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Homenaje al niño asesinado en Lardero / Alberto Ruiz / Europa Press
Homenaje al niño asesinado en Lardero / Alberto Ruiz / Europa Press

Terceros grados, libertades condicionales y el niño de Lardero

El sistema debe trabajar por la reinserción social, que es un mandato constitucional ineludible, y quien no trabaje por la reinserción no está cumpliendo la ley

| Manuel Avilés Edición Alicante

A principios del año 92 – España se preparaba para la Olimpiada y la Expo de Sevilla- el equipo de tratamiento de Nanclares de Oca, de donde yo era director, elevó propuesta de clasificación en tercer grado de los presos de ETA Isidro Etxabe y Jon Urrutia – acuérdense, los de las cintas de Nanclares de las que informaron abundantemente todos los medios-. Pasaron tres o cuatro meses y la Secretaría General de Prisiones no resolvía. Los equipos de Tratamiento no dan terceros grados, proponen y el Centro Directivo resuelve. Pregunté a Antonio Asunción el motivo de la tardanza en su resolución y respondió veloz: no podemos darles el tercer grado. Tenemos a Álvarez Cascos – acuérdense de la figura del dóberman- todo el día vigilando con la escopeta cargada. Nos fusilaría si se lo damos. Yo era joven entonces, no siempre he sido un anciano inservible como ahora, y entendí a la primera que los terceros grados, muchas veces, eran un asunto político. Un alto cargo de derechas, camuflado y en silencio firmó aquel grado. Creo que se lo colaron.  Me puso los pelos de punta recibirlo – lean, si quieren mi libro De prisiones, putas y pistolas, dicho sin el menor ánimo de publicidad- y tuve que incurrir en una de las pocas irregularidades que he llevado a cabo en mi vida y que ha prescrito ampliamente. La Juez de Vigilancia, gran Juez, Ruth Alonso, entró a saco e independientemente en el problema, y dio el tercer grado a Etxabe y Urrutia. Se armó un gran lío que tuvo dos consecuencias: un alto cargo de derechas dijo: Avilés se está acostando con la Ruth, eso no hay jueza que se lo coma.  Cuando entró la derecha al gobierno, mi convicción es que inspirado por el alto cargo cuyo nombre no diré nunca, Aznar se inventó el Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria para quitar a Ruth la competencia de la Vigilancia de los etarras que estuvieran en el País Vasco.

A raíz de estas historias, en enero del 93 se grabaron en Alcalá Meco unas cintas en las que De Juana Chaos, Esteban Nieto y Artola Ibarretxe -presos etarras- y Arantxa Zulueta y Txemi Gorostiza – abogados de ETA- planeaban mi muerte en los locutorios. El director de Meco se escaqueó como un profesional del no hacer nada y otro cargo intermedio “se comió” aquellas cintas problemáticas.

Mi suerte profesional siempre ha sido la de un “pringao” ajeno a la política y a calentar sillones paseando el folio, que las medallas de oro y con pensiones vitalicias se reservan y se las suelen llevar otros. Antonio Asunción me llamó a capítulo y dijo: “Tienes que salir de Nanclares. Te van a matar. Te vas como director a Valencia – inauguré Picassent en junio del 93- y tienes una tarea importante allí. Acaban de encontrar los cadáveres de tres niñas, asesinadas al parecer por un hijo de puta que estaba de permiso – el caso Alcásser y Antonio Anglés que todos recordarán- mete mano en los permisos, mete el hacha y recorta porque aquella gente está un poco desmadrada - refiriéndose al equipo que había Valencia”.

No me voy a poner escatológico ni a criticar a funcionarios que hacían su labor como podían y  mal influenciados en aquella época. Una de las primeras órdenes que di fue: no empieza ni una Junta de Tratamiento sin que yo esté presente como presidente de la misma.

Ahí, y luego en otras prisiones, empezaron las discusiones teóricas, prácticas y más o menos subidas de tono. Desde el punto de vista criminológico lo tengo clarísimo. De algo, si no soy absolutamente imbécil, me habrán servido los cuarenta años  que he pasado en la cárcel: los permisos penitenciarios y los terceros grados no son un premio para la buena conducta carcelaria ni para la colaboración en cualquier terreno. Hay muchos presos que, con carreras delictivas impresionantes – robos, atracos, narcotráfico, asesinatos, pederastia…- en prisión se portan como unas malvas. El gran Antonio Beristain, maestro de penalistas y criminólogos y entrañable amigo, acuñó el término “carcelear”. Carcelea el que siendo un delincuente irrecuperable y profesional, que hace del delito su forma de vida – véanse narcos, sicarios, estafadores…, que no paran de delinquir nunca y podría ponerles mil y un ejemplos con nombres y apellidos porque el Alzheimer todavía no ha llamado a mi puerta- carcelea porque en la cárcel es colaborador, servil, chivato, pelota y luego, puesto en la calle, sigue con su vida de facineroso.

