| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La mentira sobre el mantero muerto retrata a Carmena, a Iglesias y a Podemos

Acusar de brutalidad a la Policía es una barbaridad y una costumbre extendida asombrosamente. Hacerlo desde las instituciones, con un muerto como excusa, una vergüenza que exige dimisiones.

| Editorial Editorial

 

 

Un vídeo grabado por unas cámaras instaladas en pleno Lavapiés certifica lo que ya era claro desde el primer momento y que nunca debió ponerse en discusión: la Policía Municipal de Madrid no sólo no es responsable de la muerte del pobre mantero senegalés, sino que intentó por todos los medios reanimarle cuando sufrió un ataque al corazón en plena vía pública.

Ni aunque Mame Mbaye hubiera muerto en el transcurso de una operación policial contra la venta ambulante ilegal hubiese tenido sentido acusar a los agentes de brutalidad, por mucho que a continuación sí tuviera sentido abrir un debate sosegado sobre cómo integrar la imprescindible aplicación de la ley con la necesaria atención humanitaria a quienes se dedican a este trabajo para sobrevivir.

Presentar a la Policía como un cuerpo represor es una falacia de los antisistema. hacerlo desde las instituciones, una vergüenza

Pero es que además no fue así: ni hubo brutalidad ni hubo persecución y, al contrario, los agentes se emplearon durante 24 minutos en intentar reanimar a un hombre tendido en el suelo aquejado de un problema cardíaco congénito que ese triste día le pasado factura definitiva.

Si ya es lamentable presentar el simple trabajo de la Policía como un acto de brutalidad y represión, como si en lugar de cumplir con su mandato constitucional estuviera profanando derechos y libertades (sólo hay que recordar la burda campaña en su contra en el 1-O en Cataluña); alcanza la categoría de vergüenza nacional que esa falaz acusación se haga desde las propias instituciones.

Podemos incendiario

Porque ha sido Podemos, algunos de sus dirigentes, parte del Ayuntamiento de Madrid y algunos de los partidos que rodean a Carmena quienes más han esparcido esa barbaridad, quienes más han señalado a la Policía y quienes más han incendiado Lavapiés con sus temerarias acusaciones, destinadas a aumentar la caricatura de España como un país represor, inhumano, liberticida y brutal.

 

 

Los incidentes ocurridos en Lavapiés tras la muerte del mantero, protagonizados primero por antisistema habituales en cualquier algarada y después por los propios senegaleses; nunca hubieran tenido lugar si el Gobierno municipal no los hubiese estimulado, bien secundado por dirigentes como Ramón Espinar y Juan Carlos Monedero; incapaces de resistirse a su enésimo brochazo político e intelectual destinado a intentar utilizar cualquier drama cotidiano en beneficio político propio.

Buscar un estallido social, como han hecho Monedero y Espinar y no ha frenado carmena, exige dimisiones

La propia alcaldesa, Manuela Carmena, no se resistió a alimentar la duda, y aunque ahora intenta rectificar alabando el trabajo policial y mezclando la tragedia de Mame Mbaye con un posicionamiento humanitario sobre determinados colectivos de inmigrantes; su papel ha sido lamentable y difícil de arreglar ya: un político está para calmar las aguas con razones y decisiones; no para prender hogueras con mentiras y manipulaciones, por acción u omisión.

Tiene que haber dimisiones

Porque al mantero y a los suyos no les han ayudado; se han aprovechado de su dolor para intentar montar el enésimo circo demagógico, traspasando esta vez todos los límites hasta llegar a un auténtico estallido social. Eso no tiene arreglo y no basta con una disculpa que ni siquiera ha llegado, pero algo parecido a una mínima rectificación sería que todos los responsables de esta bochornosa campaña presentaran su dimisión inmediata de cualquier responsabilidad política o pública que ostenten.

No llegarán, sin duda; y tampoco Carmena o Pablo Iglesias se las exigirá. Porque en el fondo ésa es su manera de hacer política, y no hay más que ver sus proverbiales ataques a los Cuerpos de Seguridad y el infumable paisaje apocalíptico que a diario dibujan en una España que, en realidad, es tolerante, solidaria y acogedora: tres virtudes necesarias para conformar una sociedad sana, pero incompatibles con el clima bélico que determinados políticos necesitan crear para medrar a cualquier precio. Qué peligro público.