| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Roger Torrent, anunciando su decisión hoy
Roger Torrent, anunciando su decisión hoy

El soberanismo claudica, se divide e intenta zafarse del chantaje de Puigdemont

El Parlament ha renunciado a cometer un nuevo delito con la investidura ilegal de Puigdemont. Por mucho que lo adornen, ésa es la realidad. Y evidencia la fractura del independentismo.

| Editorial Editorial

 

 

El presidente del Parlamento de Cataluña, Roger Torrent, suspendió el pleno de investidura para la que él mismo había propuesto a Puigdemont, desoyendo así las presiones de éste y de su entorno para proceder a su designación a toda costa: con él ausente, tras montar un circo que incluía su presencia por sorpresa; y a pesar de las estrictas instrucciones del Tribunal Constitucional.

Ni ERC se va a inmolar por un prófugo; ni el prófugo va a dejar de serlo al precio de entrar en la cárcel tal vez

Por mucho que el dirigente de ERC pretendiera presentar su decisión como un épico acto -el enésimo- del independentismo en defensa de su líder en el exilio; lo cierto es que se sometió a la ley por temor a terminar como su predecesora, Carmen Forcadell: procesado por delitos muy graves y además inútiles, pues el candidato del Junts pel Catalunya no va a volver a ser presidente de la Generalitat y sus días venideros pasarán bien en prisión, bien fugado en el extranjero.

La renuncia del Parlament a pisotear de nuevo al Constitucional, como hicieron en el pasado los cabecillas del procés, sirve además para visualizar con estruendo la inmensa división del soberanismo, que intenta simular una unidad retórica que los hechos desmienten.

Primero se negó a acudir en bloque a las Elecciones del 21D, lanzando un mensaje contradictorio a los catalanes: decían representar a un inexistente pueblo unido, pero ni quiera fueron capaces de organizar una candidatura conjunta. Después respondieron a las consecuencias legales de su comportamiento de manera antagónica: unos personándose ante el juez; otros escapando a Bruselas.

Y, finalmente, han mostrado una fractura profunda a la hora de llevar el pulso hasta las últimas consecuencias: Junqueras dejó escrito hace un mes que no se podía presidir el Govern sin estar presente físicamente en la investidura; Puigdemont ha retado a ERC a llevar esa máxima a la práctica para monopolizar él la bandera soberanista y, por último, todos han mantenido una función ficticia hasta que el calendario les ha quitado la careta.

La fractura

Porque ni ERC se va a inmolar por un prófugo; ni el prófugo va a dejar de serlo, al precio de entrar en la cárcel tal vez, por llevar a la práctica en persona lo que les exige a todos los demás. El retrato del separatismo es demoledor por sus luchas intestinas, sus poses, sus contradicciones y sus intereses y, en ese sentido, las últimas semanas han servido para poner todo ello de manifiesto.

 

Cataluña tendrá un presidente soberanista, pero no uno golpista: ese matiz es una victoria del Estado

 

Al Estado no se le debe echar un pulso y, cuando se le echa, siempre termina perdiéndose. Ahora le toca a los partidos de ese espectro ideológico, perverso y empobrecedor, buscar una alternativa que necesariamente pasará por el respeto al marco constitucional: las otras dos opciones son caer en el juego de Puigdemont e inmolarse judicialmente o repetir, de nuevo, Elecciones autonómicas.

Y no parece probable que a ERC le interese ninguna de ambas posibilidades, pues en el primer caso el coste sería personal para sus dirigentes y en el segundo colectivo para sus siglas. Cataluña, si nada cambia, tendrá en pocas semanas un presidente independentista, pero no uno golpista: la primera condición es lamentable pero legítima; la segunda es ilegal e inviable.

Más España en Cataluña

Quedará luego por subsanarse, si es posible, la formidable herida generada por el procés en la sociedad catalana, de la que algunas imágenes en el entorno del Parlament son buen ejemplo. Un reto complicado por la certeza de que el discurso soberanista seguirá empapando la actitud del venidero Govern. Y quizá por eso, una vez sofocado definitivamente el golpe, sea imprescindible no bajar la guardia ni retroceder en la defensa de la legalidad ni en la presencia de España en la autonomía.

Por mucho que el independentismo y sus altavoces repitan que el 'españolismo' ha sido una fábrica de separatistas; lo cierto es que ha sido justo a la inversa: el soberanismo ha sido una máquina de multiplicar españoles cansados del desprecio a la ley, del ataque a la convivencia y del agravio reiterado a un sistema democrático que nadie tiene derecho a poner en peligro. Ese patriotismo renacido, sustentado en una idea cívica de Nación, ha llegado para quedarse. Y la clase política tiene obligación de cuidarlo y estimularlo, especialmente en Cataluña.