| 26 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Por qué la propuesta de Iceta para Cataluña es una barbaridad para España

Iceta y el PSOE plantean que se le perdone la deuda a Cataluña y, por extensión, un nuevo cupo. Es una medida injusta, clasista e insolidaria que alimenta el victimismo del separatismo.

| Antonio R. Naranjo Opinión

 

 

 

El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Miquel Iceta, ha hecho una propuesta económica que pretende encontrar un punto medio entre el delirio secesionista y el encaje actual de Cataluña en la Constitución: condonar la deuda, cifrada aproximadamente en 52.000 millones de euros y, en la práctica,  aprobar un nuevo cupo similar al vasco.

Conceptualmente, ya es un punto de partida equivocado situar la defensa constitucional y el asalto a la misma como dos extremos comparables, pues se legitima lo ilegítimo y, a la vez, se degrada lo legal y lo legítimo, obligándole a la víctima de algún modo a premiar al verdugo.

Iceta quiere que la víctima del procés pague al verdugo. Y defiende que Cataluña sea con Andalucía lo contrario que Alemania con Grecia

Pero además, económicamente es una medida injusta, insolidaria y ruinosa que nace una premisa falsa y victimista que, durante años, ha alimentado el secesionismo: esa idea de que, en el caso de Cataluña, la solidaridad con el resto de España ha sido excesiva y de que existe un déficit estructural -cifrado a menudo en unos 16.000 millones de euros anuales- que hay que compensar.

Los territorios no dan nada a nadie; lo hacen las rentas individuales en función de su cuantía. Es decir, Cataluña no reparte nada, sino que lo hacen los catalanes más pudientes en función de sus recursos, y lo reciben los españoles -incluyendo a los propios catalanes- con menos posibles para reequilibrar el país.

Lo mismo ocurre con madrileños, baleares o valencianos, según un criterio pretendidamente progresista del que, paradójicamente, reniegan en el caso catalán la izquierda moderada y la radical: desde el PSOE hasta Podemos alimentan, de forma reiterada, la especie de que existe una deuda económica con Cataluña y que esto se debe resolver dándole a la Comunidad lo mismo que pone; escondiendo que con ello se rompería el principio de redistribución de la riqueza que luego dicen defender al hablar a título particular de "los ricos" o, en genérico, de Alemania con Grecia en Europa, por ejemplo.

La contradicción

A Merkel le piden "mutualizar la deuda" y a las rentas individuales de hasta 60.000 euros anuales las acusan de provocar pobreza por "no pagar impuestos", entre otros ejemplos de su dialéctica frentista; pero al llegar al caso catalán, se guardan la lengua y fabulan con una suerte de atraco histórico que en la práctica protege a nuestros alemanes de nuestros griegos, a nuestros ricos de nuestros pobres.

 

Cataluña recibe más de lo que da, pero si le diera un cupo vasco, la mitad de España entraría en subdesarrollo

 

Los indecentes privilegios fiscales del País Vasco y Navarra no ayudan a hacer pedagogía, pues en ambos casos sí se les reconoce una exención contributiva que, de ser aplicada en las otras cuatro regiones con similares renta y PIB per cápita; acercarían al resto de España al subdesarrollo.

Y también es cierto que las comunidades receptoras han de empezar a dar cuentas y a asumir obligaciones, pues la contribución al desarrollo no puede ser percibida ad eternum como una subvención a fondo perdido y al margen de los resultados para que la Susana Díaz de turno mantenga para siempre un régimen paniaguado castrante con el potencial desaprovechado de su tierra.

Mejor reparto, no más privilegios

Pero ambos fenómenos no se subsanan extendiendo el privilegio ni criminalizando a las regiones más desfavorecidas. Que es lo que reclaman siempre los independentistas, con un lenguaje incendiario, pero también el PSC o En Común Podem, con un discurso más aparentemente conciliador pero sustentado en el mismo error.

Perdonarle la deuda a Cataluña supone cargársela a España, que no es un ente abstracto cuya financiación emana del cielo, sino la suma de 46 millones de ciudadanos  cuya igualdad de oportunidades depende de una visión única y colectiva de los recursos globales, por mucho cantamañanas como el cántabro Revilla que se quejde del perjuicio para su Comunidad del cupo vasco -que es cierto- y a la vez haga campaña por un Iceta que reclama lo mismo.

La solución, compleja, no es tampoco engordar una deuda (como pide Pedro Sánchez al soltar que hay que mejorar la financiación de todas y tan pancho)  que supera ya el 100% del PIB ni un déficit público que es al futuro del Estado de Bienestar lo que la contaminación al del planeta; sino repartir mejor el esfuerzo -que Cataluña o Madrid hagan menos porque Euskadi o Navarra empiecen a hacer el que les corresponde-; examinar sin complejos a las regiones menos pujantes -Andalucía o Extremadura- para que utilicen correctamente lo recibido y entender algo que el secesionismo esconde, el PSC olvida y Madrid demuestra: lo que se pierde por un lado, se gana por otro.

 

 

Es decir, con parecido o peor sistema de financiación, la Comunidad madrileña (que paga el doble que la vasca y recibe la mitad) tiene las mejores ratios de PIB, renta, progreso escolar y desempleo. Tal vez porque compartir los recursos genere más riqueza en el entorno y, por tanto, más ventajas propias, aunque se reflejen en la sociedad de manera directa, sin la intermediación de políticos que sólo ven el dinero cuando lo tienen en sus bolsillos e intentan que los del resto tengan lo justo.

Las cifras reales

Cataluña siempre lamenta el supuesto déficit fiscal, pero obvia que vende -o vendía, gracias al procés- en torno a 60.000 millones de euros al año al resto de España; que el Estado completa con 5.000 millones de euros las pensiones que la Generalitat no podría pagar o que el rescate catalán ha costado lo mismo casi que el griego.

Que Iceta y el PSOE quieran acabar con un problema creando una injusticia, en fin, sólo sirve para perpetuar un victimismo imaginario y artificial, el combustible que siempre ha prendido la llama de un independentismo egoísta, excluyente, xenófobo y clasista.