| 25 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Iglesias desafía a la democracia

Su desprecio a las instituciones democráticas y a la separación de poderes rebasa todos los límites y es un desafío constitucional que, como el de Cataluña, debe ser respondido sin matices.

| ESD Opinión

 

Podemos se ha reunido en Aragón para tratar de demostrar, sobre todo, la ya discutible idea de que Pablo Iglesias conserva casi intacta su capacidad de telepredicador, con una feligresía fiel acostumbrada, básicamente por la televisión, a un discurso tan intelectual y políticamente evanescente como emocionalmente vibrante.

Son ésas más las características de un líder populista que de un dirigente occidental, y sorprende la facilidad con que una parte de la población española consume una mercancía tan demagógica como fácil de fabricar: basta con apelar a lo que a cualquier ciudadano le indigna de su sociedad y de su momento histórico para, a continuación, presentarse como el único antídoto posible en nombre de todo 'el pueblo'.

El mensaje de Iglesias es peligroso, aunque se esconda en la denuncia de problemas que ofenden a cualquiera

Pero en el mensaje de Iglesias y de sus principales colaboradores hay algo más, que excede del terreno retórico para transformarse en un producto inquietante e impropio de un Estado de Derecho que ha experimentado, pese a todo, el mayor progreso de su historia con un sistema democrático como el que tenemos.

Y es, precisamente, la puesta en solfa de la mano del soberanismo de un andamiaje construido tras un penoso siglo XX de confrontaciones bélicas civiles, de dictadura y represión, de aislamiento y penurias que dio paso, en 1978, a una transición modélica sin la cual no se explica la transformación de España en la octava potencia mundial.

Ppor mucho que asquee la corrupción, ni ésta es la vara de medir de todo lo que se hace en España ni, mucho menos, los casos que se conocen legitiman un derrumbamiento total del edificio democrático como el que defiende Podemos en cada una de sus intervenciones.

Porque bajo las palabras movilizadoras de Iglesias, que adecúa a una audiencia que él sabe poco exigente y acomoda en expresiones sobre la corrupción que comparten hasta los compañeros de los afectados en cada partido, subyace un peligroso totalitarismo que aspira a denigrar, apelando aun pueblo del que se siente al frente, las instituciones democráticas y los procedimientos inherentes a un Estado de Derecho para gestionar, sancionar u ordenar cualquiera de sus conflictos, intereses o abusos.

En España no hay impunidad; lo que sí empieza a haber es un inquietante contagio del populismo a la acción judicial o la conformación de audiencias desde la televisió, simbolizado en la escandalosa indiferencia hacia el hecho de que Iglesias tilde de "presos políticos" a los encausados legalmente por el Golpe de Estado en Cataluña.

 

 

Al situar la inexistente representación de 'la gente' por encima de la legitimidad del Parlamento y, a continuación, al presentar la separación de poderes y la acción judicial como una mera pantomima para proteger a las supuestas élites; Iglesias está colocando su supuesta autoridad por encima de los engranajes democráticos, convirtiendo a éstos en papel mojado y presentando a cualquiera que los recuerde o aplique en una especie de enemigo del pueblo impulsado por oscuros intereses.

La democracia son los votos, y los procedimientos, su mayor garantía. Iglesias, más que populista, ya es totalitario

Que a estas alturas haya que recordar que la democracia se manifiesta en votos y que los procedimientos que la regulan son indispensables para su existencia, resulta lamentable. Y que un dirigente nacido al calor -político y económico- de alguno de los regímenes más perversos del planeta, devoto políticamente de figuras tan siniestras como Lenin y cercano a personajes como Otegi -con lo que ello representa-, pueda ser tomado en serio por nadie; evidencia a la vez la laxitud intelectual de una parte de la sociedad española y la crisis discursiva de la práctica totalidad de los partidos políticos.

Solemnizar desafíos democráticos como el que expone Iglesias o incluir su vergonzosa lapidación al Estado de Derecho en el terreno de la libertad de expresión sólo sirve para conferir carta de naturaleza a lo que no lo tiene.

El populismo de Iglesias no sólo es antiguo y de demostrada ineficacia salvo en términos liberticidas, sino que además es anticonstitucional, predemocrático y conceptualmente violento. Que buena parte de los medios de comunicación y la mayoría de la clase política se comporte ante este abuso con complejo es desesperanzador, pues nada aumenta más la capacidad de difusión del ruido que encontrarse enfrente un silencio ovino.

Si con Cataluña ya se ha demostrado hasta dónde llegan los discursos de ruptura cuando no encuentran rápida respuesta, en España al completo puede ocurrir lo mismo si al totalitarismo de Iglesias le acompaña la tibieza cabizbaja.

No es una broma, y no se puede replicar sólo con caricaturas o desprecios a quienes encarnan un pulso deleznable a una democracia seria y quieren, de la mano de un independentismo xenófobo, atrapar al PSOE para un viaje rupturista al que los socialistas no sólo no deben subirse; también han de contribuir a evitarlo y a denunciarlo.