| 24 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Sí, a por ellos

Sin tregua. Sin miedo. Sin perdón. El independentismo es un cáncer al que hay que derrotar para no ser derrotado. La supervivencia de la democracia se juega en un pulso que dura ya décadas.

| Antonio R. Naranjo Opinión

"La justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera"

Horacio

 

Con el cáncer no se negocia: o se extirpa o te mata. El independentismo es así, y lo lleva siendo al menos desde la I República, con especial virulencia en la Guerra Civil: fue decisivo para que el sistema democrático entonces vigente se desplomara, como lo fue también el populismo revolucionario para que ganara Franco.

Ese nacionalpopulismo es, pues, la enfermedad desde la noche de los tiempos, y las terapias benévolas sólo han servido para mantenerlo con vida, hacerlo medrar y provocar su metástasis, con tumores constantes en Cataluña y Euskadi y serios brotes en Navarra, Valencia y las Baleares: la historia de España desde el 78 es la de la generosidad con las identidades diversas, demostrativas de la preexistencia de una gran Nación y no de la convivencia forzada en su seno de distintas naciones; aunque a cambio la respuesta haya sido la deslealtad extrema, la estigmatización en el seno de sus sociedades autonómicas y, como clímax de esos pogromos teóricos, el golpismo catalán o el terrorismo vasco.

Ni la ignorancia más extrema explica la tolerancia que, paradójicamente, provoca en quienes antes que nadie deberían oponerse. Especialmente en una izquierda desmemoriada que, por alguna extraña razón no sólo relacionada con su incultura; malversa su propio patrimonio histórico al dudar de cómo tratar esta lacra. Lean a Azaña, a Prieto, a Negrín y a todos los viejos socialistas que, como ahora González, Guerra, Corcuera o Eligio Hernández batallan contra el totalitarismo identitario a través de la experiencia de sus predecesores.

Democracia. sin más

Si los insólitos devaneos de Pedro Sánchez (de Podemos ni hablamos, básicamente este partido es el altavoz nacional del movimiento, con carmenas y colaus como versiones light del mismo fenómeno) tuvieron por feliz desenlace, en la hora de la verdad, el plausible respaldo al artículo 155; el inicio de las acciones judiciales contra los golpistas y la cercanía de las elecciones del 21D han demostrado cuán inestable es esa rotunda defensa del orden constitucional vigente.

Porque, desde el derrumbamiento en 24 horas de la célebre DUI pseudoaprobada por el Parlament catalán, en una sesión más propia de la Libertonia de la Sopa de ganso de los Hermanos Marx que de una región europea civilizada; casi todo el mensaje se ha redirigido a matizar las consecuencias legales del Golpe democrático, a temer el  inexistente carácter plebiscitario de unas elecciones simplemente autonómicas e, incluso, a discutir o atacar la conveniencia política y la solvencia jurídica de las querellas anunciadas –con un par- por el Fiscal General del Estado.

 

El independentismo es violento. Ni se cura ni puede dialogar con él: sólo se puede derrotar o ser derrotado por él

 

Es decir, una vez asumida la inexcusable aplicación del 155 por todos menos los afectados y sus colegas antisistema –incluyan aquí a Iglesias y Monederos varios y no sólo a la CUP-, por el temor a que distanciarse de esa necesidad democrática enfrentara al cómplice de los golpistas con la inmensa mayoría de los hastiados españoles; el burro quiere volver al trigo discutiendo el resto de consecuencias que este ínclito Alzamiento puede y debe tener.

Que mientras el fugado Puigdemont insultaba desde Bruselas a toda España presentando a nuestra democracia como una suerte de Reich definido por su brutalidad y totalitarismo aquí, en no pocos medios de comunicación, el debate fuera si había que juzgar o no por rebelión a este majadero y a sus secuaces, lo dice todo.

Elecciones... autonómicas

Y también la rapidez con que se ha olvidado la hilarante contradicción existente entre proclamar la República para, a continuación, aceptar unas Elecciones regionales convocadas por el Estado opresor. Rematando el dislate al comprar, en demasiados platós y tribunas, la absurda idea secesionista de que esos comicios van a tener un carácter plebiscitario y constituyente, como si ganar por un diputado desde la trinchera secesionista llevara implícito el derecho a la autodeterminación en lugar de otro repaso con el mismo artículo 155.

Las mismas complicidades que explican cómo una ideología excluyente, provinciana, xenófoba, agresiva y totalitaria como el independentismo ha podido medrar en nuestros morros sin que casi nadie se atreviera, pese a la larga trayectoria de episodios antidemocráticos que jalonan su indecente impacto en los peores capítulos de la historia española del siglo XX; explican ahora la increíble oposición a las imprescindibles decisiones judiciales en marcha contra todos los cabecillas del Golpe.

