| 20 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Stanley G. Payne, El camino al 18 de julio. La erosión de la democracia en España (diciembre de 1935-julio de 1936). Prefacio del autor. Espasa - Planeta, Barcelona, 2016. 426 p. 19,90 €. Ebook 12,99 €.
Stanley G. Payne, El camino al 18 de julio. La erosión de la democracia en España (diciembre de 1935-julio de 1936). Prefacio del autor. Espasa - Planeta, Barcelona, 2016. 426 p. 19,90 €. Ebook 12,99 €.

Un tejano desenmascara al PSOE y muestra el futuro de Pablo Iglesias

El PSOE y la extrema izquierda se aliaron y rompieron la legalidad constitucional. El centroderecha democrático, sin saber qué hacer, tuvo su culpa. Y estalló una guerra .

| Pascual Tamburri Ocio

Es tejano, es provocador, pero no es ni vaquero ni superficial. Sabe de la República, de Franco y de la Falange más que los profesores españoles en activo en nuestras Universidades. Pero hoy es un nombre prohibido en el mundo académico español. Cuando en los años 70 publicó en el extranjero su crucial investigación sobre ‘Falange. Historia del fascismo español’ cayó mal a tirios y a troyanos, porque supo decir todas las verdades incómodas que habían canonizado las dos Españas. Él no pertenece a ninguna de las dos, pero sigue sabiendo dar, habiendo pasado los 80 años, a cada cual lo suyo. Aunque moleste a muchos y sobre todo a los que han pretendido reanudar aquella guerra a partir de mentiras históricas a las que insisten en llamar “memoria”.

Publica Espasa, al borde del aniversario del estallido del desastre de 1936, El camino al 18 de julio, de Stanley G. Payne. Una descalificación en toda regla de lo alegremente dado por seguro en la historiografía oficial, en los libros de texto desgraciadamente impuestos en las aulas y, ay, en las instituciones. Pero Payne no tiene la culpa de que Zapatero mirase hacia su lectura inventada e ideológica del pasado y legislase desde ella; ni de que Rajoy, cuando pudo, no se atreviese a cambiar ni las leyes ni el ambiente. Aunque Payne, hablándonos de los antepasados ideológicos de uno y de otro, traza inquietantes paralelismos entre la crisis de ayer y la de hoy.

Stanley G. Payne conoce España y su historia mucho mejor que la mayoría de los españoles, incluyendo nuestros profesionales de la politización del pasado. Lo que ahora viene a contar, con un lenguaje casi periodístico, ameno y apasionante, pero a la vez con un poderoso e indiscutible aparato de referencias, es la terrible historia de una suma de errores, de miserias y de cobardías desde diciembre de 1935 a julio de 1936, recorriendo con el país todo el camino desde una democracia forma, con sus problemas pero con una mayoría parlamentaria posible, estable y moderada, hasta una Guerra Civil que, pese a todo, él demuestra que tardó mucho en ser inevitable.

Tras la proclamación de la República en 1931, en un pronunciamiento civil ilegal e ilegítimo, las primeras elecciones completamente democráticas, 1933, las ganaron las derechas y el centro. Ahora bien, la izquierda impuso que los vencedores no participasen en el Gobierno, y decidieron por sí mismas que la derecha no tenía ni podía tener legitimidad para asumir el poder en la República. Ésta se había diseñado, como su constitución, sobre unos pilares izquierdistas y anticatólicos que dejaban fuera a más de media España. Y cualquier cambio, aunque fuese respaldado por una mayoría popular, era entendido por la izquierda por una agresión. La derecha de la CEDA de Gil Robles, timorata y muy centrada en las cuestiones económicas (aunque mucho menos de lo que luego hemos visto), siendo el primer partido aceptó no gobernar. ¿Salvó con ello la paz? No, porque en cuanto los derechistas asumieron unos ministerios la izquierda se lanzó a la revolución armada. Las izquierdas no eran democráticas ya en 1934, y se demostró desde Asturias hasta Cataluña.

