| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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José Luis Escrivá, ministro de Inclusión , Seguridad Social y Migraciones / E. Parra. POOL / Europa Press
José Luis Escrivá, ministro de Inclusión , Seguridad Social y Migraciones / E. Parra. POOL / Europa Press

Estoy acojonado

La ley de seguridad nacional me preocupa muchísimo más que la ley trans que propugna la ministra Montero, porque, a esta edad no tengo ni la menor intención de dejar de llamarme Manuel

| Manuel Avilés Edición Alicante

No gano, a mi edad, para sustos y sobresaltos. Luego dirán que los jubilados andamos todo el día molestando en las consultas de los médicos con achaques y milongas: recéteme, doctor, las pastillas para las palpitaciones y para el insomnio; las de la tensión y las de las depresiones; no se olvide de esas que estabilizan el ánimo, las de la artrosis y las que hacen que el alcohol me siente como un tiro porque, con las noticias que me llegan de este gobierno – el que decía que iba a mandar para los más desfavorecidos, los que decían que iban contra la casta, que eran los de abajo e iban por los de arriba- con las noticias que generan, me dan ganas de meterme para el cuerpo tres cartones seguidos de tinto peleón y tirarme  a dormir en el primer banco del parque o en el primer cajero automático que pille para dejar clara mi postura anarquista y antisistema al más puro estilo Bukowski.

Leo en la primera página de un periódico clásico  - y me caigo del sillón orejero al suelo en un único respingo- la siguiente noticia – más o menos-: “La autoridad podrá exigir, en caso de crisis, prestaciones personales  a todos los mayores de edad”. Me veo movilizado como cuando en diciembre de 1978 se iba a votar la Constitución. Me tiré un mes y un día con el fusil de asalto cetme en modo prevengan, defendiendo al país de etarras, grapos, frap y otros movimientos terroristas, en un polvorín congelado junto al río Duero y sin ver más allá de tres metros porque la niebla no levantó en todo el mes. Sardón de Duero se llama el sitio y no sé si el polvorín aún existe. Allí contemplé – los soldados de reemplazo para algunos gilipollas carecíamos de los mínimos derechos, no así para otros – militares ilustrados- cuyos nombres aún recuerdo con agrado, contemplé, digo, cómo un brigada chusquero asesinaba a un pobre perro vagabundo  que fue a dar con sus huesos a aquel sitio infecto, en el que dos veces en un mes me despertó una rata andándome por la cara.

No conservo la cartilla blanca – aquella que nos daban al acabar la mili-, en la que ponía que nos suponían el valor. ¿Tengo que preparar el petate, a cuentas de esta ley de seguridad nacional que prepara el gobierno? ¿En qué consistirá la prestación exigible a todos los mayores de edad? ¿Puedo hacer valer mi condición de tirador-apuntador antiaéreo, acreditada en los acantilados de Tapia de Casariego, para evitar que me pongan servicio de cocina, freganchín de perolas o machaca en el bar de oficiales? ¿Me podrán visitar en el destacamento que me toque  Sandra Aza, Olga Luján o la Nombela, cada una con su libro bajo el brazo, y llevarme algún paquete con chorizos de Almendralejo, jamón bien cortado o un taper con helado de tuti fruti? Lo del libro lo digo – ya saben Libelo de sangre, Entre vinos hablaos y A contratiempo- para elevar el nivel, que de todos es conocido el embrutecimiento que tiene lugar en las concentraciones de abuelos. Todos pensando en los carajillos y en los videos de “yutú”, con señoras en bragas o incluso sin ellas – véanse, como muestra, los que envían los Chupalápidas, movimiento ausente de testosterona, la edad no perdona,  que sale en “La hija del barbero”-.

¿Entienden el insomnio? Esta ley de seguridad nacional me preocupa muchísimo más que la ley trans que propugna, en sus muchos ratos sin nada que hacer, la ministra Montero, porque, a esta edad no tengo ni la menor intención de dejar de llamarme Manuel – tampoco conozco a ningún Chupalápida, de mi cuadrilla de ancianos que quiera hacerlo- para llamarme María Vanesa o Guitny Jenifer.

