| 24 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La operación para terminar con la Corona por el "borboneo" de Juan Carlos I

El reinado de las luces y las sombras de don Juan Carlos culmina con epílogo infeliz, en una campaña teledirigida que va mucho más allá de su figura y es ésta.

| Antonio Martín Beaumont Opinión

 

 

Me cuenta un antiguo colaborador del Rey Juan Carlos, militar que le acompañó durante una década en la Zarzuela: “Para entender lo que le ha pasado a 'Su Majestad', basta recordar que en la noche del 23-F Pablo Iglesias tenía 3 años”.

Que Juan Carlos I ha sido víctima de sus propios errores nadie lo niega. Los investiga nada más y nada menos que la Fiscalía del Tribunal Supremo. Pero asimismo, pocos discuten ya que el Jefe del Estado durante cuatro décadas se ha convertido en la pieza que se ha cobrado el populismo que irrumpió en la política española en 2015.

El tsunami que provocó la irrupción de la llamada “nueva política” y, sobre todo, la llegada de Podemos a las instituciones se llevó por delante a un puñado de buenos políticos y de empresarios curtidos en aquello que se llamó la Transición.

Y que pilotó con decisión, talento, voluntad de conciliación y valentía -incluso temeridad- ese mismo “anciano” que este sábado tomó un avión de forma clandestina y vergonzante para dejar de ser un “estorbo” para el titular actual de esa misma Corona a la que tanto brillo sacó.

Como en toda trayectoria de un hombre que supere la barrera de los 80 años, en la biografía del “Emérito” conviven luces y sombras. Ni es ese pícaro corrupto que se aprovechó del cargo que dibujan estos días las huestes moradas, los independentistas y los proetarras -causalmente, los socios de Pedro Sánchez-; ni es el héroe de currículum impoluto que se empeñan en exhibir sus acérrimos a ultranza, esos “cortesanos” que tanto daño le hicieron medrando bajo su estela.

Un servidor

Tal vez el triste final de Don Juan Carlos no hubiera sido tal si en su apogeo alguno de esos “aprovechateguis” le hubiera dicho: “¡Majestad, por ahí, no!”. Quienes ya hemos visto pasar muchas cosas por delante, pero también esos españoles más jóvenes que no se creen los inventores de la rueda, sabemos que el antiguo Rey solo contó en su equipo con un valiente: el jefe de la Casa, Sabino Fernández Campo. Por cierto, hablar claro acabó costándole el cargo.

En estas horas de balance, a esos que se lanzan a un linchamiento tan cruel como descarnado con quien ha sido sobre todo un servidor de España cabría recordarles que mientras el antiguo Rey protagonizaba algunos de sus devaneos amorosos o de sus episodios de “bon vivant", lo mismo abroncaba en privado a un general nostálgico del franquismo con tentaciones golpistas que se “camelaba” a un embajador de una potencia mundial para enterrar para siempre la imagen internacional de una España de charanga y pandereta. 

 

 

Que igual que se subía a un helicóptero oficial para practicar el esquí en Baqueira, volaba doce horas con decenas de empresarios para allanar sus negocios futuros aprovechando su incalculable prestigio internacional. O que lo mismo que disfrutaba en los reservados de los más exclusivos restaurantes de Madrid, se interesaba y mediaba para solucionar los problemas del ciudadano más humilde.

Todo esto ha sido Juan Carlos I. Y negarlo no tiene sentido alguno. Para bien y para mal. Con sus virtudes y sus defectos, ha sido un hombre de Estado que ha dado a España más que cualquier otro político en las últimas cinco décadas. Y con un coste personal que de alguna forma explica parte de sus conductas posteriores: una adolescencia en soledad, la traición al padre y una familia desestructurada.

Con todo, solo los ingenuos o los cómplices de la operación se niegan a asumir que detrás del desenlace del “caso Juan Carlos” hay cuestiones más profundas, nada improvisadas y altamente corrosivas para el futuro de nuestro país.

Este lunes, con su reacción a la misiva de Don Juan Carlos a su hijo, Pablo Iglesias ha enseñado sus cartas, quizá por primera vez desde que es vicepresidente del Gobierno. Su objetivo, claro, no era el antiguo Rey, que sigue además bajo el escrutinio de la Justicia.

 

La pieza a cobrar es la Corona. Y ni siquiera Felipe VI es el objetivo final. Lo es el actual sistema constitucional basado en la monarquía parlamentaria. Lo ha anunciado el líder de Podemos, envalentonado, tras el temerario silencio del presidente del Gobierno: se trabaja por una “república plurinacional”, sea eso lo que sea.

Cada día aparece más claro que las millonarias inversiones del régimen de Hugo Chávez en la política española, vía Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero o Íñigo Errejón, comienzan a dar réditos. Y que a lomos de la crisis dramática de 2008 y del naufragio de PSOE y PP a la hora de regenerarse y de combatir con ejemplaridad sus casos de corrupción, se ha instalado un gen populista en numerosos españoles dispuestos a refrendar con sus votos una agenda que incluye volar el actual statu quo.

Los Alberto Garzón, Pablo Echenique, Carles Puigdemont, Quim Torra, Oriol Junqueras, Gabriel Rufián, Íñigo Urkullu y Arnaldo Otegi, bajo el paraguas del vicepresidente Iglesias, sueñan con ese “asaltar el cielo”.

Muchos evocan en estas horas uno de los últimos servicios del Rey Juan Carlos a España. Fue en 2007, en la Cumbre Iberoamericana de Chile, cuando le plantó a Chávez en la cara aquel viral “Por qué no te callas”. El dictador venezolano ya no está. Pero, aunque no lo sepa, se acaba de cobrar su póstuma venganza.