| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Golpe de Estado en diferido, acción de Estado directa

La supuesta República sería un erial sin recursos, aislada del mundo y expulsada de todos los organismos internacionales. España es el flotador de un delirio que necesita camisa de fuerza.

| Fran Carrillo Opinión

 

 

Leo estos días que si partida de ajedrez, que si movimiento táctico, que si pelotas en tejado ajeno. Respetando todas las opiniones, me parece excesivo aventurar que detrás de lo que  escenificó Puigdemont en el Parlament se esconde una genialidad estratégica que busca ganar tiempo allí donde ha perdido crédito. La realidad es otra. La que dibuja un desenlace que se aventuraba desde que el telón se abrió aquel 9N de 2014, prólogo de esta ignominia política.

La realidad es que dicha República quedaría aislada del mundo, apoyada y reconocida únicamente por dictaduras

Apoyado fuera del Parlament por cinco mil (decían que habría un millón) esperanzados fieles, que buscaban descorchar sus vergüenzas tras el plasma callejero, lo que sucedió en su interior fue un golpe de Estado en diferido que exige una respuesta directa y en directo del Gobierno.

Pero en la Generalitat saben que no la van a tener. De ahí su persistente valentía en la sedición demorada. Desde que hicieron la primera y última prueba de laboratorio hace tres años, el nacionalismo independentista ha visto medrar sus prejuicios ilegales por doquier sin que nadie en el Gobierno de España haya activado los mecanismos necesarios, de persuasión y ejecución constitucional para evitarlos.

El mayor desafío

El Gobierno hace tiempo que perdió ante el mundo la batalla de la imagen y la guerra de la comunicación, por ese peculiar sentido de entender la narrativa política como una hoja en blanco que otros escriben y desde Moncloa interpretan, si hay tiempo. Un Gobierno recatado en su discurso y reactivo en sus mensajes, a la defensiva constante, coherente con su inacción ante el mayor desafío a la democracia que ha vivido España en más de treinta años. Pero ya no puede mantenerse más al margen tras la declaración parada aunque imparable de Puigdemont.

La aplicación del artículo 155 no es un simple movimiento de ficha, buscando el mejor posicionamiento político futuro. Es el jaque mate que tiene el Estado para atajar la sedición de una comunidad autónoma. Urge un gobierno de unidad nacional, de concentración ante la urgencia histórica que vive el país. Nadie sabe a qué espera Rajoy para tomar esta decisión, que, con seguridad, conllevará la oposición, insulto y menosprecio de Podemos, Bildu, CUP y Compromís. Motivos suficientes para llevarla a cabo.

La realidad es que en unos días Cataluña debe pagar a sus funcionarios y no tiene cómo afrontar ese pago. Para las corralito girls de la CUP eso es lo de menos, pero Puigdemont y Junqueras saben que la independencia sin pasta es la sopa fría del pobre, una agridulce ilusión.

 

Nada fuera de la ley, todo diálogo dentro de la ley. Pero sobre todo (y sobre todos), la ley

 

Quieren que España, el mismo FLA que mantiene la farsa inyectando dinero continuamente a las podridas arcas del procés, siga manteniendo su fiesta. La realidad es que no tienen infraestructura para ponerse a gobernar al día siguiente la utópica República catalana. La realidad es que dicha República quedaría aislada del mundo, apoyada y reconocida únicamente por dictaduras y regímenes protototalitarios, sin margen de negociación en los mercados para poder financiarse. La realidad es que el Barça dejaría de facto de jugar Liga y Champions. La realidad es que quieren ser independientes pero que el padre les siga pagando el piso, los gastos de mantenimiento y las salidas nocturnas.

Totalitarismo

Pero eso no es estrategia, es simplemente la consumación del magma totalitario de una troupe de caraduras a los que, como sucede con los niños pequeños, nadie les ha dado una hostia a tiempo. Porque de eso va esto: de imponer la autoridad cuando nadie la respeta ni la acata. Ley, Mariano, ley. Constitución, Presidente, Constitución.

Para esperpentos como el que vimos ayer se redactó. Es lo que define a un Estado de Derecho frente a las repúblicas bananeras. Porque la unidad política no son los catalanes, son los españoles en su conjunto. Es lo que el gobierno, en su desidia comunicativa, debe lanzar con denuedo.

Camisa de fuerza

Nada fuera de la ley, todo diálogo dentro de la ley. Pero sobre todo (y sobre todos), la ley. A ver si en Moncloa se enteran de una vez que los locos se calman cuando los cuerdos le ponen la camisa de fuerza. Por mucho que intenten moverse, la camisa no les deja. Y obligará al resto de inquilinos del frenopático a portarse mejor.