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Francisco Camps
Francisco Camps

Camps, la soberbia y el éxtasis

Quiere volver a la batalla política contra el tripartito siniestro, sin importarle mucho si es en la Caballería del Congreso, en la Artillería Autonómica o en la Infantería municipal

| Pedro Nuño de la Rosa Edición Alicante

A Camps (Francisco) lo engañó la soberbia, cual mismamente la fábula del caballo y el asno, de Juan Ruiz, nuestro Arcipreste de Hita. Como recordarán el hermoso corcel, perfectamente enjaezado y bien guarnecido de armadura guerrera, pasa al trote apartando sin miramiento a un pobre burro desnudo de cualquier aparejo. Pero tiempo después, cuando jinete y cabalgadura vuelven derrotados de la batalla, al jamelgo descalabrado, y ya inútil para el enfrentamiento, lo mandan al forzoso y tedioso trabajo dar vueltas a una noria, donde el rucio cercano y suelto le recuerda lo mala que puede ser una altivez desmedida, y las vueltas que da la rueda extractora como metáfora de nuestras comprobadas existencias.

Ahora, Camps ha entrado en éxtasis porque se siente momentáneamente libre del collerón de la justicia giratoria. Aunque todavía tienen que volver a engancharlo a la rueda de otras acusaciones de código jurídico por casos pendientes durante su mandato como plenipotenciario de la Generalitat Valenciana.

Quiere Camps, excusando sentencia final por dictaminar, volver a la batalla política contra el tripartito siniestro, sin importarle mucho si es en la Caballería de vanguardia del Congreso de los Diputados, en la Artillería Autonómica, o en la Infantería municipal; el caso es aferrarse al combate político pepero y rescatar el honor perdido contra las huestes sarracenas socialistas; terrible baldón que persigue su triste figura, y no porque él propiamente fuera antaño un astuto asaltacomisiones ilegales, prevaricaciones de manual de villanía, o gerifalte de la Santa Hermandad de la Cobranza Corrupta, sino por culpa de las malas compañías que, intuida la fatuidad del poderoso sin seso discerniente, lo invistieron como caballero y virrey engreído cual un Tirant lo Blanc redivivo, hasta que acabó creyéndoselo y aposentándose en sus fantasía de cruzado frente a los sindiós, mientras en los recónditos sótanos del trasiego deshonesto se forraban beatos usureros, "amiguitos del alma" y de las arcas públicas, pícaros de regalada vida: todos ellos timadores profesionales, hoy entre rejas, cuando ayer se creían salvaguardados e intocables gracias al armiño protector del entonces presuntamente impoluto Profident Molt Honorable. Tiempos de farándula política.

Carlos Mazón, hoy muy capaz de ponerle un candelabro de siete brazos a Pablo Casado, y un velón a Isabel Díaz Ayuso, no quiere ver ni en pintura conmemorativa a Francisco Camps, porque sabe que, como en las guerras de la Baja Edad Media los socialistas y aliados le van a catapultar los cadáveres de los apestados bubónicos para que caigan en el patio de armas pepero y provoquen una especie de contagio mediático que se traslade al votante indeciso.

Lo invistieron como caballero y virrey engreído cual un Tirant lo Blanc redivivo, hasta que acabó creyéndoselo y aposentándose en sus fantasía de cruzado frente a los sindiós

 

En público todavía defiende Mazón que Camps no está condenado, escondiéndolo en un recoveco del panteón de Rita Barberá, la gran matrona Valenciana virgen y mártir. Pero en privado el presidente de la Diputación alicantina suelta lo que no está escrito en el Libro de las Maldiciones; en primer lugar personalísimo, porque no olvida lo artera y malamente que Camps se portó traidoramente contra Eduardo Zaplana, ayo y preceptor político de Mazón; y en segunda instancia porque ya prevé que a sus proposiciones (en la que ahora mismo trabaja secretamente un grupo de expertos), como futuro president de la Generalitat, intentarán desmontarlas, no con el presente y lo por hacer, siempre discutibles, sino echándole encima carromatos enmerdados del pasado remoto cuando el opusdeísta con sayo de franciscano, Juan Cotino se lo llevaba crudo para su familia; el fondo de armario campista lo ponía Gürtel, y Alvarito, el bigotes prusianos, se daba un jactancioso toque de bufón sentimental en la Corte de los milagros valencianos.

Mucho se temen que de la soberbia se pase a la enajenación del despechado e intente convertirse en un nuevo Lizondo

 

"¿Por qué no se queda calladito en su casa o en la rebotica?, y si sale bien librado de los tribunales ya le daremos algo para que se entretenga filosofando", me cuenta alguien muy allegado a Mazón desde juveniles tiempos inmemoriales.

 

"Pues", le respondí, con una frase que me enseñaron los jesuitas de Valencia, donde también estudió Camps, y que estoy seguro la recuerda: "La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano." Y lo que no está sano se pudre o explota infectando colateralmente.

En el PP no quieren a Camps, y ponen como ejemplo a un Zaplana retirado en Benidorm como discreto consejero áulico. Pero mucho se temen que de la soberbia se pase a la enajenación del despechado y Paquito intente convertirse en un nuevo Lizondo, o, peor aún, acabe en el teatro de Abascal como un incomprendido "Príncipe encadenado" (injustamente), o en un "tonto útil" simpatizante.