| 14 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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El triste apoyo a Pedro Sánchez de Susana Díaz y los barones en un PSOE penoso

Nadie con autoridad en el PSOE ha sido capaz de evitar la infumable sumisión de su partido al populismo y al soberanismo, impulsado por un Sánchez sin principios que solo piensa en sí mismo.

| EDITORIAL Editorial

 

 

 

Cualquier dirigente del PSOE tendría muy sencillo argumentar su oposición a un Gobierno de coalición de su partido con Podemos, intervenido y dependiente a la vez de los partidos independentistas: le bastaría con recordar las palabras de Pedro Sánchez de hace apenas unos días, cuando explicaba su negativa a ese pacto apelando, muy gráficamente, a que un acuerdo así le haría perder el sueño "al 95% de los españoles".

Hay más, por si acaso con eso no les bastaba. Fue Sánchez quien señaló que Podemos representaba un proyecto "bolivariano" y quien explicó que, de aplicarse sus políticas, el resultado sería la vuelta a las "cartillas de racionamiento", esto es al hambre y la pobreza.

Y algo parecido señaló del separatismo, sobre el que recomendó un endurecimiento del delito de rebelión en el Código Penal, y frente al que se comprometió a no deberle la presidencia porque "no se lo merecen los españoles".

Bochornoso silencio

Son tantas y tan evidentes los diagnósticos que el propio Sánchez hizo sobre las consecuencias de un pacto que sin embargo encabezó en la moción de censura y ahora pretende convertir en Gobierno que no hace falta remitirse a la oposición, ni a ningún rival político o mediático del PSOE, para rechazar lo que está en marcha.

Sin embargo, nadie en el PSOE ha levantado la voz, repitiendo el bochornoso silencio que de hecho fue clave para resucitar a Sánchez: cuando su propia Ejecutiva le obligó a dimitir fue precisamente por intentar un pacto así tras perder de nuevo las Elecciones en 2016.

Ni un solo dirigente en activo se haya levantado para alzar su voz crítica, resulta deplorable para España y para la propia historia del PSOE

Pero cometió el gravísimo error de no explicarlo con claridad, permitiendo que el hoy secretario general convirtiera a sus compañeros en una especie de traidores que quería investir a Rajoy y a él en el único representante de las esencias socialistas: así derrotó a Susana Díaz, en unas Primarias tóxicas donde unos pocos militantes -cada vez menos y más sectarios- decidieron el rumbo del país y no solo del PSOE.

Que con esos antecedentes y lo que está a punto de pasar no hay habido ni un solo dirigente en activo se haya levantado para alzar su voz crítica, resulta deplorable para España y para la propia historia del PSOE, un partido crucial en la estructuración de un país hoy amenazado por la mezcla de populismo y nacionalismo.

Por mera supervivencia

Solo exmandatarios como Rodríguez Ibarra o Felipe González se han opuesto, con claridad o con gestos, a un error histórico que pone en riesgo pilares esenciales de la España nacida en la Transición por los intereses y caprichos personales de un dirigente nefasto que sostiene lo uno y lo contrario, sin pudor alguno, en función exclusiva de sus necesidades.

Ni Page ni Vara, quizá los más incómodos, han sido capaces de pasar de la sugerencia o la indirecta, con las que pretenden soplar y sorber a la vez, cuidando a su electorado propio -tan renuente a este pacto- sin dejar de respaldar de hecho a su alocado líder.

Quien mejor simboliza esa deplorable sumisión, no obstante, es Susana Díaz, entregada definitivamente al sanchismo por razones de estricta supervivencia personal: solo su temor al relevo, que en realidad ya firmaron los andaluces quitándole de la presidencia, justifica su respaldo a un pacto que contradice la historia del PSOE y acelera la degradación de la España constitucional que pretenden Podemos y el soberanismo.

Que nadie con peso haya surgido para reclamarle a Sánchez la apertura de una negociación de Estado con el PP y Ciudadanos retrata al conjunto del PSOE como una mera careta de un dirigente sin memoria ni escrúpulos ni valores, capaz de todo con tal de llegar a la presidencia o mantenerse en ella.