Jurar el cargo ante el Rey la Constitución y desafiarla luego con proclamar republicanas es incompatible e indigno de representar luego a España.
Varios ministros de Unidas Podemos, incluida la vicepresidenta Yolanda Díaz, celebraron el Jueves Santo el aniversario de la República, defendiendo abiertamente un cambio de régimen constitucional que recuperara ese modelo frente al actual de la Monarquía Parlamentaria.
A ese coro se sumaron las Juventudes Socialistas, aún más contundentes en un mensaje que, bajo el aparente tono festivo, en realidad es incompatible con el respeto a la Constitución: no se puede deberle el cargo a la Carta Magna, obligándose con ello a cumplirla y hacerla cumplir; y ejercerlo con la firma del Rey, para luego hacerle a todo ello una enmienda a la totalidad.
Y eso es lo que han hecho Díaz, Irene Montero o Alberto Garzón, entre otros muchos, con mensajes de dudosa veracidad histórica y además de espíritu antisistema, incompatibles con la presencia en un Gobierno que no puede ser deudor de la Constitución y, a la vez, detractor de la misma.
Sorprende, cuando no escandaliza, la facilidad con que el PSOE o Podemos tildan de inconstitucionales a partidos como VOX, por discutir la España autonómica por los cauces democráticos previstos y nunca fuera de ellos; y se permiten ellos mismos denigrar la ley de leyes o pactar con formaciones como Bildu o ERC que, directamente, la asaltan y pisotean.
El contrasentido no es meramente estético, y refleja un profundo deterioro institucional que se traslada, sin duda, a la manera de entender la gestión, la rivalidad y la convivencia: a unos se les niega todo, con cordones sanitarios infames; y a otros se les concede todo, incluso la demolición del edificio constitucional desde dentro.
Más allá de este preocupante bochorno, queda también el escaso conocimiento de la historia de España: idealizar la República, impuesta a la fuerza y destruida desde dentro por la izquierda radical y el separatismo y no únicamente por un alzamiento militar, no solo es inexacto. También es un pretexto para redoblar en el presente la absurda persecución de fantasmas del franquismo que no interesan ya a nadie.