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Campo de concentración de Argelès sur Mer
Campo de concentración de Argelès sur Mer

Cartas de Otegui y otros asuntos etarras

Les decíamos a los etarras mil veces: dejen de pegar tiros y de poner bombas y defiendan lo que quieran desde las instituciones. Era la condición para intervenir en la política del Estado

| Manuel Avilés Edición Alicante

Ya he dicho en otro artículo anterior que duermo en un colchón hinchable en la entrada de mi casa. He sido expulsado por mi señora del dormitorio conyugal  -de la casa aún no lo ha hecho pero tengo mis dudas sobre si algún día piensa llevarlo a cabo- por mi manía de ver telediarios, tertulias, noticias de todas las tendencias y de ponerme el pinganillo con la Onda Cero sintonizada usándola como la nana para los niños pequeños. No soy capaz de dormirme sin la radio.

Esa manía –conjugada con el espíritu crítico imprescindible que me inocularon claretianos y jesuitas, estudiando con beca en el sector pobre- hace que me considere medianamente informado.

Prensa muy de derechas monta en cólera y arma un pollo de cuidado –como si los militares africanistas se hubieran sublevado otra vez y el Dragón Rápide estuviera volando de Canarias a Marruecos con Franco a bordo- porque una diputada de Bildu y otros del entorno han estado visitando etarras en  cárceles andaluzas.

¿Qué quieren ustedes? A principios de los noventa, cuando Antonio Asunción puso en marcha la dispersión –no fue Enrique Múgica, que era el ministro y demasiado hizo dejando actuar a Antonio que era el cabeza pensante- les decíamos a los etarras mil veces: dejen ustedes de pegar tiros y de poner bombas, y defiendan lo que quieran desde las instituciones. Esa era la condición para intervenir en la política del Estado, dejar de pegar tiros. Nos guste o no, han cumplido. A mí, Bildu, me huele a etarra que tira para atrás. Lo mismo que me olía Herri Batasuna, lo mismo que Euskal Herritarrok, que estos eran especialistas en cambiar el nombre y seguir siendo los mismos. Una cosa es cierta: ETA se ha disuelto y ha desaparecido. ¿Queremos liquidar ahora todo lo que suene a independentismo? Les puedo dar una lista larga de partidos que sin haber hecho uso de las armas han defendido la independencia de su territorio. ETA, cuando mataba, pedía para dejar de matar lo mismo que el antiguo plan Ibarretxe, lo mismo que el partido que montó Garaikoetxea cuando se peleó con Arzallus, lo mismo que Esquerra Republicana y los de Convergencia.

Se está más a gusto cobijado por un grupo que manda diputados a verte, te envía algún socorro económico y presiona para que te pongan en la calle para hacerte un homenaje en tu pueblo

Ahora los etarras no matan. Si nos cabía alguna duda de su conexión, Otegui manda una carta a los presos que quedan –dentro de poco cabrán en un taxi- y les dice: Bildu necesita la fuerza de las celdas, a la vez que les pide que se afilien.

No les quepa duda de que se afiliarán porque, como dice mi amiga boticaria, son “mulos del mismo pesebre” y porque, lo mismo que cuando los abogados pastoreaban al Colectivo de presos –el llamado frente de makos- siempre se está más a gusto cobijado por un grupo que manda diputados a verte, que te envía algún socorro económico y presiona para que te pongan en la calle para hacerte luego el homenaje en tu pueblo si has sido fiel a la disciplina.

Me parece muy bien. Hoy soy contrario a la dispersión –y les aseguro que la he practicado y me he jugado el pescuezo haciéndolo- porque esa decisión política de Antonio Asunción no era una maniobra de castigo sino un modo de lucha contra la banda terrorista. La banda ya no existe, ahora hay gente que practica la política –Mertxe Aizpurúa y Joseba Azcárraga del antiguo partido de Garaikoetxea–  y gira visitas a los presos y defiende los mismos postulados… pero no mata, que es justamente lo que queríamos en los años que todos llaman de plomo. En esos años, íbamos con escolta, mirábamos debajo del coche diez veces antes de arrancarlo, alterábamos horarios y caminos y nos sentábamos al fondo de los bares con la espalda pegada a la pared y dispuestos a salir zumbando al menor indicio de peligro. Conclusión: no comíamos, ni dormíamos ni vivíamos tranquilos. Y eso lo cuentas ahora y pareces el ‘abuelo cebolleta’ contando batallas imposibles. A mí me obligaron a llevar –además de escolta, pistola-. Algún día contaré alguna petición para llevarla, sin la menor amenaza, para ser chófer de un puticlub.