La prensa no da tregua. Preferiría ser ágrafo,  alérgico a la lectura y seguidor únicamente de programas basura. Que sí rociito, que si la esteban, que si los chismes playeros de Ibiza y que si el cantaor o el torero fulanito han salido del armario y se han enrollado con la  folclórica mengana. Menos disgustos me llevaría y menos visitas a urgencias con las crisis de ansiedad y los temblores de la muerte saliéndome por las orejas.

Dice Escrivá que en el ajuste necesario se tienen que ver afectados un segmento poblacional ancho

Dice el ministro Escrivá, hablando de la reforma de las pensiones, que los nacidos en la generación del “baby boom”, tendrán que trabajar un poco más si no quieren ver afectada su pensión. ¿Eso va a afectar a Aznar y a Felipe y a Zapatero, que llevan jubilados desde los cincuenta tacos y cobrando un pastón o solo nos afecta a los de a pie?

Dice Escrivá  - y este hombre habla con conocimiento de causa en su condición de tecnócrata ilustrado, que este no es Ábalos ni Lastra ni Simancas ni Cantó- que en el ajuste necesario se tienen que ver afectados – nos tenemos que ver- un segmento poblacional ancho. Ya estamos otra vez, los abuelos gilipollas dándole al tranquimazin y a los orfidales, con la mosca detrás de la oreja. Luego – llamado convenientemente al orden por Moncloa- rectificó diciendo que no había tenido su mejor día y que “el mecanismo de equidad intergeneracional” - ¡que manía de buscarse nombres raros para que no los entendamos! - está aún por decidir.

 

Abuelos que os manifestáis inútilmente con la trompeta  y las banderitas en las plazas de los ayuntamientos: lo he dicho mil veces en estas mismas páginas. Ni puto caso nos harán hasta que no tengamos un partido fuerte – somos nueve millones- con quince o veinte diputados que puedan decidir la política española. Mirad los catalanes y los vascos. Han conseguido todo lo que les ha dado la gana: presos y prisiones, indultos supersónicos, pasta por un tubo y bajadas de pantalones hasta los tobillos. ¿Sabéis por qué?  Porque con sus seis u ocho votos, los peneuvistas, los esquerras, los puigdemones, los bildus y el sursum corda, sostienen a Sánchez en su moqueta. Imaginad veinte diputados de “Iniciativas mayores” – con nueve millones de abuelos si no los conseguimos es para que nos maten a todos- exigiendo a Sánchez un uso racional y urgente de los fondos europeos, la dedicación de los mismos solo a crear puestos de trabajo estables y de calidad, y vigilando de cerca la creación de chiringuitos para pelotas inútiles, apesebrados múltiples, pseudosindicaleros golfos facciosos, y voceros de igualdades que esquilman las arcas sin aportar nada que no sepamos. Esos son el cáncer de la economía y no los abuelos que hemos trabajado cuarenta años cotizando y levantando al país. No sé si me explico o se me está yendo la olla.

Os dejo reflexionando sobre este asunto último, abuelos colegas, y me pongo a preparar la maleta como una bala. Me voy a la Semana Negra de Gijón, el top de los top de las semanas negras de España. Me han invitado por causa de mi último libro  De prisiones, putas y pistolas que está funcionando como un auténtico tiro, con perdón de la redundancia pistolera. Tranquilo, querido Toche Solano y gracias por tus sabios consejos en materia tributaria. Aún no he pillado un duro. Hasta ahora todo son gastos, que promover la cultura es una cosa carísima: hoteles, viajes, taxis, invitaciones y la madre que me parió. Soy un desastre como contable, mi vida es un desorden y más ahora que mi señora se ha vuelto a ir de casa hasta Estocolmo siguiendo a Joey Tempest y a su grupo Europe.

He empezado por agenciarme un sobre de plástico donde guardo todos los tickets incluyendo los más inverosímiles. No le tengo miedo a Hacienda ni a la ministra Montero, la buena, la que sabe, porque a estas alturas – lo repetí diez veces hace unos días en Mallorca- me interesa ir a la cárcel como interno. Estuve cuarenta años en ella, muchos como director, y no está mal cambiar el punto de vista. Me ahorro el asilo al que estoy abocado sin remedio y siempre me podría agenciar un equipo de tratamiento que me asignara un módulo de respeto y un médico comprensivo que me recetara las viagras – gratis, ahí paga el contribuyente- para los vis a vis cada quince días. Una frecuencia inusitada en la vida libre.