bullanguera; construimos fallas para quemarlas entre sonrisas y lágrimas, abrazos y castañuelas, tracas y carcajadas.

No soportamos la tensión emocional de fabricar, como fabrican los nórdicos, pirámides de naipes, cataratas de dominó y armatostes de cerillas. Por eso la reclusión, si se alarga demasiado, nos volverá locos.

Tenemos, eso sí, el entretenimiento de las redes, la evasión de los ordenadores y los teléfonos móviles para desahogar nuestra inmensa campechanía: durante la cuarentena intercambiaremos miles de cartelitas, opinando, comentando y chafardeando sin tregua.

Y entre toda esa balumba está el peligro de que alguien, aburrido hasta el delirio, aborde la cuestión de la igualdad en la fiesta valenciana y diga que la igualdad real no será efectiva hasta que no haya un fallero mayor de Valencia con su corte de honor al completo; un ramillete de donceles rubicundos que representen la ciudad; unos efebos arrebatadoramente pizpiretos, barbilucios, presumidos y sonrientes, vestidos de almilla y faldar, con tacones, peinetas, aderezo y mantellina.

Un sueño, una utopía que haría las fallas dignas del gobierno que tenemos, del ministerio de igualdad que disfrutamos y del feminismo rampante y sectario que nos acogota. El ocio es el padre de todos los vicios, y en esta inactividad obligatoria no faltarán cabezas de chorlito para quienes Valencia, pese a tener ya «reinas magas» y día del «orgullo», no eliminará el patriarcado ni alcanzará la perfecta igualdad, la maravilla hermafrodita y el chilindrón paritario hasta que no tenga su fallero mayor como Tenerife tiene su rey del carnaval; atolondrados que nos aconsejen ir con los tiempos, alcanzar el nirvana progre junto a nuestros dirigentes, que no saben gestionar un conflicto sanitario pero sí llevarnos a la sordidez, igualarnos en la grosería y sumirnos en la ruina económica y moral; camastrones que afirmen: “vamos a pasar interminables jornadas de arresto domiciliario; tenemos tiempo de sobra; meditemos, dilucidemos entre todos la mejor manera de corresponder al desvelo de nuestros líderes —a esa prodigiosa eficacia con que nos administran—, y de allanarles el camino para que culminen de una vez su revolución chabacana”.

El estado de alarma empezó el 10 de noviembre.

*Escritor