Que magistrados supuestamente profesionales y periodistas presuntamente expertos se hayan lanzado al cuello del valiente Fiscal Maza por querer juzgar a los insurgentes por rebelión, amén del ramillete de delitos indiscutibles ya cometidos, o al de la jueza Lamela por su impecable auto de prisión provisional para Junqueras y compañía; enlaza con esa endémica complicidad de amplios sectores españoles que compran las especies más siniestras para la pervivencia democrática de su propio país si, en el viaje, va incluido cargarse a Lerroux, a Rajoy o a cualquier otro ultraderechista, por mucho que al final lo que se carguen sea la democracia, la convivencia o la República.

En la formidable tarea pedagógica que queda por delante, pareja a la política y la judicial, resulta indispensable derrotar los conceptos, imágenes, discursos y eslóganes que han hecho del soberanismo y de sus aliados, coyunturales o estructurales, una idea presentable y legítima, movida por un afán que tal vez se equivoque un poco con los medios pero tiene unos objetivos tolerables.

Rebelión, por supuesto

Y no, el independentismo es por definición violento, como violento ha sido preceder la DUI del acoso a los Cuerpos de Seguridad, de la expulsión de la oposición del Parlament, del asalto a la Constitución y del uso de niños y ancianos como escudos humanos (ahí tienen los Pallines de turno su delito de rebelión que tanto niegan). Y ni se puede curar ni puede dialogar con él: sólo se puede derrotar o ser derrotado por él.

Sin tregua, sin respiro, sin excepción y sin miedo. Sin darle agua, sin prescindir de ni un solo de los recursos que un Estado de Derecho orgulloso de sí mismo tiene a su disposición para frenar, al precio que sea aunque se busque siempre el menor, a quienes lo desafían.

No es venganza. Ni tampoco fuerza. Se trata de sobrevivir como un gran país democrático que ha sufrido ya mucho

La inteligente estrategia política de Rajoy (extiendan el aplauso a Sánchez y Rivera) y la enérgica respuesta judicial pueden parecer insuficientes para quienes, no sin lógica, hubieran querido presenciar una respuesta jurídica y política en tiempo real y más preventiva –Puigdemont esposado y saliendo del Parlament con la misma mano en la cara que se llevó Rato para entrar en el vehículo policial-.

Hasta el final

Pero son las razonables en una democracia que tiene en el procedimiento uno de sus pilares y no prejuzgan el resultado: Puigdemont puede –y debe- ir a la cárcel, el soberanismo debe ser erradicado como algo más que una ensoñación si pisa siquiera las líneas rojas de la Constitución, la democracia debe ser repuesta y defendida con todos sus recursos –incluyendo al Ejército y los estados de sitio y excepción si no quedara más remedio- y la benevolencia o indulgencia deben quedar marginadas del discurso y las decisiones en todos los ámbitos. Para no dudar, a continuación, en impulsar cuantas reformas sean necesarias para frenar el masivo envenenamiento que ese tipo de ideologías extienden desde hace lustros malversando los recursos y los fines que el Estado le ha procurado.

La nula resistencia callejera hasta el momento, ciertamente imprevista para quienes temíamos una revuelta guerrillera, y la abrumadora respuesta en esa misma calle de los ciudadanos cansados del golpismo, con dos manifestaciones impagables en Barcelona; añaden al paisaje innegociable una atmósfera real bien distinta de la que, artificialmente, venden como única los paladines de la secesión y sus amigos populistas: es España quien reivindica su derecho a decidir, y quien se ha cansado de que una minoría agresiva se presente como una mayoría coaccionada por perseguir un ideal decente.

Supervivencia democrática

Pero aunque no fuera así, no se puede recular. No es una cuestión de venganza. Ni tampoco de fuerza. Se trata de sobrevivir como un gran país democrático que ha alcanzado ese estatus tras sufrir un convulso siglo bélico, violento a menudo, del que tenemos la obligación de haber aprendido sus dolorosas lecciones, aúllen lo que aúllen los lobos de la demagogia, la ruptura, el enfrentamiento y la pureza étnica.

Parece mentira que en esta España que ya vivió cuatro alzamientos secesionistas, una guerra civil alimentada por los revolucionarios y no sólo por los militares y un terrible horror nacionalista con los casi mil muertos de ETA; haya que perder más tiempo en explicar por qué hay que imponer la ley que por qué cualquiera puede saltársela.

Así que, claro que sí. A por ellos. Sin perdón.