| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Pedro Sánchez en un acto institucional la semana pasada.
Pedro Sánchez en un acto institucional la semana pasada.

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España es un país-armario de la IKEA de los visigodos que se encontraba perfectamente montado. Entonces llegó Sánchez para desmontarlo, creyéndose más listo que los padres de la Constitución

| Liusivaya Opinión

 

Mi domingo estuvo lleno de muebles del IKEA. Doce horas montando conjuntos de piezas de madera. Como resultado: cinco muebles montados, cinco horas de sueño menos y unas cuantas reflexiones más.

A las 2 de la madrugada, cuando iba por el penúltimo mueble, ocurrió algo que me hizo acordarme muy mucho del Gobierno de España. Empecé montando un pequeño armario y justo al principio del montaje (tal que en el paso 2) hubo una pieza de madera que puse del revés.

Tuve la fuerte sensación de que algo no iba del todo bien cuando vi que la barra del armario me salía por la derecha, mientras que en las instrucciones lo hacía por la izquierda. Y entonces hice lo que nunca se debe hacer cuando se trata de un mueble cuyo diseño no ha sido inventado por el montador, sino por alguien mucho más capacitado para tal tarea: seguir montando.

Obviamente tuve que quitar hasta el último tornillo. Volver a montar. Y aprender para siempre que una puede con todo menos con el IKEA.

España es un ente cuya existencia es muy anterior a la del Gobierno. A la de éste y a la de todos. Un país-armario de la IKEA de los visigodos. Con sus instrucciones -leyes. Con sus piezas y tornillos -ciudadanos, organizaciones, agentes políticos…

El mueble además normalmente ya se encuentra perfectamente montado cuando uno llega al Gobierno. Puedes colgarle unas lamparitas de adorno, meter dentro alguna cajita de madera. Lo que viene siendo adecentar el conjunto. Pero, por lo que más quieras: no intentes desmontarlo, creyéndote más listo que los padres de la Constitución.

Pero entonces llega Sánchez. Y, apoyado por Podemos, convierte el “no sé si se debe” en el “sí se puede”. Y desmonta para volver a montar. Esta vez sin instrucciones. Pone del revés piezas que jamás deberían haberse dado la vuelta como el no pactar con partidos que no condenan el terrorismo. Como el eliminar el español como lengua vehicular. Piezas fundamentales.

El armario se tambalea, amenazando con caérsele encima al montador. Así que, para mantenerlo en pie y por no tener que asumir responsabilidades ni pedir perdón, opta por seguir montando. Quita tornillos fundamentales: pone en duda la libertad de expresión con la Comisión Permanente contra la Desinformación y también la justicia con la reforma del CGPJ que aún sigue en el aire. Trata de cambiarlos por clavos: más inversión en medios para que graben el armario de un ángulo que, más que medio destartalado hacia la izquierda le haga parecer moderno y futurista: 100 millones en publicidad institucional y 13,2% más de presupuesto para el CIS.

El resultado será tan prosaico como la vida misma. Si no se rectifica al tiempo, cosa complicada en política, el armario pasará al siguiente Gobierno por tablas y con las instrucciones a medio arrugar y éste, más que adornarlo con lamparitas, tendrá que embarcarse en la complicada tarea de montarlo de nuevo. Esta vez siguiendo las instrucciones.