El presidente de España no puede rendir pleitesía a un partido insurgente para garantizarse su apoyo: el precio lo paga su país y puede ser algún día insoportable.
Con un despliegue impúdico propio de una visita de Estado entre dos países distintos, Pedro Sánchez reforzó una vez más al independentismo girando una visita en la que, más allá de los contenidos y acuerdos concretos, se consagró el principio de bilateralidad y se legitimaron los planes secesionistas al aceptar dialogar sobre ellos.
La excusa del "diálogo" no tapa la evidencia de que, por una mera cuestión de supervivencia, Sánchez potencia lo que, con la Constitución en la mano, debería ser el primero en combatir desde el Estado de Derecho, la política y las instituciones.
Sacar de ellas las conversaciones es otra manera de delatarse, pues a nadie se le escapa que en una democracia se discute en sus cámaras y parlamentos, dentro del marco jurídico, con el escrutinio público y la intervención de todas las fuerzas políticas.
Que a todo un presidente del Gobierno haya que recordarle sus obligaciones más elementales es tristísimo, pues evidencia de nuevo que con Sánchez las reglas son papel mojado y sus estrictos intereses personales están por encima de todo.
En este caso está claro que el líder socialista está dispuesto a elevar sus concesiones hasta donde pueda si con ello se garantiza una estabilidad en la que ERC es decisiva: sin su apoyo, simplemente, Sánchez no sería presidente y no tendría Presupuestos.
A cambio, ha estado dispuesto hasta ahora a indultar a delincuentes o comprometer privilegios económicos, y esos antecedentes justifican la preocupación por futuras dádivas: que coquetee incluso con la celebración de algún tipo de referéndum, inviable e ilegal, demuestra que Sánchez siempre está dispuesto a todo con tal de sobrevivir.
Que ERC también necesita al PSOE en un horizonte cercano, por la presión de Junts y el desprecio de las CUP, termina por explicar la auténtica naturaleza del "diálogo": un pacto entre partidos y dirigentes cuyo principal interés es mantenerse en el poder, al precio que sea, sin ser conscientes de que alimentan un monstruo que ellos mismos no podrán controlar.