| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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¡Que vienen los rusos!

Nadie esperaba que aquel vástago formado en los tétricos sótanos del KGB, y aprovechándose de la democracia burguesa se convirtiera en zárevich Iván el Terrible de día y Rasputin de noche

Algunos de nuestros lectores reconocerán el titular de este artículo remitiéndose a aquella desternillante comedia cinematográfica en la que un submarino ruso se avería en plena Guerra Fría (1966) dentro de aguas muy cercanas a un pueblecito de pescadores ubicado en la costa estadouinidense de Nueva Inglaterra. Como en toda otra comedia: exposición de una situación harto comprometida por inesperada entre ambas partes; enredoso nudo de amores mixtos, pero y también acuciantes amenazas de abrir fuego respectivo sobre el enemigo; para acabar en consabido desenlace feliz de los amantes en tierra y el sumergible regresando a la mar.

Eran tiempos en los que las democracias occidentales se las tenían tiesas y en permanente viceversa con las Repúblicas Soviéticas y sus adláteres-títeres. Un "ellos o nosotros" con las cartucheras cargadas de bombas atómicas capaces de destruir gran parte del mundo conocido, cuando en 1962 se produjo la angustiosa "crisis de los misiles" con la Armada de los Estados Unidos haciendo volver a los barcos soviéticos dirigiéndose a Cuba para equiparla armamentísticamente contra el inmediato y adverso literal de Florida. Finalmente, la cosa no pasó de la inquina verbal y diplomática entre valentones.

Y así pasaron muchos años hasta que un tal Gorbachov decidió occidentalizar a la URSS, cayendo seguidamente todas las fichas de dominó (dominio) social-comunista, menos China que también acabo en régimen mixto con el corazón a la izquierda maoísta y la cabeza a la derecha capitalista. Todo dentro de una nueva "entente cordiale", desplazando guerrillas al indefenso y apartado Tercer Mundo.

Nadie esperaba que aquel vástago criado y formado en los tétricos sótanos del KGB, y aprovechándose de la democracia burguesa se convirtiera en zárevich Iván el Terrible de día y Rasputin de noche: Vladímir Putin o la cólera de la Madre Rusia convenciendo al pueblo de que Napoleón y Hitler volvían a situarse amenazantes e implacables a las puertas de Moscú. Así que, lo mejor era dar primero en el Mar Negro ucraniano, para dar dos veces en el Mediterráneo. Lo demás ya lo saben ustedes por el parte de guerra diario que vamos publicando, aunque, reconozcámoslo, extremadamente maniqueísta: vaya palizón que les dimos ellos a nosotros.

Pues bien, España pinta poco menos que nada, y como es habitual, en el tablero bélico, si acaso la munición proporcionalmente ordenada y distribuida por la OTAN. O, al menos eso creíamos hasta que cada día se hacen más firmes y comprobadas las acusaciones de más o menos discretas reuniones entre el fugado expresident de la Generalitat Carles Puigdemont, y siniestros mediadores del autócrata Putin, prometiendo dinero sin dinero (rublos), y un impresionante ejército de 10.000 mercenarios, incluidos los despiadados chechenos, se supone que para apostarlos a la otra orilla del Ebro plantando cara y trinchera contra el Ejército español, y haciendo caso omiso a que más de la mitad de los catalanes se convertirían de inmediato en quintacolumnistas contra la injerencia rusa y el absolutismo independista.

Aunque ahora los filibusteros lo desmientan escondiéndolo en apenas chiquillada política, sabemos por uno de ellos (Terradellas) que Puigdemont, al enterarse de que aquello tenía visos futuribles, se vino por la pata abajo emporcándose los calzoncillos de marca, con esa hombría y valentía que lo caracteriza como escapista a Bélgica, cuando sus compañeros/as de atraco al mapa nacional acabaron entre rejas, corridos y desarmados.

Lo de Ucrania una simple escaramuza fronteriza al lado del fratricida guerracivilismo malamente acostumbrado cuando a los españoles les salta la sangre en el ojo

 

No quisiera imaginar, es un suponible, que hubiera pasado con el Eje de Els Països Catalans, o sea, los baleares y "nosaltres els valencians", como Repúblicas independiente al servicio y obediencia de la Plaza Roja y su sucursal en la Plaza San Jaume. Lo de Ucrania una simple escaramuza fronteriza al lado del fratricida guerracivilismo malamente acostumbrado cuando a los españoles les salta la sangre en el ojo.

Mónica Oltra y la banda de los cuatro presidiendo la Duma-Rada Valenciana, los podemitas como chinorris comisarios del pueblo, vigilando la estricta y absoluta ruptura de relaciones con la Unión Europea; Blasco Ibáñez, Miguel Hernández, Juan Marsé y tantos otros grandes escritores en castellano español, prohibidos o ignorados en las escuelas; y media Comunidad Valenciana al Sur y Este del novísimo edén catalanista, reunidos todas las mañanas en uniformado foro público para cantar las glorias de nuestra independencia gracias al imponente operativo militar ruso.

Obviamente los rusos no vendrán ni a Tabarca o Las Columbretes, si bien porque les pillamos demasiado lejos, o por nuestra permanencia y militancia en la OTAN, pero al menos lo de Ucrania ha servido para desenmascarar de forma palmaria hasta qué punto estarían dispuestos ciertos mendas independentistas en devolvernos al genocidio 1936, cuya resolución final fue la larga y amarga dictadura franquista, o, y seguimos con los supuestos, de haber ganado la República, la inmediata invasión de los nazis alemanes y fascistas italianos, para después ser derrotados por los aliados, con lo cual el número de muertos y de odios en idas y venidas bélicas entre el paisanaje español hubiera sido espantoso.

El gran historiador griego Heródoto escribió que ningún hombre es tan necio como para desear la guerra antes que la paz. 2500 años después, algunos cerriles subnormales siguen sin enterarse. Lo mejor es que Vladímir Puigdemont y viceversa se queden dónde están, quietos y parados, manchando calzoncillos.