Aun así, una derecha masivamente legalista y respetuosa de la Ley, y sin organización paramilitar, se abstuvo no ya de romper con la República sino incluso de hacer cumplir la Ley. Esto generó una sensación de impotencia y de división, por otra parte real aunque minoritaria, en la propia derecha. Además, el presidente de la República el republicano católico Niceto Alcalá Zamora, buscó siempre favorecer a las izquierdas al servicio de sus propios proyectos políticos.

A las elecciones muy anticipadas de febrero de 1936 se llegó, escándalos de pequeña corrupción aparte, por decisión interesada y cálculo equivocado de Alcalá Zamora. A ellas la izquierda llegó unida, con un programa de “república de izquierdas” y unas intenciones veladas en el PCE y en gran parte del PSOE, además de con el apoyo de la CNT, de revolución social. Y la derecha llegó dividida y sin rumbo. Así iba a ser hasta julio.

¿Ganó el Frente Popular las elecciones? Probablemente sí, aunque la manipulación de resultados y la violencia en las calles impiden aún hoy saberlo con certeza. Lo cierto es que se pusieron en la tesitura de ganar, mientras que la derecha democrática creyó ganar casi sin duda y la derecha extrema permanecía, aún, en la marginalidad e inactividad, a diferencia de la izquierda extrema, vociferante en los medios y prepotente en las calles. El resultado de los primeros  resultados electorales fue la descomposición de lo que quedaba de sistema: el Frente Popular generó un Gobierno autoritario e ilegalista. Y además dependía de la extrema izquierda, a su vez dividida en facciones.

Payne desmonta, sin lugar a duda, el mito de la historia de España consistente que un Gobierno legítimo fue derribado por un golpe militar en julio del 1936. Sencillamente, porque ni había Estado de derecho operativo, ni el Gobierno era legítimo de origen ni de ejercicio, ni hubo un golpe militar que triunfase aquel 18 de julio. Anulado Alcalá Zamora y sustituido por Azaña, el desorden, la violencia, las muertes y la quiebra de la paz pública, de la propiedad privada y de la libertad religiosa avanzaron en España terriblemente en aquellos meses. Ilegalizada Falange, creció como nunca a medida en que los jóvenes antirrevolucionarios veían a la derecha legalista sin pulso y sentían la amenaza de una revolución frentepopulista. Porque hablamos de 2500 personas muertas en la república en violencia política, sin comparación posible en ningún país europeo occidental en los años 30; sólo en  la URSS totalitaria hubo algo parecido.

En los últimos días, no hubo marcha atrás, pero hasta el 13 de julio Santiago Casares Quiroga, presidente del Gobierno, pudo y no quiso, y Emilio Mola, “director” de la pequeña y débil conspiración militar, quiso y no pudo, llegar a una solución legal y pacífica. En realidad, no se pedía mucho más que orden y sentido común, con un Gobierno que aplicase la ley y detuviese los violentos alardes en las calles y los campos de la extrema izquierda. Porque hasta el final, los militares no querían, masivamente, meterse en la política, sólo 15% de los mandos querían a finales de junio rebelarse. Pero la reacción fue sorprendente, en la tensión. Asesinado el líder derechista José calvo Sotelo, la rebelión prendió en un tercio de España y un golpe de Estado fracasado derivó en una guerra civil; no a pesar del gobierno de izquierdas sino gracias a él. Enterró los restos de posible democracia, el 19 de julio, el gobierno de José Giral, que entrega las armas y de hecho el poder a los revolucionarios.

¿Culpables? La ambición sin sentido y los rencores de Niceto Alcalá Zamora. La ceguera revolucionaria y dividida del PSOE de Indalecio Prieto y de Francisco Largo Caballero. La excesiva prudencia, por otros llamada cobardía, de un José María Gil Robles en cuyas manos estuvo la derecha hasta la radicalización final. La violencia sin rumbo de la CNT y la FAI. La violencia con el rumbo marcado en Moscú del PCE de José Díaz y de Dolores Ibárruri. El escaso talento político de Manuel Azaña, un hombre orgulloso y de izquierdas, con un proyecto muy artificial de una República limitada a la mitad de la Nación. Y el que quiera buscar parecidos en la España de 80 años después tiene de qué asustarse.