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DERECHO A LA PROTESTA

La infiltrada y la memoria histórica

Aún quedan 376 asesinatos de la ETA sin esclarecer, lo que da una dimensión de la impunidad con la que una parte importante de estos execrables hechos fueron cometidos

La actriz Carolina Yuste tras ganar el Goya a ´Mejor actriz protagonista´ por su trabajo en ´La infiltrada´ durante la gala de entrega de la 39º edición de los Premios Goya. 

La actriz Carolina Yuste tras ganar el Goya a ´Mejor actriz protagonista´ por su trabajo en ´La infiltrada´ durante la gala de entrega de la 39º edición de los Premios Goya. Europa Press

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Vengo de ver en el cine la película española titulada “La infiltrada” con mis hijos. Antes de salir de casa supimos que estaba ya disponible en una plataforma, pero aun así quisimos verla en la gran pantalla. Es más, me empeñé especialmente en acudir al cine, como ya les comentaba en mi anterior artículo, pues me había quedado gratamente impresionada tras la gala de los Goya de la otra semana. Quería que mis hijos conocieran esta parte de la historia de España, tan reciente en realidad, y explicarles algunas de mis vivencias. Las palabras de la coproductora de la película con Santiago Segura, María Luisa Gutiérrez, me habían calado muy hondo y me llamaba la atención la temática, aparte de alguna de las escenas que había presenciado. Y empezaré por el final: la cinta me ha parecido sencillamente soberbia, un thriller real como la vida misma, que te mantiene en ascuas de principio a fin. Y me afirmo y ratifico en mis palabras anteriores, dichas desde el respeto hacia los que no creen en ello: en España se hace buen cine, solo hay que saber encontrarlo. Me siento orgullosa de saber que la película de Arantxa Echevarría es la más taquillera de las que ha dirigido una mujer en nuestro país hasta la fecha. Carolina Yuste es una actriz como la copa de un pino, que encarna a la policía nacional que se infiltró durante más de siete años en la ETA y logró desarticular el peligroso comando Donosti. A la salida del cine mis hijos se quejaron de que en los libros de Secundaria no se hable de este tema.

Recuerdo que un par de años antes de que se declarara el fin de ETA (octubre de 2011) tuve que acudir a un juicio en Getxo, y me impresionaron las pintadas e ikurriñas, así como los dibujos con caras de etarras elevados a categoría de ídolos populares, que invadían la aparentemente tranquila ciudad. Las pintadas decían “Euskal presoak Euskal Herria” -presos vascos en el País Vasco-, en alusión a la dispersión de los reclusos pertenecientes a la banda por cárceles de toda España. Este fue uno de los factores clave en la derrota definitiva de la banda terrorista. Entrar en la sede de los Juzgados de Getxo daba literalmente miedo, puesto que ni en Alicante ni en Madrid, que eran los tribunales a los que yo solía acudir, se ejercían por aquellas fechas controles tan férreos de entrada y el cristal blindado del edificio ofrecía una idea de la peligrosidad de la situación. Por indicaciones de gente del lugar me fui a dormir a Bilbao. En mi hotel, situado frente al teatro Arriaga, me aconsejaron que no transitara por las calles del casco viejo, donde la kale borroka campaba a sus anchas. La sensación era de peligro y de no poder dejar de mirar por el rabillo del ojo.

En otras partes de España estábamos algo más ajenos a la situación y vivíamos nuestra vida más o menos desentendidos, aunque hubo épocas en que cada dos por tres había un atentado, que nos recordaba que la banda terrorista estaba dispuesta a todo. ETA llegó a matar a 853 personas en España, sobre todo miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pero también civiles, políticos de izquierda y derecha, magistrados, catedráticos de Universidad y periodistas. ¿Qué más da la profesión? Todos los muertos fueron víctimas injustas de una reivindicación política que a los demócratas se nos antoja incomprensible. En realidad, toda la sociedad en su conjunto era objetivo de la banda y por toda la geografía nacional fue ETA sembrando muerte y dolor. Los terroristas parecían moverse con libertad, y sabíamos que al sur de Francia les daban cobijo, o al menos hacían la vista gorda, ante la impotencia de la mayoría de los ciudadanos de nuestro país. Hubo casos que nos impactaron más, como los de Francisco Tomás y Valiente, Miguel Ángel Blanco, Fernando Múgica Herzog, Fernando Buesa, Gregorio Ordóñez, Manuel Broseta, Ernest Lluch, Joxeba Pagazaurtundua, o Alberto Jiménez-Becerril y su esposa, ascensión García-Ortiz, entre otros tantos nombres. En la misma calle de mi colegio, Romero Robledo, en Madrid, asesinaron al general Quintana Lacaci, que fue una figura histórica clave, al haber impedido que el 23-F se consumara.

Aún quedan 376 asesinatos de la ETA sin esclarecer, lo que da una dimensión del problema y de la impunidad con la que una parte importante de estos execrables hechos fueron cometidos. Imagino que no habrá descanso para sus seres queridos, y que se sentirán impotentes ante la ineficacia de un Estado que no ha sabido castigar los crímenes como habría sido de esperar.

Que, después de todo lo que hemos sufrido en nuestro país por causa de la ETA -especialmente las víctimas y sus seres queridos-, llamen a Santiago Segura fascista por producir esta película, que refleja la admirable historia de esta mujer valerosa, sólo puede ser consecuencia de la deshumanización. Es preciso alertar acerca de la actual peligrosa pérdida de los valores esenciales e inalienables del ser humano, entre los que se incluye, por Derecho Natural, el derecho a la vida 

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