| 04 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Tengo un máster, pero no el título ¿eso vale?

Yo tampoco necesitaba aquel máster para trabajar, como dicen nuestros políticos cuando se defienden de lo que se les cuestiona. Pero el compromiso era conmigo, no con mi curriculum.

| Dulce Iborra Edición Valencia

Estudié dos licenciaturas en dos universidades privadas, una detrás de otra. Así que en cuanto el bolsillo me lo permitió y el encaje de bolillos con el tiempo cuadró, me matriculé en un máster en la Universidad de Valencia, para quitarme la espina de no haber pisado la pública y dar mis pasos hacia el doctorado.

Yo tampoco necesitaba aquel máster para trabajar, como dicen nuestros políticos cuando se defienden de lo que se les cuestiona. Era más bien al revés, debía concentrar las horas de mi jornada laboral en una multinacional los lunes y los martes, trabajando 10 horas cada día, para poder asistir toda la tarde del miércoles y jueves y viernes, de 16.00 a 21.00, a las clases del máster en Interculturalidad y Políticas de Comunicación en la UV. Pero es que el compromiso era conmigo, no con mi curriculum.

Por las noches, de lunes a domingo, estudiaba y preparaba mis trabajos de máster, después de acostar a mi hijo de 2 años al que apenas vi durante ese curso y me tomaba el ácido fólico para el bebé que venía en camino.

El máster en sí no lo necesitaba. El título, digo. Sin embargo, todo lo que en aquella aula sucedió durante aquel curso, todas las horas de investigación que dediqué al trabajo predoctoral y mi defensa de tesina, han sido determinantes para mí en la vida. Y estoy segura de que mis compañeros de promoción lo sienten igual que yo. Fue duro, muy duro, pero bien mereció el esfuerzo.

Quizás porque nunca vi el master como un título, sino como la oportunidad de entrar en contacto con un grupo de sabios con el que me apetecía mucho departir, aquellas tardes sempiternas en un aula diminuta de la facultad de comunicación; o igual porque obtener la suficiencia investigadora y la capacitación docente -era un master predoctoral- me daba unas alas que me permitían planear de otra manera sobre mis conocimientos y experiencias; es posible que por vanidad de alcanzar el último escalón de la educación; probablemente porque era ahora o nunca… ese Master fue necesario. ¿Para qué? Para mi vida. Desde luego para ponerlo en el currículum, no.

No he tenido la necesidad de pasearlo por ningún sitio, de hecho, olvidé pagar las tasas y recoger el título. Lo tengo pendiente y puede que, con esta campaña de Marketing, gracias a nuestros políticos, vaya pronto porque igual me hacen un descuento solo porque es verdadero.

Aprendí tanto en aquel momento de mi vida sobre el esfuerzo y la constancia, que el título lo llevo de capa en la piel. Creo que no hay un día de mi vida laboral y personal que no brille alguna de las conclusiones que allí me ayudaron a sacar, compañeros y profesores.

Sinceramente, no necesito el papel donde el Rey dice que cursé ese Master con nota de 8,5 para trabajar, porque trabajo ahora en mi propia empresa con lo que allí aprendí. No tengo el título colgado en ninguna pared, ni en ningún portal de transparencia, pero me llevé todo lo demás. Incluido un rapapolvo de mi tribunal por un trabajo de fin de master políticamente incorrecto en la facultad de periodismo ¿Eso vale?