| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Albert Rivera y Mariano Rajoy, en uno de sus encuentros en La Moncloa.
Albert Rivera y Mariano Rajoy, en uno de sus encuentros en La Moncloa.

El plan que orilló Rajoy para que Rivera dimitiera por el caso de Murcia

El “pataleo” es una fórmula de marketing político, pero en el caso de Ciudadanos ha sido llevada a tal extremo que ha dejado al descubierto flancos débiles. El PP guarda un as en la manga.

| Ricardo Rodríguez Opinión

Albert Rivera se ha colocado a la intemperie. Absolutamente desguarnecido tras haber tensado las costuras de su alianza con Mariano Rajoy. Aunque los populares están aclimatados a las humoradas del líder de C´s, han llegado a mirarse unos a otros preguntándose por la capacidad del llamado “socio preferente” por pegarse tiros en el pie.

Sus presiones para lograr la salida del presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, y para poner en marcha el pacto anticorrupción firmado con el PP llevaron a Rivera a amenazar con aliarse con PSOE y Podemos. Una forma como otra cualquiera de escorarse a la izquierda y dejar huérfano el caladero del centro-derecha. Con su apuesta por adelantarse a los acontecimientos, Rivera se ha achicado a sí mismo el margen de maniobra.

Por mucho que Rivera se empeñe en convertirse en el depurador nacional, llevándose por delante la presunción de inocencia, el hecho de ser investigado –como se denomina ahora lo que antes era la imputación– supone un momento procesal demasiado prematuro para convertir ya en culpable al presidente murciano. Tal vez lo sea, pero la inhabilitación preventiva de un cargo público, salvo en casos flagrantes, representa un estigma de difícil reparación.

A veces, cuanto más insistentemente se invocan los principios, más estrepitosamente se precipitan los finales y Rivera ha presentado machaconamente a Sánchez y, por extensión a Rajoy, casi como leprosos de la escena política. Como advertía un alto cargo popular, “se ha pasado de frenada”.

El PP aceptaría la dimisión de Pedro Antonio Sánchez, siempre y cuando Rivera se comprometiese a dejar el acta de diputado si al final era declarado inocente

También tenían razón en el círculo más estrecho de Mariano Rajoy cuando han subrayado: “Que nadie espere un careo entre el Gobierno y C´s”. No lo ha habido. Porque si de algo ha querido vanagloriarse el Ejecutivo ha sido precisamente de mantener la compostura y de recetar calma a Rivera. Precisamente es una condición exigida por el Presidente a sus colaboradores: ¡Tranquilidad!

Entre el fair play y los tambores de guerra, también hubo deseos de lo segundo. En Génova estuvo incluso sobre la mesa el siguiente órdago: El anuncio de Pedro Antonio Sánchez de su dimisión, siempre y cuando Albert Rivera fuese capaz de comprometerse públicamente a dejar el acta de diputado si al final era declarado inocente. Ahí quedaría eso, a ver qué volvía.

A veces un ejemplo en carne propia tiene más fuerza que todas las disquisiciones teóricas, pero Rajoy ha reaccionado bien al minimizar el choque con Rivera. Los votantes de ambos no pueden exigir que sean amigos, pero sí que se comporten con sentido de la responsabilidad, ese territorio alejado de los afanes por marcar distancias, de los “sí pero no” o “no pero sí”, de la tendencia del líder de C´s a actitudes de prima donna ofendida que acaban volviéndose en su contra. Entre otras razones, porque según ha confirmado ESdiario, sus encargados de testar el cumplimiento del pacto de investidura hacen aguas ante la experiencia legisladora del equipo popular.