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Sánchez y Puigdemont, en marzo de 2016
Sánchez y Puigdemont, en marzo de 2016

Una (humilde) carta a los intelectuales de la izquierda

El autor valora el manifiesto de un millar de intelectuales y artistas contra el referéndum ilegal de Cataluña. Pero cree que llega tarde y que el silencio previo ha ayudado al secesionismo.

| Antonio R. Naranjo Opinión

 

"Nuestra generación no se lamentará tanto de los crímenes de los perversos como del estremecedor silencio de los bondadosos". Luther King

 

Queridos intelectuales de la izquierda,

Tomo la denominación literal con la que todo el mundo les ha presentado para aludir al manifiesto publicado en El País contra el referéndum ilegal en Cataluña, sin que haya escuchado a nadie quejarse de tal descripción, en tiempos reservada a contadas personalidades de distintos ámbitos con una característica en común: eran disidentes antes de que lo fuera nadie; ponían costosamente el tren en marcha, cuando nadie lo entendía, en lugar de subirse cómodamente en la última estación.

Claro que si esa denominación podría parecerle excesiva a alguno, empalidece al lado de la que ustedes mismos se han concedido, que transcribo literalmente:

“Los y las (vaya comienzo) abajo firmantes, personas de izquierdas, de variada adscripción ideológica y de distintas culturas políticas, que hemos luchado por las libertades contra el franquismo, contra el terrorismo y contra la guerra, por los derechos de las mujeres y de las minorías sociales, y ahora contra los recortes, la corrupción y que rechazamos las políticas del gobierno de Rajoy, y con el convencimiento de que es posible un futuro común, libremente elegido, en el marco de un España plural donde estén reconocidas todas las identidades de los pueblos que la integran”.

El problema nunca ha sido la existencia de racistas en Cataluña, sino la pátina de legitimidad que tantos silencios les ha otorgado

Debe ser agotador haber luchado tanto, imagino sus agendas desde hace cuarenta años y siento una sincera conmoción y una inevitable vergüenza propia por no haber sabido estar a la altura.

- ¿Lo de combatir al franquismo es el martes por la mañana?

- No, eso es el jueves por la tarde. El martes es Irak, salvo que Juana Rivas nos necesite.

- Tenemos que buscar hueco a lo del multiculturalismo. ¿Te viene bien el viernes?

- Espera, que creo que tenemos lo de la escuela pública.

- Eso podría esperar a septiembre, que ahora hay tres meses de vacaciones. Yo estaría mejor con los recortes.

- Vale, pero ojo con la islamofobia, hay que reservarle un par de horas.

Entiendo perfectamente que con tan agotadora resistencia, les haya costado reaccionar con el problema catalán hasta que ya no quedaba más remedio, pues todo el mundo sabe además que era un problema totalmente imprevisible y que nos ha cogido por sorpresa a todos.

Desde Azaña

Por mucho que Unamuno, Azaña u Ortega ya advirtieran del fenomenal quilombo del secesionismo catalán; por mucho que desde hace lustros la Generalitat lleve anunciando o aplicando leyes, constituciones o normas segregacionistas, xenófobas y frentistas; por mucho que TV3 y la escuela pública se hayan transformado en la intoxicadora artillería del régimen y por mucho, en fin, que hayan anunciado y reiterado sus planes con más estruendo que los trompetistas de Jericó, ¿quién hubiera sospechado, verdad, que todo esto iba a pasar?

 

 

Especialmente cuando uno está centrado en tareas tan nobles como evitar que Franco siga haciendo de las suyas o que las víctimas de ETA sean un incordio en la conquista y asentamiento definitivos de la paz, ¿cómo darle importancia hasta ahora a la reiterada evidencia de que en Cataluña hay una especie de tutsis que tratan al resto como hutus?

¿Cómo intuir nada por la nimiedad de que se prohíba escolarizar a un cordobés en castellano en el 100% de los colegios públicos catalanes? ¿Cómo  temer algo por la mera presentación de una Constitución secesionista, de 79 páginas y 149 artículos, que daba por “derogada la Constitución española del 27 de diciembre de 1978 y las otras normas españoles análogas que puedan quedar vigentes"; concedía la nacionalidad catalana a baleares o valencianos; clasificaba a los ciudadanos por edad y procedencia para garantizar su catalanidad o reconocía estatus de oficialidad al aranés pero no al español?

El puto Aznar de turno

Que desde la I República hasta nuestro tiempo de Cataluña hayan venido soplando vientos de secesión imprescindibles para azuzar tragedias como la propia Guerra Civil y su posterior Dictadura; tampoco era suficiente para encontrarle un hueco en su apretada agenda activista, colapsada por inaplazables asuntos de actualidad que relegaban este problemilla, achacable a la derechona, a un segundo plano.

En la izquierda siempre ha estado la clave para que la unidad de España sea un valor moderno y no un vestigio franquista

¿Qué es eso de darle prioridad a lo que deben estar sintiendo la mitad de catalanes –ya no digo de españoles- al ver cómo sus gobernantes les cosen una cruz simbólica en la manga y les echan sentimental, cultural, legal y anímicamente de su país; teniendo ahí delante al puto Aznar, al ultraderechista Rajoy o al falangista Rivera?

Cualquiera hubiera hecho lo que ustedes. Yo seguiré disfrutando de las películas de Isabel Coixet  -Cosas que nunca te dije-, de los libros de Juan Marsé –Si te dicen que caí- o de los artículos de Javier Marías y Félix Ovejero –Cuando todo es blasfemia-, porque adoro lo que hacen y porque los tres, sin manifiestos, siempre han dicho lo mismo y han contribuido a que denunciar determinadas barbaridades pareciera lo que es, materia esencial de un demócrata, y no lo que tantos de ustedes han contribuido a hacer pensar, una cosa de peligrosos españolazos nostálgicos de banderas victoriosas.

Porque el gran problema nunca ha sido la existencia de racistas en Cataluña, sino la pátina de legitimidad que tantos silencios les ha otorgado, como si fuera tolerable, normal o incluso chachi querer pirarse de España por el ilegal, inmoral y xenófobo método de echar primero de Cataluña a cualquiera que no compartiera el viaje.

Como en la izquierda siempre ha estado la clave para que la unidad de España sea un valor moderno y no un vestigio franquista -que hay que ser acémila para regalar esa bandera a un cadáver-, sus dudas y actitudes explican, sensu contrario, el crecimiento de un independentismo ilegal y aldeano que se ha servido de esa actitud para hacer prosperar la suya, y ustedes le han dejado como si todos tuvieran el mismo enemigo.

El país imaginario

Esa dimisión de ustedes al respecto de una idea nacional de España constitucional y europea explica, como pocas cosas, que una tropa retrógrada se haya sentido autorizada a combatir a pedradas contra un país imaginario donde aún gobernaba Franco, se reprimían libertades o se coaccionaban identidades, en una caricatura compartida y reforzada por ustedes mismos con infinita ligereza y notable contumacia.

Han preferido combatir contra una España que ya no existía en lugar de contra una Cataluña fundamentalista,  y semejante empanada mental explica como pocas otras cosas el éxito de Puigdemont y compañía.

Ahora rectifican, y aunque alguno piense que quizá obedezca a la intención de ayudar al PSOE del confuso Pedro Sánchez a ponerse al lado del Gobierno sin que nadie le llame franquista, bienvenido sea.

Que ustedes lo luchen bien, para variar. A ver si esta vez hay suerte y, cuando un golpista le atiza dos hostias a un españolito, no salen raudos ustedes a preguntarle si se ha hecho daño en la mano.