| 05 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse

Sánchez no espera al Rey: una vez más se cree por encima de todo y todos

| EDITORIAL Editorial

 

 

Pedro Sánchez ha iniciado una ronda de contactos en la propia Moncloa que, lo presente como lo presente, invierten la liturgia institucional que debe conocerse, respetarse y aplicarse tras la celebración de unas Elecciones Generales.

La solemnidad dada a la cita por el líder del PSOE, un presidente en funciones que como tal debiera actuar, desmiente la versión oficial según la cual las reuniones con Pablo Casado, Albert Rivera o Pablo Iglesias son meras charlas informales y confirma el desapego de Sánchez por las normas y su inaceptable tendencia a confundir al Estado con él.

¿Y el Rey?

Saltarse al Rey, simbólico responsable del procedimiento previo a una investidura, es un gesto hosco e innecesario que solo le sirve al futuro presidente para ahondar en su endémica campaña de autopromoción como líder casi único de la Nación, tan exitosa como inapropiada y, además, incompatible con la realidad política, electoral y social de España.

Sánchez se ha saltado al Rey: no es "informal" recibir a nadie en Moncloa saltándose el procedimiento establecido

Los 123 diputados obtenidos por el PSOE son suficientes para gobernar, pero no para hacerlo desde un absolutismo estético que pasa por encima de todo para consolidar esa visión que de sí mismo pretenden dar Sánchez, su partido y sus asesores: con parecidos escaños, Rajoy vivió un infierno de legislatura y tuvo que convocar nuevas elecciones apenas seis meses después de su investidura.

La democracia es procedimiento

Todo ello es indiciario, una vez más, de una manera de hacer política incompatible con la pluralidad política de la sociedad española y del Congreso pendiente de constituir, donde será muy complicado lograr la estabilidad que requiere España y muy sencillo ver saltar los consensos fruto de la enorme fragmentación parlamentaria.

Seguramente a los líderes del resto de los partidos no les quedaba otro remedio que atender la llamada, en busca de una distensión política tan necesaria como solo aplicable cuando gobierna la izquierda, pero harían bien en criticar las formas utilizadas y advertir sobre la evidencia de que la democracia, cuando ignora el procedimiento, se deteriora.