| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Mbappé, hace años, posando con una camiseta del Chelsea.
Mbappé, hace años, posando con una camiseta del Chelsea.

M'pesetté

Si el Madrid fuera un club serio, que debería serlo, tendría que hacerlo valer y transmitir un mensaje contundente: “No vamos a entrar en ninguna subasta".

| Miguel Queipo Deportes

Uno se da cuenta de que se hace irremediablemente muy veterano cuando, en el fragor de una columna, debe explicar a una parte de sus lectores que, antes de que el euro viniera a inflacionar nuestras vidas, en España mundaneábamos con otra moneda, la peseta. Y que a quien estaba más pendiente de los dineros que de cualquier otra cosa se le calificaba como “pesetero” por su incondicional amor a las monedas. Viene la explicación a cuento a causa de la peripatética exhibición de codicia del entorno de Kylian Mbappé-Lottin, un fantástico futbolista rodeado por unos representantes que ríanse ustedes de Mino Raiola, el pizzero loco que lleva a Haaland.

Con KML, el gran codiciado por Florentino Pérez, el sumo hacedor blanco ha vuelto a pinchar en hueso, son ya demasiadas ocasiones y siempre por el mismo motivo: el vil metal. En 2017, cuando el club blanco cerró su traspaso con el Mónaco (cerrado es rubricado por ambas partes, a falta de firma del jugador).

Mbappé, ese mismo a quien el oficialismo disfraza como 'madridista' para darle empaque a un relato falso (y por eso esta columna se ilustra con una fotografía de un jovencísimo Kylian junto a una camiseta del Chelsea con su nombre), estaba atraído por el equipo que dominaba en Europa con puño de hierro. La cosa se torció cuando su madre y representante, Fayza Lamari, recibió una suculenta prima de fichaje (se habló de 40 millones de euros) por convencer a su hijo para que rechazara la oferta madridista y se decantara por estar unos años en el PSG, como así sucedió. Las dudas sobre competir con la BBC, que nunca habían existido, se incorporaron al storytelling del asunto y Kylian acabó en el Parque de los Príncipes para desesperación de los amantes de los videojuegos.

En este 2021, obviando todo lo sucedido desde ese 2017 hasta ahora, la codicia ha vuelto a quedar de manifiesto con las declaraciones públicas de esta semana. Mbappé jugando a dos bandas en las dos entrevistas, a L’Equipe y RMC, ni cierro puertas ni las abro sino todo lo contrario, y su madre y representante pasando el cepillo por la Iglesia de Nuestra Señora de las Comisiones sin ninguna impunidad.

Si el Madrid fuera un club serio, que debería serlo, tendría que hacerlo valer y transmitir un mensaje contundente: “No vamos a entrar en ninguna subasta. Queremos al jugador si queda libre cuando acabe su actual contrato. Nuestras condiciones son éstas. Si el 15 de enero las acepta, lo anunciaremos oficialmente. Si no contesta o rechaza la oferta, a partir de ese mismo día dejará de interesar y buscaremos otro objetivo”.

Pero cuando un jugador se convierte en obsesión, y el relato intenta convertir esa obsesión en el único camino posible para el futuro del Real Madrid, las aguas se abren para que pueda volver a aparecer por el pasillo Fayza Lamari pidiendo una ayuda económica.