| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Ni un paso atrás con Puigdemont y su venenoso legado

Puigdemont se ha rendido, pero su legado se mantiene y él tratará de mantener secuestradas las instituciones catalanas. La ley no debe retroceder y España ha de estar allí más presente.

| Esdiario Editorial

 

 

Puigdemont se ha rendido, en términos políticos, al renunciar a algo que simplemente no estaba en su mano: ser investido presidente de la Generalitat mientras permanecía en ese curioso estado de fuga en un lugar que todo el mundo conoce.

Todas las mentiras del secesionismo, incontables y perniciosas, han naufragado siempre frente a la realidad jurídica, política, institucional y ciudadana de un país democrático y de un Estado de Derecho sólido. Nada de ello le ha servido a un peligroso político que, conviene recordar, no ganó siquiera las Elecciones.

Su renuncia a un cargo que ni merecía ni podía ostentar no es más que la enésima campaña de propaganda de un líder derrotado que ha arrastrado a Cataluña y al conjunto de España a la mayor crisis desde el Golpe de Estado de 1981, provocando además una fractura sentimental, económica y política en la sociedad, lo que contraviene de manera vergonzosa la primera obligación de un dirigente político digno de respeto.

Puigdemont intenta tener secuestradas las instituciones catalanas y a sus propios compañeros de viaje, a quienes somete a una presión de la que él escapa

Pero si a Puigdemont sólo le queda el 'exilio' o el banquillo, su legado frentista no está ni mucho menos resuelto: el empeño en señalar a su sucesor, en la persona del no menos siniestro Jordi Sánchez, atestigua hasta qué punto intenta tener secuestradas las instituciones catalanas y a sus propios compañeros de viaje, a quienes somete a una presión de la que él, sin embargo, escapa desde su cómodo refugio en Waterloo.

Si Cataluña y España han de librarse del separatismo para ganarse un futuro; dentro del propio independentismo necesitan cortar las amarras con un líder sumido es un desvarío imposible que sólo intenta imponerles a sus aliados una hoja de ruta inviable, bajo la ya inocultable amenaza de tratarles, si no, de traidores.

Soñar e incluso defender la independencia es una cosa; tratar de imponerla por la fuerza y al margen de las leyes y los más elementales fundamentos democráticos, otra bien distinta. El soberanismo ganará algo de respetabilidad y se quitará problemas de toda laya en el momento en que deje de estar más pendiente de parecer igual de montaraz que Puigdemont y comience a hacer algo de pedagogía democrática con su propia hinchada.

No parece que eso le vaya a resultar sencillo ni a ERC ni a la parte menos radical de la antigua Convergencia, pues al talibanismo de Puigdemont se le suma el de la CUP, lo que unido a la cobardía propia para distanciarse de los desvaríos de tales extremistas dificulta la esperanza en un apaciguamiento. De momento, al menos el partido de Junqueras se ha negado a aceptar sin más la candidatura de Sánchez, en prisión, y podría disputar ese  puesto: si es para aceptar las normas constitucionales, puede ser un buen paso. Si no, es indiferente la identidad del próximo president.

La ley y algo más

En todo caso, ése es su problema. El de España es mantener la legalidad en todo momento, sin plazos temporales ni límites más allá de los obviamente constitucionales;  y atacar sin dilación ni excepciones las causas que han generado este odio indecente que aparece en el fondo del secesionismo. 

 

 

Cuando se apela a los casi dos millones de independentistas que tal vez existan en Cataluña como argumento para hacer concesiones, en realidad se está señalando la necesidad de aplicar políticas en el sentido contrario: ese veneno no puede ser alimentado, sino curado, desde la habitual defensa y promoción de la riqueza cultural o lingüística catalana -que nadie nunca ha discutido- pero también con la anulación del ingrediente tóxico, supremacista y excluyente que se ha incorporado a ese reconocimiento.

Además de mantener la ley, e incluso incrementar su acción, hay que hacer terapia contra el virus del separatismo

Si alguien daña al sentimiento catalán es quien le dice que jamás estará completo ni será pleno si no va acompañado de una imposible exclusión de todo vestigio de España, un componente esencial de Cataluña que algunos pretenden anular por la fuerza envenenando a quienes dicen defender.

El independentismo nunca va a ganar, pero se trata también de que vuelva a ser residual y no afecte de una manera tan vergonzosa a las expectativas, a la convivencia y a la estabilidad democrática de España. Por eso, amén de mantener e incluso incrementar el 155 si los sucesores de Puigdemont no declinan en su hoja de ruta, conviene implementar medidas terapéuticas contra el virus original de la enfermedad.

Educación y TV3

En España nunca se ha discutido la idisioncrasia catalana; pero el independentismo ha esparcido la peligrosa idea de que ésta nunca será total si no se la amputa su evidente relación con el conjunto del país. Por eso es relevante, amén de imponer el precio de la ley caiga quien caiga, iniciar la reparación inevitable en frentes como la educación o, desde luego, los medios de comunicación públicos de Cataluña.