Entre la incredulidad y el descojono

Decíamos ayer, o vayan ustedes a saber si era hace un año, que, a la juventud, entre la parte y el todo, no la sujetaban ni un Hitler y un Stalin redivivos ampliando aquellos bestiales e inexpugnables campos de concentración y gulags en perímetro actual globalizado del universo mundo; ni los metía en cintura de severa e inhumana reeducación la mismísima banda maoísta de Los Cuatro. A las pruebas me remito cuando a través del canal satélite o de cualquier distribuidora televisiva observamos las noticias de diversos países líderes en el civilizadísimo Occidente. La imagen de la despreocupación echada a la calle o al asalto de discotecas y otros lugares de ocio resulta tan fácilmente interpretable y en cualquier idioma como el cine mudo.

Cuando cae el sol, cae la moderación de las mascarillas, de la proximidad y de los reglamentos sociosanitarios. El virus desaparece en su infinito cosmos de irresponsabilidades, como por arte de magia negra, ante la insoportabilidad de asumir en mocedad la etérea e invisible presencia del maldito covid-19. Se enmascaran en casa, en el centro de estudios, incluso algunos/as en la calle, pero no en la vorágine del combinado con alcohol mientras atruenan la música y los flashes para la extenuante danza tribal contemporánea. Y ya no digamos cuando las parejas se pierden en la oscuridad que demandan las epidermis a esas edades de rebeldías e incontinencias. Todo consejo es de viejos y las advertencias resultan tan inútiles como una llave de goma. Y, por si no fuera poca desobediencia, agreden a la policía con piedras, botellazos e insultos que se deberán grabar para que los escucharon sus madres; en inconsecuente y perversa imitación de aquellos mayos del 68 o la posterior kale borroka, cual revolucionarios sin revolución.

Pero lo peor es que sus mayores responsables de conjunto ciudadano, es decir: los políticos, lo permiten con una incoherencia que supera todos los niveles de la estupidez humana. Pedro Sánchez, obviando de nuevo su responsabilidad como jefe del Gobierno Español, se va quitando los muertos encima (nunca mejor dicho) traspasando la responsabilidad de cierres, aperturas, mascarillas y demás medidas precautorias a las Comunidades Autónomas. Éstas, a su vez, no coinciden entre sí por muy limítrofes que sean, con enclaves como el de Treviño, el Rincón de Ademuz, pongamos por caso, incrustados en otra comunidad autónoma.

Así que cada presidente, president o lehendakari va por libre a la hora de regular la incomprensión cuando no la cáustica mofa de los ciudadanos que no alcanzan a entender (tropel de tontos frente a tan exquisitas inteligencias superdotadas) cómo en un pueblo llaman a toque de queda, y en el de al lado, con el que tienen contacto inmediato, fuera mascarillas y cierres de madrugada. O por qué aquí vacunan hasta los púberes y 1 km más allá todavía no les toca a los cuarentones.

Piense en poner a Pedro Sánchez a los mandos de este desternillante "aterriza como puedas", porque todavía nos jugamos muchas vidas

Ahora Ximo Puig dice que la situación pandémica en la Comunidad Valenciana es "muy preocupante" y que hay que tomar "medidas contundentes". ¿En pleno verano turístico? ¿Devolvemos a los veraneantes guiris a sus países? ¿También a los mesetarios o de comunidades limítrofes con la nuestra? ¿O le damos a usted el título de Gobernador de la isla Barataria? Si el problema es por la variante Delta, tiene usted aquí más ingleses que en Londres; si piensa poner puertas al campo murciano, manchego, aragonés o catalán, lo tenemos claro; si cree que se han acabado los botellones playeros a la luna de julio con el "loro" a tope de volumen, será como mandar al atolladero del descojono a las fuerzas de orden, pues bastará que levanten y desmonten un jolgorio para que se alce otro más grande a un par de kilómetros: los neng van con lo puesto y les va la marcha del descaro.

Colóquese bien el adminículo, y piense menos en la reinona balear, y más en poner a Pedro Sánchez a los mandos de este desternillante "aterriza como puedas", porque todavía nos jugamos muchas vidas.