| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Una asistente durante una manifestación contra la vacunación contra el COVID-19 / FOTO Alejandro Martínez Vélez / Europa Press
Una asistente durante una manifestación contra la vacunación contra el COVID-19 / FOTO Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

Negacionismo

¿Tienen los negacionistas la libertad de no vacunarse? ¿Pueden los gobiernos protegernos tomando medidas que afectan a los derechos individuales?

| Pedro Nuño de la Rosa Edición Alicante

Hace años, tantos como para todavía conservar el perfume a naftalina de la dictadura, los Testigos de Jehová, y devotos de otros cristianismos disidentes de la ortodoxia apostólica romana, se negaban a hacer el servicio militar (la mili) que, en la España de correajes y espíritu nacional, entonces era obligatoria (salvo triquiñuelas o canonjías). 

Por aquellos tiempos, más de 1.000 "testigos" fueron a la cárcel, o recibieron represión policial (como si fueran comunistas, malhechores, o peligrosos contravenientes del nacionalcatolicismo); y lo que era más insultante en pleno siglo XX: soportaron el desprecio ciudadano frente a su supuesta actitud herética (vilipendiados desde una mayoría adepta a la Iglesia del Régimen). Pero ese antimilitarismo practicante acabó de inmediato con la Transición democrática, como en cualquier otro país libre. 

Leí en el diario Información, hará un par de días, que murió una mujer de 58 años cuando ya llevaba tiempo internada en el hospital universitario de Elda por haber contraído el coronavirus. Según hizo público la Conselleria de Sanidad, tras informe de los facultativos, la buena señora se había negado a vacunarse contra la covid, desatendiendo los imperiosos consejos institucionales emitidos desde las tres administraciones (Gobierno Estatal, Generalitat y Ayuntamiento). Esta fue su voluntad apostándose contra el destino y las tantas veces que habría escuchado crónicas de muertes anunciadas por no haber pasado la obligada, que no obligatoria vacunación. 

Hasta ahí todo nos parece, "no hay ética sin estética" en el dicho latino, muy respetable. Pero aquí justo aparece el gran dilema interrogativo del libre albedrío en democracia emanada de los Derechos Humanos y de la Revolución Francesa: ¿podemos negarnos, como esta eldense recién fallecida dramáticamente entubada en una UCI, a que nos pongan la vacuna en cuantas dosis y procedencia de laboratorios hagan falta? 

El portador/a de Covid-19 puede sentarse a mi lado en un autobús, compartir restaurante, saludarme en el ascensor o la calle como amable ciudadano/a, o toser inocentemente desde su ventana

En principio sí. Ni el franquismo con todo su coactivo totalitarismo ni la democrática Constitución de 1978 pudieron o pueden prohibir el suicidio individual e incluso colectivo, administrado en pequeñas porciones o de una sola terminal, pero lo que le higiene pública ha venido prohibiendo desde el poder y a lo largo de la historia de la humanidad, bajo todos los sistemas políticos conocidos, es que los infectados, fueran de lepra, peste bubónica o viruela, etc. contagioso, deambularan libremente, incluso compartiesen estancia con cualquier semejante, incluida la familia más directa. Y es aquí donde los planteamientos previos se bifurcan. En primer lugar, porque este maldito coronavirus tarda en demostrarse con signos externos tan similares a gripes y catarros; ni pústulas, ni llagas, ni vómitos sanguinolentos hasta que alcanza lo irremediable en algunos casos, y en otros más resulta aparentemente inocuo o poco agresivo según edades y condición. En segundo lugar, porque la obligatoriedad de vacunarse solo afecta a países como Rusia, Estados Unidos, China, naciones satélites, etc., pero ni siquiera aquí la ley rige para todos los Estados y poblaciones, ni mucho menos para quienes por encima de sus posibles perjuicios civiles se empecinan en no dejarse inyectar. 

El portador/a de Covid-19 puede sentarse a mi lado en un autobús, compartir restaurante, saludarme en el ascensor o la calle como amable ciudadano/a, o toser inocentemente desde su ventana. ¿Y qué decir de otras proximidades directas por afectivas? 

Medio Elda-Petrer, poblaciones tan contiguas que puedes pertenecer a una u otra según en la habitación en la que se haya nacido, andan angustiadas (no se habla de otra cosa, como si no hubiese otro arriero o cargadora del mal) por si en algún momento alguien trató con la envenenada por Covid-19, incluso, en pavorida asepsia social, si infortunadamente pudieron cruzarse con familiares y allegados a la negacionista prontamente enterrada por si acaso. 

Y aquí entramos en la disyuntiva cervantina y sartreana de que la libertad individual termina donde empieza la de los demás. ¿Tienen los negacionistas la libertad de no vacunarse? ¿Pueden los gobiernos que representan a la inmensa mayoría, cumplidora y obediente al consejo estrictamente médico, protegernos tomando medidas que afectan a los derechos individuales? 

En mi opinión: pueden y deben. ¿Y en la suya querido y "desocupado" lector/a?