| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Cifuentes, en un acto del año pasado. La ilustración que acompaña a este artículo es de Pd Westerman
Cifuentes, en un acto del año pasado. La ilustración que acompaña a este artículo es de Pd Westerman

Canción de Navidad

¿Qué discurso alternativo podía haber hecho Cristina Cifuentes cuando se generó la polémica por el Máster? El autor reflexiona sobre ello, antes de alcanzar su propia conclusión.

| Marcial Martelo Opinión

 

 

Acudamos a la ciencia-ficción y reescribamos la historia:

“Pido perdón. Es cierto que desde la Universidad me animaron para que me apuntará al máster y me ofrecieron facilidades para cursarlo, que yo creía lícitas. También que no ha habido por mi parte mala fe alguna. Pero no es menos cierto que, por dejadez y falta de rigor, exhibí un título que formalmente no me correspondía. Por eso dimito. A ello me obliga el respeto que debo a mis conciudadanos”.

Bastaba este breve discurso para que Cristina Cifuentes se hubiese evitado el vía crucis que hoy padece en forma de un carrusel interminable de firmas falsificadas, actas creadas ad hoc, trabajos fantasma, Tribunales incorpóreos, catedráticos cobardes, rectores de vodevil, navajeos de taberna a ritmo de gaudeamus

Pero sobre todo hubiese bastado con este breve discurso para que los ciudadanos, probablemente, la hubiesen perdonado: dimite, designa a alguien de su confianza para sustituirla y, dentro de un año, se presenta como candidata con el pecado redimido. Al fin y al cabo, cuántos no son lo que se preguntan qué importa un pecado de vanidad y trapicheo clientelar en esta España nuestra de los eres, lezos, púnicas y demás santoral.

La 'vendetta'

Pero Cristina Cifuentes ni ha pedido perdón, ni ha dimitido. Lo que ha hecho es sumar a la exhibición de títulos falsos ganados al amparo de su posición política, la mentira y el descaro. La Presidenta ha preferido un arrogante “no dimito y la culpa es de la Universidad”. Es más, ha llegado incluso a mostrarse indignada porque, según ella, todo obedece a una vendetta por su lucha contra la corrupción (por cierto, a eso hemos llegado: invocar como mérito lo que tendría que darse por descontado en toda gestión pública).  

 

Con un breve discurso, se hubiese evitado el vía crucis que hoy padece en forma de un carrusel interminable

 

Supongo que la familia y el entorno en los que se crió Cristina Cifuentes fueron como los de la mayoría de los españoles: familiares, amigos y vecinos observando unas conductas intachables, de probos y honrados ciudadanos; o sea, ejemplos a seguir por la pequeña Cristina.

Y de aquí surge el gran misterio: ¿en qué momento un servidor público abandona su condición de ser humano corriente, con su reconocible código de decencia y sentido de la vergüenza, y se transmuta en ese ente llamado político, que exhibe sin pudor que sus reglas -si las tiene- ya son otras? ¿Qué es lo que precipita “el gran cambio”? ¿Qué explica que el vecino del cuarto, elegido un día por sus conciudadanos para la cosa pública, se convierta de repente en un sociópata que se cree liberado de esas molestas servidumbres humanas llamadas vergüenza y respeto?

La realidad siempre se impone. Doña Cristina terminará dimitiendo. Sobrevenida tal circunstancia, me atrevería a darle un consejo: que, como canta el anuncio, “vuelva a casa, vuelva”, aunque no sea por Navidad, y trate de recordar aquello que le enseñaron y vivió en su familia. Quizás entonces se obre la resurrección de la Cristina Cifuentes ciudadana.