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Alma y aquellos que no la tienen

Vivimos en un país donde lo que le ha ocurrido a Alma no es un caso aislado. En esta ocasión, la repugnante escena ha conmovido a la sociedad entera

| Raquel Aguilar * Edición Valencia

Se llamaba Alma.

Acababa de parir a sus seis preciosos hijos. Un momento que para ella debía haber sido mágico y hermoso implicaba el inicio de su particular infierno. Infierno que supondría el fin de una vida de miseria.

Hace unos días una persona que circulaba en coche vio cómo un individuo disparaba junto a la carretera a una perra y la apaleaba.

Con valentía, bajó del coche y siguió a este individuo, que estaba arrastrando por un camino pedregoso a la perra moribunda, tirando de ella mediante una cuerda que había atado a su cuello. Sin éxito trató de hacerle entrar en razón para que dejase a la perra en paz, mientras lo grababa para tener pruebas con que poder denunciar este delito.

Este individuo, violento y sin un ápice de empatía, indicó que como era cazador, podía disparar a quien le saliese de “los cojones”.

Y desgraciadamente, sus palabras no eran muy equivocadas.

Esa perra era Alma. Una perra de la que el origen todavía está por determinar, pero parece que había sido abandonada y tenía un miedo terrible a las personas, con motivos más que justificados como la pobre pudo comprobar.

Alma ha llenado de indignación a cientos de miles de personas en este país, que han salido a la calle y han firmado para pedir un endurecimiento del código penal en los casos de maltrato animal ya que desgraciadamente, este indeseable, si no tiene antecedentes penales, aunque se le aplique la máxima condena por lo que le hizo a Alma, no irá a la cárcel.

Seguirá campando a sus anchas, quien sabe si torturando a otros animales, de todo tipo, cuyo final seguramente nunca se haga público, quién sabe haciendo qué a otros de su propia especie.

Vivimos en un país donde lo que le ha ocurrido a Alma no es un caso aislado. En esta ocasión, la repugnante escena ha conmovido a la sociedad entera, como no podía ser de otra forma. Sin embargo, quienes nos preocupamos por los animales sabemos que esto ocurre cada día en cada rincón de nuestro territorio, con la diferencia de que pocas veces se puede documentar el hecho atroz, sino que en la mayoría de ocasiones, nos encontramos con la víctima.

En ocasiones las víctimas aparecen ya muertas. Ahorcadas en ramas de árboles, a modo de señal de advertencia de banda criminal para dejar muy claro quien manda. En otros casos, lanzadas a profundos pozos de los que nunca podrán salir y que les condenarán a muerte por inanición, posiblemente mientras sufren un dolor atroz por tener fracturados los huesos, bien durante la caída, bien como regalo de despedida antes de abocarlos a una muerte lenta, angustiosa e inevitable. La imaginación y el sadismo para humillar por última vez y causar la muerte a estos animales no tiene límite.

En otras ocasiones las víctimas son recogidas agonizantes. Con el cuerpo acribillado de perdigones, con las vísceras colgando o las extremidades rotas en mil pedazos tras haber sido atropellados...y lo único que puede hacerse por ellas es ofrecerles un final digno, que acorte su tremenda agonía y junto a alguien que, seguramente por primera vez en su vida, les transmita cariño y les trate como lo que son, seres únicos e irrepetibles que merecen un respeto.

Por suerte hay otras que pueden salvarse. Gracias a personas que, de forma individual o a través entidades de protección animal, las rescatan tras encontrarlas vagando por el monte, el campo o al borde de una carretera. Les dan atención veterinaria, las alimentan, les buscan un hogar donde sean tratadas con el respeto y la dignidad que merecen y les curan el alma.

Desgraciadamente a Alma no hemos podido salvarla. Aunque mientras escribo esta afirmación, me doy cuenta que el enfoque no debería ser éste.

Salvarla no debería ser una cuestión que deposite la responsabilidad en las personas particulares y las entidades de protección animal, que aportamos nuestro tiempo y nuestros recursos a paliar esta barbarie, además de soportar que la impotencia nos arranque cada día un trozo de alma.

En esta historia hasta ahora han aparecido las víctimas, los verdugos y los héroes.

Pero faltan los protagonistas principales.

Aquellos que en su mano tienen poner fin a esta situación. Aquellos que deben hacer que se cumpla la ley, por laxa que sea. Aquellos que pueden cambiarla, para que personajes como el de Chantada no se sientan impunes y poderosos. Aquellos que se hacen fotos con perros y gatos durante las elecciones y sólo se acuerdan de ellos en campaña.

Estos son los auténticos protagonistas. Colaboradores necesarios para que casos como el de Alma tengan lugar. Quienes demuestran con su indiferencia no tener alma.

¿Hasta cuándo van a ser cómplices de tanto sufrimiento? ¿Hasta cuándo van a seguir consintiendo de forma vergonzosa que la violencia campe a sus anchas? ¿Para cuándo una ley que proteja a los animales?

Mientras este momento llegue, miles de personas en este país seguiremos, asumiendo la responsabilidad que no nos corresponde y dejándonos el alma cada día para que casos como el de Alma no se vuelvan a repetir.

DEP pequeña.

* Coordinadora de PACMA en la provincia de Valencia.