Cuando tiene lugar la catástrofe de un niño asesinado todos parece que lo sabían hacía tiempo

 

He ahí uno de los fallos del sistema por el que yo discutía en Valencia y en todos los sitios que he dirigido. Los permisos, los terceros grados y las condicionales no deben ni pueden tener como único requisito las matemáticas – lleva mucho tiempo preso, ha cumplido las tres cuartas partes…- . Los permisos y los terceros grados no son una manera de drenar las cárceles ni de pacificarlas. La expectativa de salir hace que el preso esté más tranquilo y trabaje por adaptarse al sistema, pero no hace que tenga verdadera voluntad ni capacidad de vivir en la calle sin delinquir y eso es lo que deben estudiar los especialistas. Si en la cárcel hay tensión o mal ambiente porque se dan pocos permisos, son los profesionales quienes tienen que hacer frente a ello porque para eso cobran de la sociedad a la que deben defender.

Los permisos y los terceros grados no son una estadística que hace más bueno, más eficaz y más trabajador, o sea premiable,  al que más propone. Los profesionales del tratamiento tienen que ser menos burócratas -informes de corta y pega, informes como churros con expresiones enlatadas y repetidas - y más trabajadores que pisan el terreno cada día y conocen en profundidad a cada penado sobre el que elaboran una propuesta científicamente motivada. Es evidente que para esa tarea hacen falta más profesionales, comprometidos y eficaces, trabajadores conscientes de la importancia, la necesidad y la grandeza de su misión. No me vengan los sindicatos de derechas – casi todos, para mí se salvan Csif y Comisiones- pidiendo más funcionarios para que en las cabinas acristaladas no haya sillas para todos.

 

Todo el mundo sabe, todo el mundo pontifica y es muy fácil hacerlo a toro pasado. Cuando tiene lugar la catástrofe de un niño asesinado todos parece que lo sabían hacía tiempo.  Mis cuarenta años de cárcel me han enseñado que el sistema debe trabajar por la reinserción social, que es un mandato constitucional ineludible y que quien no trabaje por la reinserción no está cumpliendo la ley. También me han enseñado que hay delincuentes que no se reinsertan nunca y pondré tres ejemplos de los que jamás he visto un caso de reinserción: nunca he visto a un gran narcotraficante reinsertado porque, como me decía la famosa  Paca -gran narcotraficante mallorquina-: “la droga engancha mucho pero engancha mucho más el dinero”-. Otro gran narco, menos famoso que la Paca, afirmaba: “yo no me voy a poner  a trabajar como pintor de brocha gorda, ganando mil euros al mes, cuando eso me lo gasto en un día en colonia para mis putas”. Esa es la filosofía del dinero que creen fácil.

Nunca he visto reinsertarse a un gran estafador y no les pongo el ejemplo ilustrativo porque no cabría en el artículo, pero recuerdo una página periodística sobre un estafador belga que actuó en Cataluña, más peligroso vendiendo motos que Puigdemont, y del que podría escribir una novela. Nunca he visto reinsertarse a un pederasta porque la pulsión ante los niños les arrastra – ellos dicen que inevitablemente- y jamás he visto una terapia que los recomponga. ¿Quieren ejemplos recientes?

Ahora vendrán los instauradores de la prisión permanente revisable y dirán que el caso del niño de Lardero  justifica su necesidad. ¿Acaso con esa pena y con veintitantos años en la cárcel no habría salido de permiso? Lo importante es el estudio de los especialistas, la seriedad y el rigor en las propuestas de clasificación y en los informes cuando se presentan recursos. Esa es la clave.  También la vigilancia y el control estrecho de los casos espeluznantes – como este tipo de depredación sexual y asesina demostrada-. Estos elementos con graves dificultades para la satisfacción sexual, digamos normal, desvían esa satisfacción a situaciones inadmisibles. No pasa nada, progres trasnochados y criminólogos de salón, por no practicar el buenismo analfabeto  y admitir que existen parafilias y graves desviaciones sexuales – como las del asesino del niño de Lardero- para las que el código penal es el único remedio.