| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Sobre la mamá sin pelo

No me sirven de nada los contenedores iluminados de color rosa cuando el sistema no está funcionando y han retrasado la primera prueba diagnóstica de mamografía hasta los 45 años

| Sonia Gonzálvez Edición Alicante

Siempre he creído que nadie es imprescindible… excepto una madre en su casa —o cualquier figura que ejerza como tal—. El ser humano es una de las especies que más indefensa y dependiente nace y el papel de la madre es determinante para su supervivencia, crecimiento, desarrollo, madurez, construcción de la personalidad y futura vida como adulto dentro de cierta estabilidad emocional.

La maternidad está idealizada, creo que es una de las pruebas más difíciles, exigentes e injustas por las que una mujer pasa y, en las circunstancias sociales actuales, un motivo más susceptible de crítica y reproche tanto si quieres ser madre joven, como si prefieres posponer la experiencia o no tenerla. En cualquier caso, tener un hijo —convertirse en madre, siempre he defendido que no necesariamente es madre la que pare— es uno de los hechos decisivos que te cambian la vida porque, entre otras muchas otras cosas, cambia tu manera de afrontar y de opinar sobre temas que hasta ese momento ni te preocupaban.

Como muy bien escribió el gran Dani Martín: “Qué bonita la vida, que da todo de golpe y luego te lo quita…” No puedo evitar canturrear su tema mientras escucho a Olga Avellán hablar sobre su proyecto —porque es mucho más que un cuento— Mi mamá no tiene pelo en su entrevista en Youtube.

Estoy de acuerdo con ella en cuanto comenta en su conversación en lo relativo a la importancia de la “detección precoz”, “la indispensable investigación” y “la necesidad de no mentir a los familiares”, especialmente si son niños, y de explicarles —de manera adecuada— lo que está pasando.

El cáncer —por desgracia—, está en casi cada casa y no discrimina, nos iguala, porque no entiende de edad, sexo, religión, posición social o económica y ataca sin consideración. Una de las personas a las que más quiero lleva años luchando como David contra Goliat y ha pasado por seis tipos de esta enfermedad al que está ganando la batalla como lo que es: una fuerza inagotable que hace lo que sea por los que más quiere: sus hijas y sus nietos. Le dieron tres meses pero hoy, quince años después, es una enferma crónica. Actualmente está siguiendo un tratamiento de quimioterapia experimental que empezó hace cinco años y que está funcionando por eso, al igual que hace Olga Avellán, insisto en la importancia de la investigación, que la investigación no pare y que nuestros científicos tengan cuanto necesitan para desarrollar su labor —indispensable, tal y como ha quedado patente a lo largo del último año— y que no sea financiada por campañas individuales, sino que sea el Gobierno el que tenga claro que es la llave —junto con la Educación, para abrir puertas que cerradas nos privan de derechos básicos.

 

Que no se paralice la Investigación, por favor. No me sirven de nada los contenedores iluminados de color rosa —esos gestos están muy bien una vez cubiertos los que de verdad nos salvan— cuando El Sistema no está funcionando —tuve un diálogo al respecto con alguien en redes sobre este tema hace poco que me contradecía— al menos en mi provincia, no está funcionando. Han retrasado la primera prueba diagnóstica de mamografía hasta los 45 años, y yo llevo dos esperando esa llamada… y si he querido tener tranquilidad he tenido que pagarla —pero …¿ y si no puedes afrontar el gasto?— sigo esperando… cuando la detección temprana es determinante. En eso coincido con Olga, con mi querida Antonia y creo que casi con cualquiera que tenga algo de sensatez —experto o no—. Me hacen gracia envenenada esas noticias que empiezan con “los expertos opinan…” pues lo no expertos también. Todo el que lea este artículo coincidirá con nosotras en que “mejor cuanto antes” porque la información es poder y después ya decides, pero mejor jugar con cierta ventaja.

He dedicado 28 años de mi vida profesional a la Educación. He pasado por casi todas las etapas, ciclos y situaciones posibles. Mi opinión es que a los niños no hay que mentirles, que es mejor que sepan lo que está pasando —debidamente explicado, a su medida—, que la vida tiene partes injustas, que sus padres y hermanos no son perfectos, que los seres vivos enferman, que no siempre van a conseguir lo que quieren  y mucho menos de inmediato, y que, en ocasiones, se producen pérdidas —ya sean materiales, propósitos, o personales— que hay que asumir de la mejor manera, porque no nos queda otra. Asimilar la frustración y canalizarla para gestionarla debidamente debería ser materia obligaría en todas las escuelas porque de nada sirve que un niño aprenda quebrados si luego no sabe dónde colocar su rabia, sus enfados, su tristeza o su dolor. Familia y escuela son un equipo, siempre lo he entendido así, y los menores la prioridad.

Por eso me parece que el proyecto de Olga Avellán y su cuento Mi Mamá no tiene pelo merece el apoyo de todos. Porque coincido con ella en cuanto a sus reivindicaciones ya comentadas y porque puede convertirse en una gran ayuda, y aportar algo de luz, para otras familias que estén pasando por lo mismo, ofreciendo ideas a padres, madres y abuelos aunque esté enfocado para niños de 3 a 7 años, y que se encuentra ahora en plena campaña de micromecenazgo en la plataforma Verkami.com y que gestiona la editorial La Voltereta que es la que lleva todo el proceso de producción y distribución.

No duden en ver la entrevista de Olga a través del link proporcionado y en acercarse a su libro, porque merece la pena, porque hay que apoyar la investigación y luchar por ella, por la oficial, la que merecemos por derecho, y para que Olga sienta, que no está sola, que la apoyamos y que le enviamos un enorme abrazo y nuestra inmensa gratitud por ser generosa y compartir su historia por el bien común. 

©Sonia Gonzálvez