| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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El precio de no vivir

El castigo por ser pobre solo es superado por el de ser pobre, mujer y discapacitada.

De modo casual leo el titular y algo me revuelve por dentro que me incita a leerlo "Una mujer y su hija discapacitada pactan suicidarse tras pasar varias noches en la calle". Los hechos fueron que una mujer de 55 años hizo un corte con un cuchillo en la muñeca de su hija de 28 y luego ella hizo lo propio consigo misma.

No hubo que lamentarlo porque un barrendero las descubrió a tiempo en medio de un charco de sangre. Todo sucedió bajo los soportales del Ayuntamiento de Torremolinos, donde las mujeres llevaban varios días manifestándose con pancartas después de ser desahuciadas de donde vivían.

Indagando un poco en el cuerpo de la noticia pude saber que ya han sido echadas en varias ocasiones de otras viviendas y que solían recibir ayudas municipales. Según la portavoz de servicios sociales "Se les han dado todas las ayudas posibles, entre ellas incluirlas en todos los planes de empleo, de tal manera que al menos una de las dos pudiera tener trabajo; han recibido ayudas para pagar el alquiler, la luz y el agua, pero las han desahuciado siempre por no pagar".

Desde principios de este año la madre percibía la renta mínima de inserción, y la hija, que sufre una leve discapacidad psíquica y va en silla de ruedas, tiene reconocido un grado III, es decir, de gran dependencia; todavía no ha recibido la prestación.

La realidad era que llevaban en riesgo de exclusión social desde hace casi tres décadas, el expediente se les abrió en 1991, imagino, aunque no lo dice el reportaje, que desde el nacimiento de la hija y por la necesidad de cuidar de ella, con continuos desalojos que las llevaba a dormir temporadas a la intemperie. Como sucedió en esta ocasión.

Desde la última expulsión habían trasladado todas sus pertenencias hasta las puertas del Ayuntamiento, donde dormían entre cartones; sus bienes, varias bolsas repletas de ropa y otros enseres, desaparecieron rápidamente después del suceso.

Sus voces no vienen reflejadas en ningún momento del artículo. Yo las eché de menos.

Esta no es una noticia nueva, tiene ya varios meses, de mayo concretamente. He tratado de buscar pero no he encontrado nada más. Me quedo sin saber qué fue de ellas, la responsabilidad que le puede quedar a la madre por cooperación al suicidio. Sin duda la noticia, aun entonces de escaso eco, ya no da para más.

Y es entonces cuando me pongo a pensar en lo poco que importan unas vidas insignificantes en este mundo que adora a los triunfadores. El castigo por ser pobre solo es superado por el de ser pobre, mujer y discapacitada.

Los informativos, esos que apenas se hacen hoy eco de los cientos de desahucios que sigue habiendo en este país, cuentan cómo en su mayoría las mujeres son las damnificadas, y que una gran parte están afectadas por alguna discapacidad o con personas dependientes a su cargo. Ellas son siempre las más vulnerables, las más ignoradas. Es tan injusto como real.

Es difícil imaginar lo que llevó a esta madre y a su hija a pactar un suicidio, o quizás no lo es tanto. El hartazgo de vagar de un lado para otro sin un techo fijo, hay demasiados excluidos errando por ahí sin que a nadie nos importe más allá de unas huidizas miradas entre el rechazo y la lástima, viviendo de prestado y en la más absoluta precariedad, sin recursos y sin nada a lo que agarrarse, empujando una silla de ruedas durante años y años sin saber si le queda algún futuro.

Me entristece mucho esta historia. Quizás alguien, a quienes corresponda, tendría que valorar que no todo es tener un plato servido en un centro de caridad. Y es que detrás de todo el desamparo, de esos sueños rotos al amanecer, son personas que un día fantasearon que podrían ser felices. Porque sin ilusión, sin esperanza, ¡Quién desea vivir!

*Autor de Sueños de escayola y Cometas cruzando el sol.