¿Por qué me enrollo con esta historia? Me ha enviado un libro Juan Antonio Marín: Para ti, mi vida. Contrariamente a tantos criminólogos y etarrólogos de salón, que sientan doctrina y no han visto un terrorista ni un delincuente salvo en las fotos de los telediarios, este hombre sabe lo que dice y de lo que escribe.

Lo conozco hace muchos años y hemos trabajado juntos. Desde la trastienda, con Antonio Asunción, trabajó en todos los programas de enfrentamiento al problema de delincuentes peligrosos y de terroristas.

No me chivo ni desvelo secretos. Él me ha enviado el libro y quiero hacerlo público para que tengan conocimiento y puedan acceder a él. No utiliza un lenguaje demasiado literario. Más bien parece un oficio, con lenguaje casi administrativo, en el que da cuenta de actividades que han servido durante muchos años para que todos vivamos más tranquilos. Cuenta intríngulis importantes, esenciales podríamos decir, de la seguridad del estado que él vivió en primera fila. En silla de pista, diría mi amigo Miguel Ángel Aguilar –magnífico y sabio  libro también, que no sé si ha tenido la difusión merecida-.

Desde las cárceles, en Para ti, mi vida,  podemos repasar episodios desgraciados de la historia de este país que, como afirmaba Von Bismarck “es el más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”.

Los parásitos intrigantes y vagos se delatan a la primera: “Hay algunos que, en lugar de a trabajar, se dedican a otras cosas”

Repasa Marín la muerte de Agustín Rueda que motivó la condena de los funcionarios que cometieron el delito; las revueltas de aquel engendro llamado ‘Copel’ que pretendía ser anarquista y solo era un montaje de delincuentes profesionales –fruto como todos de su ambiente, sí- que querían aprovechar la amnistía tras la muerte de Franco. Repasa también  en esta obra la creación del fichero Fies en el que él participó activamente –diseñado para el control de presos ultra peligrosos que habían puesto al sistema contra la pared con sus motines y se enseñoreaban dominando violentamente las cárceles-. Cuenta el gran quebradero de cabeza jurídico  que ocasionó y que estuvo a punto de llevarse por delante un buen equipo directivo porque, siempre, el clavo que sobresale es el que se lleva el martillazo.

Cuenta, cómo no, las intrigas y las puñaladas traperas que vivió y sufrió en la Secretaría de Estado de Instituciones Penitenciarias porque como él mismo dice: “Hay algunos que, en lugar de a trabajar, se dedican a otras cosas”. No dice nombres y yo no voy a enmendarlo citándolos, aunque los conozco a todos y a cada uno porque los parásitos intrigantes y vagos se delatan a la primera.

Ya he dicho que considero su lenguaje más administrativo que literario, aunque  parezca que tienen poco de literatura las sesiones en el Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista en las que el autor de Para ti, mi vida, también participó. Lenguaje claro, directo y plenamente entendible.

Un libro lúcido, inteligente y sumamente interesante para quien quiera saber cómo discurre la vida en los lugares poco deseables del Estado, cuya lectura recomiendo vivamente.

PD.

Alucino por un tubo –dicen ahora los chavales- para vacunarse del covid no hay que tener setenta años, cáncer e insuficiencia respiratoria. Hay que ser alcalde, consejero o enchufado. Me gusta ese criterio democrático, esa forma de saltarse la cola.

Me quedo a cuadros –durmiendo como saben en la entrada de mi casa, expulsado del dormitorio conyugal por ver siete telediarios al día- me despierta la radio con una entrevista del vicepresidente del gobierno que avergüenza a cualquiera mínimamente ilustrado. Compara el señor Iglesias a Puigdemont –huido y establecido en un casoplón con su corte, una especie de Fernando VII en el palacio de Talleyrand- con los exiliados republicanos que huyeron tras la victoria de Franco para no ser pasados por la piedra infamemente. Los campos de concentración de Argelès sur Mer tenían poco que ver con el palacio de Waterloo.

No voy a comentar nada porque ya lo han hecho mil veces todos los medios. No puedo creer –he votado a este hombre dos veces- que piense que de verdad que Puigdemont, en su casoplón ricamente servido, se parece en algo al Machado pobre y enfermo que murió en Colliure. ¿Cómo comparar a don Claudio Sánchez Albornoz con el Dioni? Hay que estudiarse la historia con un poco más de dedicación.